La inoportuna indisposición de Conchita y la rifa fínal

Minutos antes de salir a la pista del salón, las debutantes aprovechaban los espejos de los ascensores para pintarse; o repasaban minuciosamente en el vestíbulo la caída del vestido; o ensayaban con su compañero, por enésima vez, el un, dos, tres y vuelta del vals. Eran los nervios. Y los nervios, o la mala suerte, se la jugó a una de las chicas, Conchita, de la que el público comentaba su belleza y su palmito a la hora de llevar un vestido. Una "leve alergia" la privó del segundo baile. Pero no importó. El maestro de ceremonias comentó "la espontaneidad" de estos actos, anuncio que una sustit...

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Minutos antes de salir a la pista del salón, las debutantes aprovechaban los espejos de los ascensores para pintarse; o repasaban minuciosamente en el vestíbulo la caída del vestido; o ensayaban con su compañero, por enésima vez, el un, dos, tres y vuelta del vals. Eran los nervios. Y los nervios, o la mala suerte, se la jugó a una de las chicas, Conchita, de la que el público comentaba su belleza y su palmito a la hora de llevar un vestido. Una "leve alergia" la privó del segundo baile. Pero no importó. El maestro de ceremonias comentó "la espontaneidad" de estos actos, anuncio que una sustituta supliría a la enferma, y Conchita compartió el aplauso con todos sus compañeros.Aunque la ceremonia tiene su origen en los tiempos dorados del Imperio austrohúngaro (no en vano muchos de los jóvenes eran de origen alemán) y destila un inconfundible. aire de película de Sissi, no ha escapado al paso del tiempo: una vez terminado el baile, el maestro de ceremonias agarra el micrófono e informa de que se iba a proceder al sorteo. El neófito se asombra: "¿Sorteo?". "Sí, señor, un sorteo".

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Pero no de cualquier tipo: un estudiante de derecho "futuro notario", según el maestro de ceremonias, oficia de secretario, y las manos inocentes de unos niños (que previamente habían entregado ramos de flores por doquier) se encargaron de extraer el primer número agraciado púa el primer objeto sorteado: un acondicionador, portátil de aire. Le tocó a un caballero que se acercó a recogerlo envuelto en su esmoquin. Después se fueron entregando algunos cuadros que algunas damas artistas donaron a la celebración, esculturas, sesiones gratis de fotografía... Para terminar el concurso se sorteó "un fenomenal viaje a París para dos personas cedido por El Corte Inglés".

Los debutantes también tuvieron su concurso: un viaje, cómo no, a Viena. Cada joven recogió un número y lo guardó en secreto. Después, la archiduquesa de Habsburgo se encargó, en persona, de dar la suerte eligiendo su número favoríto, el siete.

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