Tribuna:LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Sobre la discriminación positiva

Algunas sentencias judiciales recientes han puesto de actualidad el tema de la discriminacion pasitiva, un tema altamente polémico y de difícil tratamiento, pero que sin duda va a adquirir importancia creciente en un futuro donde sectores sociales, cada vez más amplios, intentan favorecer la promoción social de aquéllos que han sido secularmente discriminados en sentido negativo: las mujeres, de modo predominante, y las minorías raciales -muy en particular, los negros-, que cada vez obtienen una mayor presencia en las estructuras de población occidental. En EE UU, según la cual todos los organ...

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Algunas sentencias judiciales recientes han puesto de actualidad el tema de la discriminacion pasitiva, un tema altamente polémico y de difícil tratamiento, pero que sin duda va a adquirir importancia creciente en un futuro donde sectores sociales, cada vez más amplios, intentan favorecer la promoción social de aquéllos que han sido secularmente discriminados en sentido negativo: las mujeres, de modo predominante, y las minorías raciales -muy en particular, los negros-, que cada vez obtienen una mayor presencia en las estructuras de población occidental. En EE UU, según la cual todos los organismos públicos quedaban obligados a contratar en sus servicios un porcentaje determinado de trabajadores negros. Aunque se les sometía a algunas pruebas previas, éstos entraban, sobre todo, por el color de su piel, y el resultado ya lo puede imaginar el lector.En esas circunstancias parece imponerse la discriminación positiva, según la cual, con los mismos niveles de mérito y capacidad para ocupar un determinado puesto, se elige a aquél que pertenece a una minoría tradicionalmente discriminada: si el empate se produce entre un hombre y una mujer, se elige a la mujer; si entre un negro y un blanco, se elige al negro; y así sucesivamente. La lógica de la argumentación puede llevamos a situaciones sorprendentes; pensemos en un país como España, de tradición mayoritariamente católica, y un puesto de trabajo al que llegan en igualdad de méritos un ateo y un católico, pues la discriminación positiva nos llevaría a elegir al ateo. Este argumento, sin embargo, puede ser hábilmente descalificado por un defensor de la Constitución, al señalar que la religión es un asunto de conciencia individual y, por tanto, inhábil para decidir sobre la ocupación de un puesto de trabajo. Se puede, con todo, pensar en otro tipo de situaciones menos difíciles de dilucidar: la equiparación se produce entre un nacional o un extranjero, entre un miembro de alta clase social y otro que no lo es, entre un militante de un partido político y otro que es independiente...

Esta serie de ejemplos nos previenen ya ante una solución fácil y apriorística. No cabe, sin embargo, desconocer su importancia. En un mundo preocupado por los derechos humanos y por la igualdad de oportunidadades, la decisión no es fácil, pues siendo un hecho evidente la existencia de sectores sociales tradicionalmente discriminados en sentido negativo, parece una consecuencia lógica invertir los términos y discriminarlos ahora positivamente para ganar en el futuro el tiempo perdido en el pasado.

Me temo que el argumento es falaz y que deber ser usado con suma precaución. En primer lugar, porque, por mucho que se disfrace enfáticamente de positivo, no deja de ser discriminación, y en un mundo que tiene por objeto prioritario la racionalización de los asuntos humanos, basándose en igualdad jurídica de derechos y oportunidades para todos, cualquier discriminación debe ser evitada. Pero, supongamos que se produce el caso ideal para los defensores de la discriminación positiva; es decir, que un hombre y una mujer, partiendo de una estricta igualdad de oportunidades llegan al final del proceso seleccionador, en indiscernible igualdad de capacidades. Si éste es el caso de la verdad, no me cabe ninguna duda que la elección debe recaer sobre la mujer y que no sólo es lícita, sino deseable, la discriminación positiva.

Mis dudas provienen de que, en efecto, la realidad nos depare esa situación ideal, pues, como sabemos muy bien, el orden de la idealidad rara vez coincide con el de la realidad Y es precisamente en vitud de semejante axioma que yo me atrevo a impugnar la discriminación positiva, no para negarla en toda su radicalidad, sino pra reducirla al mínimo posible.

Mi propuesta es muy simple: tratar de reducir la discriminación al máximo, sea ésta positiva o negativa, pues cualquier elección debe hacerse al margen de toda discriminación, ya que decir discriminación es lo mismo que decir irracionalidad.

En el ejemplo del caso ideal propuesto líneas más arriba, no me cabe la menor duda de que la supuesta equiparación entre hombre y mujer es una abstración motivada por los requisitos o condiciones exigidas por la demanda de trabajo. A ese nivel, creo que puede, en algunos casos, producirse una igualdad de capacidades o destrezas, pero, aunque así fuera, no me cabe duda tampoco de que esos requisitos o exigencias podrían ampliarse indefinidamente hasta definir la mayor capacidad de adecuación de uno de los candidatos.

La conclusión a que me atrevo a llegar, tras el análisis de la cuestión en estas líneas, es que el concepto de discriminación positiva debe usarse ' con máxima prudencia, reduciéndolo en su aplicación a muy contados casos. De hecho, la discriminación positiva debería reservarse a situaciones límite en que se hubieran agotado todas las posibilidades de una elección racional. Este tema de creciente actualiad no es baladí ni marginal en nuestra cultura, ya que se halla afectado por los planteamientos de la posmodernidad, de acuerdo con la cual se replantean actitudes ilustradas que tienden a colocarse en entredicho. El peligro está ahí y debe mantenemos al acecho para que los avances de la civilización no retrocedan a una edad reaccionaria y oscurista. Los viejos ideales de la Ilustración -libertad, igualdad, solidaridad y, por encima de todo, racionalidad crítica- siguen vigentes por mucho que deban rectificarse y reacomodarse en sus primigenios planteamientos.

José Luis Abellán es catedrático de la Universidad Complutense.

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