Cartas al director

Las 'tapadas'

Las vemos estos días en las portadas de los periódicos. Figuras tapadas, cegadas, enterradas. Una comitiva de fúnebres momias móviles que sólo dejan al placer del aire manos y pies, únicos designios visibles de que se trata de cuerpos humanos. Manos que sujetan a niños sujetos a personas sin rostro. Niños a los que les está vedado el contacto público de la carne facial de sus madres. Madres, adolescentes, mujeres, condenadas a un eclipse eterno del mundo que les rodea; porque entre ellas y el sol siempre se interpone un velo, un filtro que ensombrece todo lo que miran. Una sombra impuesta a go...

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Las vemos estos días en las portadas de los periódicos. Figuras tapadas, cegadas, enterradas. Una comitiva de fúnebres momias móviles que sólo dejan al placer del aire manos y pies, únicos designios visibles de que se trata de cuerpos humanos. Manos que sujetan a niños sujetos a personas sin rostro. Niños a los que les está vedado el contacto público de la carne facial de sus madres. Madres, adolescentes, mujeres, condenadas a un eclipse eterno del mundo que les rodea; porque entre ellas y el sol siempre se interpone un velo, un filtro que ensombrece todo lo que miran. Una sombra impuesta a golpe de látigo y que las convierte en esclavas. Una esclavitud de hace siglos. La más irracional e inhumana esclavitud de la historia de los tiempos. Porque el amo, el opresor, el verdugo, se aloja en las casas de estas víctimas. Conviven con él, se casan con él, tienen hijos con él y, problablemente, sientan amor por él. Un amor confuso e insensato, porque el amor, sin libertad, es solamente temor.Pero no solamente vemos en los medios de comunicación tapadas por el yugo del radicalismo islámico. Una pequeña figura con la cabeza cubierta por su pasamontañas también nos ha acompañado estos días. Una zapatista que sólo dejaba ver de su rostro dos ojos achinados y que se ha trasladado a la Ciudad de México para apoyar a sus compatriotas indígenas y lanzar una advertencia tan de sentido común que asombra que todavía haya que enarbolarla: "Los indígenas somos seres humanos y queremos que nos respeten".

Motivos diferentes han empujado a estas mujeres, tan lejanas en la distancia, a tapar sus rostros, pero, en esencia, se trata del mismo desencadenante, la total ausencia de derechos humanos, la falta de libertad. Los que disfrutamos de ella tenemos una brecha abierta en nuestra conciencia. Los mecanismos tan difíciles para cerrarla no admite dilaciones.-

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