Tribuna:

El casino global

La caída del dólar, provocando la devaluación de la peseta y otras monedas europeas, plantea de nuevo la peligrosa inestabilidad de la economía global. Si consideramos además las crecientes tensiones especulativas en los mercados financieros, puestas en evidencia por la bancarrota del venerable Banco Barings, hay motivos para pensar que se está alcanzando un punto de ruptura en la difícil relación entre la liberalización de mercados y la previsibilidad de la vida.Aunque interpretaciones interesadas han querido relacionar la fragilidad de la peseta al clima político del país, en realidad nuestr...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La caída del dólar, provocando la devaluación de la peseta y otras monedas europeas, plantea de nuevo la peligrosa inestabilidad de la economía global. Si consideramos además las crecientes tensiones especulativas en los mercados financieros, puestas en evidencia por la bancarrota del venerable Banco Barings, hay motivos para pensar que se está alcanzando un punto de ruptura en la difícil relación entre la liberalización de mercados y la previsibilidad de la vida.Aunque interpretaciones interesadas han querido relacionar la fragilidad de la peseta al clima político del país, en realidad nuestra moneda ha sufrido el embate de la revaluación del marco, consecuencia de la caída del dólar, a su vez resultado de acontecimientos en México y en Japón: la factura del terremoto de Kobe obligó al Gobierno japonés a vender parte de los bonos del Tesoro americano que detenta; y la devaluación del peso mexicano amenazó las finanzas de ese país, sostenidas por un préstamo americano de 20.000 millones de dólares que, de perderse, incrementaría el déficit americano. La salida de capitales invertidos en EE UU hacia las monedas consideradas más fuertes, el marco y el yen, revaluó de hecho dichas monedas, rompiendo los equilibrios internos del sistema monetario europeo, desplazando capitales hacia el marco y forzando la devaluación de la peseta. Pero hay dos hechos importantes en esa cadena causal: por un lado, una vez más, la intervención de los bancos centrales en los mercados no pudo invertir el flujo de capitales en el mercado de divisas, por su enorme dimensión: 1,2 billones de dólares por día; por otro lado, ni en el caso de la economía española ni de la economía americana la debilidad de la moneda tiene mucho que ver con la evolución reciente de dichas economías. Así, en Estados Unidos desde hace tres años el crecimiento económico es el más alto de la década y se han creado seis millones de nuevos puestos de trabajo. Y en cuanto a su famoso déficit presupuestario, en 1995 representa el 1,8% de su PIB, mientras que el de Alemania equivale al 2,4% (la factura de la reunificación que aún estamos pagando todos los europeos).

La fuente de la inestabilidad monetaria está en la contradicción entre la globalización de los mercados, permitida por las nuevas tecnologías, y el particularismo nacional de las divisas. Si desde cualquier parte del planeta con una instrucción de ordenador se pueden comprar y vender acciones o divisas en otra parte, y si el movimiento puede invertirse en minutos o segundos, es lógico que haya un movimiento constante de capitales hacia las zonas de mayor rentabilidad, real o anticipada. Pero sobre este movimiento natural de capitales opera otro flujo, a veces más importante, de movimientos especulativos, es decir, de movimientos suscitados a partir de una apuesta, a la baja o al alza, sobre la evolución previsible de monedas o valores en los próximos meses, días o minutos.

Si la lógica de los mercados monetarios es crecientemente subjetiva, los mercados financieros en su conjunto están siendo dominados por una diversificación creciente de los mecanismos de inversión, cada vez más separada de la economía de las empresas. En particular, se ha asistido en los últimos años a unaauténtica explosión de los mercados de futuro y de instrumentos financieros derivados. Se trata, en el sentido estricto, de apuestas sobre la evoluciónón de los valores de acciones y de mercancías en mercados específicos, así como de la compraventa de opciones de compra sobre valores bursátiles y materias primas. La sofisticación de las apuestas es tal que sólo puede efectuarse mediante complejos programas informáticos, buena parte de cuyas decisiones están automatizadas para poder incrementar la velocidad de la transacción, ganando con ello preciosos segundos sobre la competencia. En el mundo abstracto de los economistas no plantea excesivos problemas quién gane y quién pierda la apuesta, porque en su conjuntó se compensan y el mercado tiende al equilibrio. Pero como los capitales están conectados a las empresas e instituciones (por ejemplo, fondos de pensiones o bonos municipales) y como sus movimientos afectan a los tipos de interés y de cambio, las bruscas fluctuaciones del mercado y la localización geográfica de ganadores y perdedores afectan a las empresas concretas, a sus directivos, a sus trabajadores y a las ciudades y regiones en las que están localizadas. Tras la tormenta especulativa viene la calma financiera, pero sobre un campo de ruinas industriales.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El actual sistema financiero es, de hecho, extremadamente reciente. Se ha formado en la última década sobre la base de dos fenómenos: la desregulación nacional e internacional de los mercados financieros; el desarrollo tecnológico de un sistema de telecomunicaciones e informática que permite gestionar en tiempo real el capital de cualquier origen en el conjunto del, planeta. La apertura de los llamados mercados emergentes, en particular en Asia y en América Latina, ha provocado una auténtica euforia inversora, semejante a la que se vivió en España en los años inmediatamente posteriores a nuestra integración en Europa (¿se acuerda qué fácil parecía todo en ese momento?). En el mundo andan flotando 1,4 billones de dólares de deuda emitida por los distintos Gobiernos, mediante los cuales financian en buena parte sus economías a partir del ahorro global, pero con la obvia dependencia de los movimientos de dicho ahorro. En lo que llevamos de los años noventa, tan sólo los inversores americanos han gastado 300.000 millones de dólares en valores extranjeros. Añadiendo inversión directa, Estados Unidos ha invertido en el mundo el 3% de su PIB, es decir, un tercio más que lo que costó todo el Plan Marshall para reconstruir Europa después de la guerra mundial. Pero. esto va a cambiar este año, en el que se calcula que se invertirán menos de 30.000 millones de dólares en valores extranjeros. Se puede acabar la euforia de Buenos Aires.

La circulación incontrolada de capital y la capacidad tecnológica para generar ganancias infinitamente mayores en movimientos bursátiles que en inversión empresarial están desarticulando la economía mundial, haciéndola imprevisible y, por tanto, desincentivando toda inversión que necesite tiempo para fructificar. Es la cultura del pelotazo informacional.

¿Soluciones? Hay quien avanza la razonable idea de un depósito (por ejemplo, del 30%) en inversión real, sobre el total de la inversión nominal (puesto que buena parte de lo que se invierte es capital por venir). Parece difícil que en el actual sistema de desregulación tal control sea aceptado por los sistemas financieros de todos los países. Y basta con que algunos mercados no sigan el acuerdo para que se haga impracticable, porque los circuitos informáticos no conocen fronteras. Para controlar las crisis monetarias, importantes voces, como la de Greenspan, el presidente del Banco Central Americano, sugieren la vuelta al patrón oro. Otros piensan en un sistema de valores fijos entre el dólar, el yen y el marco, oficializando la dominación mundial de estos tres países. Sin embargo, la fluidez de la actual economía global desafiará probablemente cualquier intento concertado de control, en la medida en que siempre se pueden encontrar monedas, valores y mercados desde los que especular contra el valor-estándar. En realidad, en las coordenadas políticas, tecnológicas, económicas y financieras actuales no hay solución a la inestabilidad estructural. Si quiere un consejo práctico, invierta en su vida y en la de sus hijos, porque el dinero, ningún dinero, ya no es un valor seguro.

Manuel Castells es profesor-investigador del Instituto de Economía Internacional de la Universidad de Berkeley.

Archivado En