Tribuna:

El héroe musical

Una de las cosas peores de la vida es no saber casi nunca cuándo es la última vez de nada, o cuándo algo que nos entusiasma se acerca a su fin. No supimos en su momento que aquélla era la última novela de Bernhard o de Benet, o aquélla la película postrera de Hitchcock o de Buñuel. Demasiado a menudo lo último resulta serlo y no lo previmos, y al llegar el término tenemos la sensación de que lo que hubo no basta, y de que no disfrutamos a conciencia las ocasiones finales: si hubiéramos sabido que ya no iba a haber más...Ahora resulta que ésta ha sido la última temporada de Emilio Butrag...

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Una de las cosas peores de la vida es no saber casi nunca cuándo es la última vez de nada, o cuándo algo que nos entusiasma se acerca a su fin. No supimos en su momento que aquélla era la última novela de Bernhard o de Benet, o aquélla la película postrera de Hitchcock o de Buñuel. Demasiado a menudo lo último resulta serlo y no lo previmos, y al llegar el término tenemos la sensación de que lo que hubo no basta, y de que no disfrutamos a conciencia las ocasiones finales: si hubiéramos sabido que ya no iba a haber más...Ahora resulta que ésta ha sido la última temporada de Emilio Butragueño en el Real Madrid y que apenas lo hemos visto jugar; no tenemos nítido en la retina su último gol (¿cuál fue?), ni siquiera su última alineación. Recuerdo que uno de los mayores disgustos de mi infancia fue enterarme de que ya había tenido lugar, sin que yo lo supiera, la despedida de Alfredo Di Stéfano de nuestro equipo. Algunos niños de entonces seguimos durante un par de temporadas con inusitada zozobra la trayectoria del Español,. deseando en nuestra ingenuidad que Di Stéfano jugara allí tan bien que el Madrid no tuviera más remedio que recuperarlo. Ahora no es lo mismo: será difícil interesarse por un absurdo club japonés de nombre mitad operístico y mitad motociclista.

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Los futbolistas no tienen edad para los aficionados: quien lo es desde chico los ve ya siempre como mayores que uno mismo porque los ve con admiración. Son, simplemente, "nuestros jugadores", y aunque uno vaya cumpliendo años no percibe de manera distinta a Gento, Velázquez, Santillana, Valdano o incluso Raúl. El caso de Butragueño ha sido excepcional también en este sentido. Se le ha llamado el Buitre, pero también El Niño ("Gol del Niño!", gritaban los locutores). No creo que esto se deba sólo a su aspecto infantil o a que se le haya visto crecer sobre el césped de Chamartín, sino más bien a que en su juego había algo desinteresado, de imposible o sobrenatural. La afición merengue lo percibió siempre un poco como cuentan las Escrituras que se percibió a Jesús entre los doctores, o como el pobre Leopold Mozart debió de sentir a su hijo Wolfgang Amadeus, ambos pueri aeterni de vida corta. También la vida del Buitre ha sido corta como jugador si miramos su edad, y resulta aún más corta hoy, cuando al acabarse ya tiene su número: tantos partidos, tantos goles. Parece increíble que no vaya a haber más. Menos mal que existe el vídeo, y si se hace uno del Niño yo, sin duda, lo compraré.

Pero aunque no fuera así. La memoria futbolística es confusa pero muy selectiva, y lo que escoge lo ve con claridad para siempre. Esa memoria verá a Butragueño andando por el campo con un defensa a su lado; iniciando una carrera sin balón, que interrumpirá; luego, en la esquina del área, con el balón parado como si no fuera suyo y estuviera al alcance de cualquier rival. Se ha dicho que entonces Butragueño pensaba más rápido que los demás, y yo no lo creo así: la sensación que siempre he tenido ante sus mejores jugadas es que él no pensaba y los otros sí, y que por eso no podían seguirlo ni frenarlo ni anticiparse. Su fútbol prescindía hasta del pensamiento y, por tanto, carecía de significado.

El de nuestro héroe actual, Laudrup, sí es pensado, es literario, tiene significación. El de Butragueño, que ya no lo veremos, era en cambio musical y carece de explicación. Como la música, sólo puede tararearse, nada más.

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