Tribuna:

A vueltas con la transición

La hicimos entre todos, y ahora parece que nos preocupa tanto saber quiénes fueron sus protagonistas, que las peleas que entonces no hubo corremos el riesgo de (¡por fin!) entablarlas en este otoño por tantos conceptos caliente.La transición fue una sinfonía coral sin partitura, que se interpretó en un concierto sin espectadores, porque nadie se quedó fuera del escenario, sino que cada cual o tocaba un instrumento o coreaba con su voz aquello de "Libertad. Amnistía. Estatuto de Autonomía". Y ahora surgen, aupados por otros, tantos directores del concierto, que si lo hubieran sido nada más que ...

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La hicimos entre todos, y ahora parece que nos preocupa tanto saber quiénes fueron sus protagonistas, que las peleas que entonces no hubo corremos el riesgo de (¡por fin!) entablarlas en este otoño por tantos conceptos caliente.La transición fue una sinfonía coral sin partitura, que se interpretó en un concierto sin espectadores, porque nadie se quedó fuera del escenario, sino que cada cual o tocaba un instrumento o coreaba con su voz aquello de "Libertad. Amnistía. Estatuto de Autonomía". Y ahora surgen, aupados por otros, tantos directores del concierto, que si lo hubieran sido nada más que la mitad de los propuestos, la sinfonía coral habría degenerado en algarabía, en ruido sin melodía, en confusión sin ceremonia.

Hay quienes lamentan que la ocasión no se aprovechara para establecer la III República, como si los antecedentes y las circunstancias de la realidad abierta el 20 de noviembre de 1975 no existieran, o como si en lugar de historia hubiera vacío.

Hay quienes afirman que alguien, por lo general un solo hombre, lo tenía todo escrito y bien escrito, hasta el punto de que todo salió tal y como estaba previsto, y precisamente porque estaba previsto.

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Hay también algunos que, preocupados por defender a su candidato retrospectivo a director de orquesta y coro, producen la impresión de haberse olvidado de otros que parecían entonces aliados suyos y a quienes ahora silencian como rivales.

Mientras tanto, los integrantes del coro de aquellos años miran lo que tan bien nos ha contado Victoria Prego, hacen memoria de lo que vivieron, se percatan de que ignoraban mucho de lo que tras los bastidores del escenario estaba ocurriendo, y dan vueltas en sus cabezas a la transición que vieron y no a la que se ha convertido en objeto de apropiación por el mejor postor. Por mi cuenta y riesgo quisiera añadir algo, poco y no muy original, a lo ya dicho, que es mucho y en ocasiones más interesado que interesante.

Como no hubo partitura, nadie pudo actuar como director del concierto, cuya función consiste en eso, en interpretar la música escrita. No hubo un hombre solo que llevara en su mano la batuta. Ni siquiera el Rey. Nunca me ha gustado la expresión que le atribuye el haber sido "el motor del cambio", porque eso significaría que sin ese motor no habría habido movimiento. Nada más lejos de mi intención que restar ni un átomo de mérito al que es justo reconocer al Rey. Pero no como motor, sino como catalizador. Su mérito no fue impulsar un movimiento, dejando tal vez que otros, u otro, manejara el volante y eligiera la dirección, sino que consistió en percibir con enorme sensibilidad y magnífica información lo que la sociedad quería, en adivinar y escuchar lo que el pueblo español (¿por qué no hablar de este sujeto tan sufrido y tan modesto?) pensaba y en conducir el proceso por el rumbo intuido. Es mucho más difícil y tiene muchísimo más mérito ser un lúcido catalizador de sensibilidades quen motor acaso ciego del cambio. Al asumir y transformar las más diversas opciones democráticas, el Rey logró reunirlas bajo el símbolo común de la Monarquía integradora. Mi segunda observación consiste en recordar algo que quienes vivimos aquello rememoramos con orgullo y sin arrepentimiento: la viva solidaridad que entonces hubo entre todos los españoles demócratas. El grito antes recordado se clamaba por igual en Salamanca o en Madrid, en Barcelona o en Valencia, con la única hermosa variante de la lengua en que se decía, por citar sólo las cuatro ciudades en las que quien esto escribe coreó con emoción y convicción aquellas palabras. Todas las gargantas sabían lo que pedían: para quién querían la amnistía (¿se ha olvidado esta página en algunas tierras y ciudades?), para quiénes en mayor medida la autonomía, para todos la libertad. Luego resultó, por ejemplo, que la amnistía no logró milagros, que la autonomía era más difícil de lo que parecían creer algunos, y que la libertad, siendo como es hoy real, más real que nunca, es al mismo tiempo un bien en sí misma, el más preciado, y un método, pero no una panacea. No obstante, entre todos conseguimos la mayor parte de lo que entre todos nos propusimos. Recordémoslo como obra colectiva, como algo que nos une, cuando todo o casi todo parece, enfrentamos como si no tuviéramos raíces comunes.

La tercera idea que quisiera expresar es que si partitura no hubo, lo que sí sabíamos muy bien todos los españoles, salvo unos cuantos poderosos energúmenos que nunca. han de faltar, es que queríamos pasar de la dictadura a la democracia sin violencia. Esa fue la esencia de la transición, la fórmula unánime que subía desde abajo. Cómo hacerlo, qué caminos era necesario seguir, por dónde aconsejaba la prudencia que fuéramos y por dónde no eran cosas, que se fueron resolviendo día a día, problema a problema, a medida que los obstáculos eran amontonados por los energúmenos, a veces asesinos. Decir que la transición fue obra colectiva no equivale a pensar, ni, por un momento, que todos cumpliéramos el mismo papel, o papeles de la misma importancia. Semejante tontería no se le ha ocurrido, todavía, a nadie. Quienes desde el poder dirigieron el proceso, pues proceso fue aquello y no flor de un día, plantearon cada problema a su tiempo, ordenaron las cuestiones y gobernaron muy bien la dificilísima operación. Nadie debe escatimar al presidente Suárez sus enormes aciertos. Pero también es necesario y justo reconocer que quienes ejercían la oposición desde opciones democráticas se opusieron muy bien, pues el consenso no fue resultado de una misteriosa coincidencia, sino fruto del equilibrio de responsabilidades y de la convergencia de todos en un único propósito: el cambio profundo de régimen, político desde la dictadura a la democracia sin violencia, porque eso era lo que el pueblo quería. Lo que coreaba en las manifestaciones callejeras.

Mi cuarta y última observación es que no resulta convincente la afirmación de que estemos viviendo una segunda transición. Aquel proceso histórico fue único y es irrepetible. Que nadie nos lo vulgarice disfrazando de nueva o segunda transición lo que es otra cosa, una difícil etapa de la democracia entonces nacida, pero de ninguna manera una segunda edición o una prolongación de aquello que entré todos tan bien hicimos.

Entre todos.

Francisco Tomás y Valiente es catedrático de Historia del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

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