Las aulas ensimismadas

La Carlos III no ha logrado conferir ambiente universitario a Getafe seis años después de su creación

Como una astronave que aterriza cargada de alienígenas con escafandras. Así describe el vicerrector de Relaciones Institucionales de la Universidad Carlos III, Ángel Llamas, la llegada de un campus universitario a Getafe (144.000 habitantes) en el ya lejano 1989. Por aquel entonces se hacía extraño, ciertamente, que una universidad ultramoderna y de elevadas pretensiones tomara tierra en un municipio industrial desarrollado al hilo de la inmigración de castellanos, extremeños y andaluces a partir de los años cincuenta. Con el paso del tiempo, e se campus de la calle de Madrid ya ...

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Como una astronave que aterriza cargada de alienígenas con escafandras. Así describe el vicerrector de Relaciones Institucionales de la Universidad Carlos III, Ángel Llamas, la llegada de un campus universitario a Getafe (144.000 habitantes) en el ya lejano 1989. Por aquel entonces se hacía extraño, ciertamente, que una universidad ultramoderna y de elevadas pretensiones tomara tierra en un municipio industrial desarrollado al hilo de la inmigración de castellanos, extremeños y andaluces a partir de los años cincuenta. Con el paso del tiempo, e se campus de la calle de Madrid ya no extraña a nadie, y los esfandristas, integrados en el entorno, pueden "salir a la calle sin la bombona de oxígeno", ironiza Llamas, de 31 años. Pero no mucho más. Gran parte de los getafenses de a pie siguen viviendo por completo ajenos, a la Universidad, quizá porque la relación de los alumnos con el entorno es extraordinariamente escasa., Con un plan de estudios como el vigente en "La Carlos" se hace difícil el esparcimiento turístico. Las asignaturas son cuatrimestrales, se requieren cursos de humanidades adicionales con carácter obligatorio y no se tarda más de medio minuto en localizar en el campus a algún alumno dispuesto a confesar que estudia del orden de 12 horas diarias. Ante tan exhaustivo programa de estudios se hace muy complicada la comunicación con el medio. La universidad, y con ella sus casi 6.000 matriculados, se ensimisma en sus propias aulas.

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A medida que aumenta esa aureola de elitismo que el equipo del rector, Gregorio Peces-Barba, atribuye a la formación, menor es el porcentaje de alumnos de la zona que estudian en la Carlos III. En 1992 casi el 40% de estos universitarios vivía en el mismo Getafe o en la zona sur; desde entonces no se han actualizado las estadísticas, pero ningún responsable del complejo universitario duda que la proporción ha descendido en picado. "Esto es un centro público y la gente entra aquí por sus notas, no por su procedencia", recuerda Llamas. "Son las reglas del juego. En compensación, generamos un fenómeno de emulación en los institutos de la ciudad. Los jóvenes de Getafe ahora saben que para entrar aquí hay que trabajárselo".

Y alguno se lo ha trabajado, ciertamente. La número uno de la primera promoción de Derecho (1989-1993) es una vecina de Getafe, María del Carmen Barranco, que dejó aturdido al profesorado con una demoledora nota media global de 9,8. La segunda, también getafense, no le anduvo muy a la zaga: 9,6. Las solemnes ceremonias de graduación se convierten en un espectáculo único e inolvidable para las familias de la ciudad. Pero el elevado nivel académico acentúa una paradoja lacerante: cada vez hay más getaflenses que estudian en la capital mientras a Getafe llega una avalancha de alumnos de toda España, media Europa, Latinoamérica y hasta algún chino.

Buena parte de la legión foránea ha fijado su centro de operaciones en la residencia de estudiantes Fernando de los Ríos, inaugurada el curso pasado. La residencia parece un pequeño burgo autosuficiente. Sus casi 350 habitantes apenas salen de esas paredes para otra cosa que no sea ir al campus (cinco minutos a pie) o c omprar algo de ropa y comida. "Hay clases por la mañana y clases por la tarde. Con que te tomes un café y veas un poco la televisión en el club ya se te ha pasado el día", explican. La inmensa sala de estudios es la única dependencia que permanece abierta durante toda la noche.

Javier Fernández, vallisoletano de 20 años, miembro del consejo de residentes, lleva tres años estudiando en Getafe y es consciente de que en la ciudad no se percibe ambiente universitario por ningún sitio. "Este curso estamos intentando crearlo", anuncia, "y hemos empezado a salir los jueves de marcha. Para descargar lo de la semana, ya sabes". Son 60 o 70 jóvenes dinámicos y con ganas de jolgorio, pero con un problema: nadie sale en Getafe un jueves. "Es cierto", confirma Javier. "A las doce los bares están cerrados. Si hablamos con el dueño nos lo abre a nosotros. Pero así no se conoce a gente del pueblo".Las buenas intenciones aperturistas, pues, quedan de momento en endogamia. Rosa, una peruana de 20 años que llegó a Getafe creyendo que se trataba de un barrio periférico de la capital, confiesa no conocer a nadie de la ciudad, "porque, puestos a salir, cojo el tren y me acerco a Madrid". En cambio, las relaciones entre muchos residentes son espléndidas, añade. "Cuando acabó el curso el año pasado la gente se despidió entre lágrimas".

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