Editorial:

Sospecha y ocultación

EL MINISTRO Belloch ocultó el martes a la opinión pública un dato fundamental: que la entrega de Roldán a la policía española estaba condicionada a la aceptación de que sólo sería juzgado por dos de los siete delitos de que estaba acusado. La decisión política de aceptar esa condición es defendible. ¿Por qué, entonces, en lugar de defenderla, fue escamoteada por Belloch en su comparecencia del martes? El argumento de que lo hizo por respeto al secreto del sumario no se sostiene: la negociación de Estado a Estado en que se basa la extradición nada tiene que ver con que el sumario afectado sea s...

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EL MINISTRO Belloch ocultó el martes a la opinión pública un dato fundamental: que la entrega de Roldán a la policía española estaba condicionada a la aceptación de que sólo sería juzgado por dos de los siete delitos de que estaba acusado. La decisión política de aceptar esa condición es defendible. ¿Por qué, entonces, en lugar de defenderla, fue escamoteada por Belloch en su comparecencia del martes? El argumento de que lo hizo por respeto al secreto del sumario no se sostiene: la negociación de Estado a Estado en que se basa la extradición nada tiene que ver con que el sumario afectado sea secreto o haya dejado de serlo -lo que en el de Roldán, por cierto, ocurrió ayer-. Belloch pudo haber dicho que correspondía a los tribunales interpretar si las condiciones contenidas en el escrito del Gobierno de Laos eran o no vinculantes con vistas a la instrucción del sumario; pero es inadmisible que ocultara la existencia, como un dato previo, de esa limitación.El error no está, pues, en la forma como Roldán ha sido puesto a disposición de la justicia, sino en la ocultación del precio político pagado para conseguir ese objetivo. No es un error de detalle. Nunca lo será que un ministro oculte información. Pero en este caso, además, esa ocultación no puede dejar de alimentar la sospecha. Roldán había amenazado con revelar información comprometedora. Luego la transparencia total era condición previa para no dar pábulo a la hipótesis de un pacto de silencio a cambio de un tratamiento favorable, o lo más favorable posible, para el reo. Es cierto que, si se trata de eso, el Gobierno pudo simplemente haber evitado la captura; pero también es posible que fuera el propio Roldán quien hubiera decidido entregarse. Tal vez no haya sido así, pero no se negará que la ocultación de un dato tan importante como la limitación de los delitos sobre los que será juzgado alimenta esa suspicacia. Luego, como mínimo, el ministro cometió un grave error. Político, precisamente.

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Ciertamente, lo importante, o lo más importante, era que Roldán fuera puesto a disposición de la justicia. Y, por otra parte, los delitos de malversación y cohecho permiten investigar las dos fuentes determinantes del enriquecimiento supuestamente ilícito de Roldán: los fondos reservados y las comisiones ilegales. Por tanto, si la opción se planteaba entre aceptar las condiciones impuestas y correr el riesgo de que el ex director general de la Guardia Civil siguiera en situación de prófugo, Belloch hizo bien en elegir la primera alternativa. Incluso asumiendo el riesgo de ser criticado por ello. Algunos lo han hecho con argumentos demagógicos: sometimiento de la soberanía nacional a la imposición de un pequeño y dictatorial país tercermundista, etcétera. Es subestimar a la sociedad española suponer que la mayoría de la población iba a seguir en eso a los críticos. Si Belloch lo hubiera explicado, la gente lo habría entendido. Lo que no se entiéndeles precisamente que se lo callara.

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La única atenuante imaginable es que no se ve qué beneficio esperaba obtener el ministro de tina ocultación que difícilmente podría durar más de 214 horas: se supone que Roldán tenía copia del papel de las autoridades. laosianas, y que, en todo caso, su contenido se conocería tras levantarse para las partes -incluyendo las acusaciones particulares- el secreto sumarial. Y la simple euforia, el deseo de no empañar un éxito presentado como espectacular o la conveniencia de elevar la moral de los cuerpos de seguridad, tan afectados por el escándalo Roldán, no parecen explicaciones suficientes.

Que encontrar a Roldán era cosa muy difícil, nadie lo duda. Y que para lograrlo la policía española habrá tenido que entrar en contacto con los más diversos bajos fondos, tampoco es cosa que sorprenda. No se trata de que el ministro, tenga ahora que explicar las sin duda complicadas gestiones, por encima de la mesa o bajo ella, realizadas para descubrir el paradero de Roldán, o, en su caso, para provocar en el prófugo tal sensación de acoso que optara por entregarse. De lo que se trataba el martes era, sencillamente, de no ocultar la verdad; de admitir que, por mucho que en su fax Belloch hubiera, insistido en los siete delitos por los que era reclamado Roldán, el Gobierno español había aceptado tácitamente las condiciones impuestas por el de Laos. Y que ése era el precio político pagado para que Roldán durmiera esa noche en la prisión de Ávila.

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