Tribuna:

Lezama

Hace veinte años que el cura Lezama abrió la Taberna del Alabardero y en ese tiempo la ha convertido en una de las obligadas estaciones de la gastronomía madrileña. Para establecerse como tabernero no necesitó aprender a guisar, pero tuvo, que obtener el permiso del cardenal Tarancón, entonces arzobispo de Madrid.Don Vicente, hombre comprensivo, fumador de picadura selecta, seguidor del Athletic de Bílbao y autor de la más importante homilía de nuestra historia contemporánea, no se escandalizó en absoluto de que un cura de su diócesis quisiera poner un restaurante. Conocía a Lezama y sabía que...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hace veinte años que el cura Lezama abrió la Taberna del Alabardero y en ese tiempo la ha convertido en una de las obligadas estaciones de la gastronomía madrileña. Para establecerse como tabernero no necesitó aprender a guisar, pero tuvo, que obtener el permiso del cardenal Tarancón, entonces arzobispo de Madrid.Don Vicente, hombre comprensivo, fumador de picadura selecta, seguidor del Athletic de Bílbao y autor de la más importante homilía de nuestra historia contemporánea, no se escandalizó en absoluto de que un cura de su diócesis quisiera poner un restaurante. Conocía a Lezama y sabía que su intención no era exactamente abrir un negocio, sino hacer algo por alguien. O, dicho de otro modo, sabía que entre los pucheros del Alabardero andaría el Dios de Teresa de Jesús.

En el 74, un sacerdote capaz de cohonestar la misa con la mesa, o, si se quiere, la casulla con el mandil, era una notable muestra del aggiornamento de la Iglesia católica. Veinte años después, este cura vasco, que, como párroco de Chinchón, empezó ayudando a un grupo de maletillas a ganar la gloria del toreo (uno de ellos, El Bormujano, lo consiguió o poco menos), ha fundado restaurantes y tabernas, la última de ellas, con gran éxito, en Washington, para seguir manteniendo su empeño sacerdotal.

No pregunta a quienes quieren trabajar con él si tienen experiencia en el oficio ni le preocupa, al contrario, que tengan tras de sí experiencias menos recomendables que la de no tener ninguna. Y, habiendo triunfado, como tabernero (ahora se dice restaurador), sigue siendo cura, "el cura" por antonomasia para los amigos:

Entre poner la mesa y decir la misa anda Luis de Lezama, como se comprenderá, bastante ocupado. No es poco trabajo vender vino hasta hasta altas horas de la noche y, de madrugada, consagrarlo. Pero lo lleva bien gracias a su carácter emprendedor y a su insuperable majez.

Ahora, para este aniversario, ha escrito un libro en el que, después de contar su vida como fundador, ofrece recetas de sus fogones que, nunca mejor dicho, van a misa.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En