Tribuna:

Nunca: es decir, por el momento

La anécdota ha sido narrada en tantas ocasiones que existe la sospecha de que, con el paso del tiempo, haya sido acicalada con modificaciones y adiciones sucesivas. Se atribuye al conde de Romanones, sobre cuyas espaldas siempre se han depositado todos los maliciosos chascarrillos y sucedidos grotescos de la política española durante el reinado de Alfonso XIII. Según la versión más escueta, habría lanzado todo un torrente de frases destinadas a negar que fuera a aceptar, bajo ningún concepto o en ninguna ocasión, determinada pretensión de sus interlocutores políticos, pero, después de esa inac...

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La anécdota ha sido narrada en tantas ocasiones que existe la sospecha de que, con el paso del tiempo, haya sido acicalada con modificaciones y adiciones sucesivas. Se atribuye al conde de Romanones, sobre cuyas espaldas siempre se han depositado todos los maliciosos chascarrillos y sucedidos grotescos de la política española durante el reinado de Alfonso XIII. Según la versión más escueta, habría lanzado todo un torrente de frases destinadas a negar que fuera a aceptar, bajo ningún concepto o en ninguna ocasión, determinada pretensión de sus interlocutores políticos, pero, después de esa inacabable ristra en el mismo sentido, concluyó por quitarle cualquier validez con la modesta coletilla de que todo lo anterior servía tan sólo "por el momento".Sería injusto decir que Romanones se ha reencarnado tan sólo ahora en el PP. En realidad, lo hizo, mucho antes, en el PSOE de 1982, cuando un programa radical en política económica y exterior fue traducido por una práctica muy distinta. Este caso concreto prueba de manera muy clara que una evolución ideológica necesita no sólo tiempo, sino, sobre todo, razonamiento y pedagogía. De no existir ambos, suelen producirse piruetas con resultados lamentables. El modo inaceptable de la expropiación de Rumasa o el referéndum sobre la OTAN -del que nació Filesa- son buena prueba de ello.

Lo que, en efecto, pone sobre el tapete la situación del PP catalán es. el funcionamiento de los partidos políticos en una democracia del fin de siglo. En otro tiempo se consideraba al partido no sólo uno más de los instrumentos de participación política, sino, en realidad, el único. El partido de masas sería uno de los miembros de la Santísima Trinidad democrática que haría posible la victoria de los muchos débiles sobre la oligarquía. Hoy, en cambio, pensamos que sin ellos no puede haber política organizada ni coherente, pero que, en ocasiones, llegan a resultar también un grave peligro para la democracia misma. Lo peor no es que los partidos practiquen la oligarquización o que las decisiones se tomen de arriba abajo. Esa fue la crítica esgrimida en su momento, con toda razón, por Michels. Pero otro teórico, Ostrogorski, amplió la acusación hasta añadir que podían llegar a practicar la desposesión del ciudadano en lo que tiene de más íntimo e inalienable. Con frecuencia da la sensación de que los partidos piden votos para una cosa y los emplean para otra.El caso del PP de Cataluña puede ser precisamente éste: no sólo la elección de su presidente será algo más que inspirada desde arriba, sino que, además, puede producirse la desaparición de cualquier tipo de respeto por el más íntimo pensamiento de los afiliados al partido en esta región sin un cambio de rumbo argumentado y convincente.

Y, sin embargo, nada más necesario y positivo que un auténtico giro en esta materia del PP. Lo curioso del caso es que toda la verborrea anticatalanista de la prensa de derechas entre 1993 y 1996 tiene muy poco que ver con la tradición conservadora o moderada española desde Maura a Dato o de Gil Robles hasta los centristas de la transición. Si no hubiera existido aquella desmesura, resultaría mucho más viable esa tregua ideológica sin amordazamientos que ahora pide Vidal-Quadras. Es perfectamente imaginable el mantenimiento de que España es una nación y no sólo un Estado o la tensión con los catalanistas en determinados temas con la colaboración con ellos en algunas cuestiones fundamentales. Resulta, en cambio, un error pretender un giro parachutado desde arriba con poco razonamiento, nula pedagogía o argumentado tan sólo en la urgencia táctica. Un intento como ése puede producir a corto plazo satisfacciones, pero a medio plazo significa muchos más problemas.

Aznar hizo lo más difícil e inesperado al pactar con Convergència. Lo que resulta lógico y deseable es que esa decisión se traduzca ahora en una evolución de fondo, explicada por él, asumida por todos los suyos y, en definitiva, irreversible. Para eso hace falta paciencia, pero, sobre todo, un discurso ideológico serio y meditado que rompa con la demagogia precedente y cree una posibilidad de sintonía más allá de la táctica. Con ello se ratificaría el rumbo hacia el centro.

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