EL 'CASO GAL'

76 preguntas sin respuesta

El general salió del ascensor y se detuvo un instante junto a un cenicero. Aspiró la última calada de un cigarrillo a la mitad con la ansiedad del fumador que presagia que tardará horas en poder encender otro, y lo aplastó con resignación. Rodríguez Galindo expelió el humo de su última bocanada de libertad y avanzó por el pasillo hasta el juzgado.Entró despacio, seguido por policías y abogados, a la entreplanta que hasta ayer había quedado preservada a los informadores y de la que éstos serían después expulsados. Ayer, alguien se olvidó de hacerlo, y entre los acompañantes del general cundió e...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El general salió del ascensor y se detuvo un instante junto a un cenicero. Aspiró la última calada de un cigarrillo a la mitad con la ansiedad del fumador que presagia que tardará horas en poder encender otro, y lo aplastó con resignación. Rodríguez Galindo expelió el humo de su última bocanada de libertad y avanzó por el pasillo hasta el juzgado.Entró despacio, seguido por policías y abogados, a la entreplanta que hasta ayer había quedado preservada a los informadores y de la que éstos serían después expulsados. Ayer, alguien se olvidó de hacerlo, y entre los acompañantes del general cundió el desconcierto: uno tiró de él hacia la puerta del despacho del juez; otro hacia la secretaría, y un tercero hacia la sala de audiencias. Galindo esbozó una sonrisa de fastidio ante tal descoordinación, impropia, desde luego, de un cuartel. Finalmente siguió a un oficial a la sala de audiencias.

Más información

Eran casi las doce y para entonces llevaba ya dos horas de espera en la comisaría de la Audiencia. Citado para las diez de la mañana, Galindo compareció con puntualidad castrense, pero el interrogatorio se demoró como consecuencia del retraso anunciado por el abogado de la acusación particular, Íñigo Iruin. El juez decidió no privar al abogado del inicio del interrogatorio.

Después de llegar Iruin, transcurrió casi otra hora mientras el juez había salido a tomar café y se instalaba un cable que alimentase el ordenador de la sala de vistas.

Galindo declaró en una sala de audiencias, con toda la escenografía propia de un juicio, pero en la que faltaba la bandera. Quizá la misma con la que su subordinado, el cabo Felipe Bayo, intentó deslomar dos días antes a Iruin.

Galindo se negó a contestar al interrogatorio, lo que no le ahorró las 76 preguntas. Casi tres horas después todo había terminado: el general ya era preso y estaba incomunicado. Pudo entonces volver a encender otro cigarrillo y luego otros dos más para acompañar un almuerzo tardío y emblemático de su nueva situación: bocadillos de sardinas y calamares, una naranja y una manzana. Lo primero que pudieron encontrarle en un establecimiento cercano los policías de la Audiencia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En