Cartas al director

El desierto como premio

EL PAÍS del 25 de septiembre pasado publicaba una nota informando a sus lectores de que el III Premio Nuevos Narradores, convocado por Tusquets Editores y la Escuela de Letras, ha quedado desierto. Leía la noticia con especial interés, porque soy una de los 213 aspirantes a escritores reconocidos que presentaron una novela a ese concurso. Me decepcionó profundamente que no hubiera, un ganador.Doscientos trece candidatos a un premio convocado expresamente para narradores nuevos, es decir, para desconocidos peleadores silenciosos, aunque incrédulos, esperanzados y optimistas, han entendid...

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EL PAÍS del 25 de septiembre pasado publicaba una nota informando a sus lectores de que el III Premio Nuevos Narradores, convocado por Tusquets Editores y la Escuela de Letras, ha quedado desierto. Leía la noticia con especial interés, porque soy una de los 213 aspirantes a escritores reconocidos que presentaron una novela a ese concurso. Me decepcionó profundamente que no hubiera, un ganador.Doscientos trece candidatos a un premio convocado expresamente para narradores nuevos, es decir, para desconocidos peleadores silenciosos, aunque incrédulos, esperanzados y optimistas, han entendido que no han dado la talla preceptiva para incorporarse a las filas de los escritores reconocidos. Es triste. Más aún cuando comprendemos que el objetivo que persiguen las dos partes convocantes de ese certamen, involucrados desinteresadamente en la responsabilidad de facilitar el despegue literario a meros principiantes, es tan generoso. Mal están las cosas. Resulta desalentador y no deja de sorprendernos.

Se trata, sin duda, de un jurado riguroso. Cuatro hombres y una mujer -la nota daba sus nombres- de los cuales sólo conozco a Luis Landero, compañero mío en la facultad y escritor a quien valoro y respeto. Eso hace que el panorama sea aún más desolador. Ninguno de los 213 merecemos una oportunidad. Tal vez, con su decisión, el jurado ha pretendido noblemente exigirnos más, mayor entusiasmo, mayor entrega, mayor rigor, mayor esperanza ciega. Estoy segura de que algunos de los miembros de ese jurado saben por propia experiencia que el escritor que se precie no ceja en su empeño por superarse, que cuando nos enteramos del fallo de este concurso, al que presentamos nuestra primera novela, llevamos ya más que mediada la segunda, que no nos damos por vencidos.

¡Qué lástima! Doscientos trece aspirantes a ese primer logro literario de su vida, que no reciben otro premio que el silencio de la tierra de los alacranes y las pitas, la sed y el sol inhóspito del desierto.-

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