El 'western' psicoanalítico de O. J. Simpson

El caso reúne elementos eternos del cáracter norteamericano: la fama, la ambición, el sexo, el racismo, la pasión por la justicia, el castigo y la compasión,

La historia de Estados Unidos se ha escrito tanto sobre las praderas del Oeste y el asfalto de las autopistas como sobre el parqué de las salas de los tribunales. Del mismo modo que un duelo de pistoleros en O. K. Corral forma ya parte lo mismo de la leyenda que de la historia que del subconsciente de los estadounidenses, el interés que el juicio de O. J. Simpson despierta hoy en este país no es casual. El caso reúne elementos eternos del carácter norteamericano y conflictos latentes de esta sociedad: la vulnerabilidad de los héroes, el poder del dinero, la fama, la ambición, el sexo, el racis...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La historia de Estados Unidos se ha escrito tanto sobre las praderas del Oeste y el asfalto de las autopistas como sobre el parqué de las salas de los tribunales. Del mismo modo que un duelo de pistoleros en O. K. Corral forma ya parte lo mismo de la leyenda que de la historia que del subconsciente de los estadounidenses, el interés que el juicio de O. J. Simpson despierta hoy en este país no es casual. El caso reúne elementos eternos del carácter norteamericano y conflictos latentes de esta sociedad: la vulnerabilidad de los héroes, el poder del dinero, la fama, la ambición, el sexo, el racismo, la pasión por la justicia, el ansia por conocer la verdad, la necesidad del castigo y la capacidad de compasión.Todo eso que con frecuencia se combina en la imaginación cinematográfica aparece en los juicios de forma real, con personajes de carne y hueso. Los Menéndez, Bobbit, Heidi Fleiss, Kennedy Smith, incluso Anita Hill, fueron ejemplos recientes. O. J. Simpson, el personaje más popular juzgado por asesinato en todo este siglo, es la expresión máxima de un fenómeno al que la presencia de la televisión convierte en espectáculo de masas.

¡Cómo sustraerse a un acontecimiento así! Algunos intelectuales norteamericanos lo han intentado sin éxito. La prensa amarilla se ha cebado en el caso. Pero los medios de comunicación de mayor calidad y rigor profesional también han convertido éste en su tema. Incluso los que confiensan en las encuestas estar hartos de oír hablar de O. J. Simpson devoran la enorme producción escrita y televisiva sobre este asunto. Vendedores de camisetas, casetes y posters alusivos hacen su agosto en la puerta del tribunal. El propio acusado ha escrito ya un libro en el que cuenta su versión, y se dice que prepara una entrevista en exclusiva por la que cobrará los 10 millones de dólares que necesita para pagar a sus abogados. Más libros, películas y series irán apareciendo con seguridad en los próximos meses. Es el tema de conversación en todos los rincones del país. Cada norteamericano tiene una opinión sobre los acontecimientos ocurridos el 12 de junio de 1994 en una lujosa mansión de Los Ángeles.

Violencia

"El 12 de junio de 1994, después de una violenta relación durante la que el acusado le pegó, la humilló, la controló, le robó su juventud, su libertad y su autoestima, cuando ella trataba de ser libre, Orenthal James Simpson le quitó también su vida en un último acto de control", relató esta semana Marcia Clark, la jefa del equipo acusador, en su discurso de apertura del juicio. Junto a Nicole Simpson, la ex mujer de O. J., aquel día fue asesinado también Ronald Goldman, cuyo único papel en esta historia fue el de estar junto a la principal protagonista en el momento del crimen.

Marcia Clark sostiene que O. J. Simpson mató por celos. "La quería demasiado. Ese fue mi problema", había confesado meses antes el propio O. J. ante la tumba de ¿su víctima?

Nicole Simpson era una preciosa rubia de 17 años cuando O. J. la encontró como camarera de un café en 1977. El corpulento negro era ya entonces una celebridad, una leyenda del fútbol americano capaz de poseer todo lo que deseaba, incluida Nicole. La vida entre ambos, según el relato del fiscal Christopher Darden, fue una continuación de malos tratos, amenazas y celos que no terminaron cuando Nicole pidió el divorcio en 1992. O. J. perdió más de diez kilos, suplicó perdón, persiguió a su mujer, la observaba por la ventana mientras ella hacía el amor con otros hombres. No fue capaz de salir adelante sin ella. Su famoso rostro seguía apareciendo en los anuncios de la televisión y su figura seguía siendo puesta como ejemplo para las nuevas generaciones de muchachos negros, pero O. J. era un hombre atormentado y solo que buscaba refugio en los brazos de su madre.

En mayo de 1994, O. J. hizo el último intento de aproximación con el único recurso que le quedaba, el dinero. Compró un valioso brazalete que le entregó a Nicole como regalo de reconciliación, pero ella se lo arrojó a la cara y le pidió que aceptase la realidad de que ya no estaba enamorada de él. Unos días después le rebanaron el cuello con una nava a de caza.

Ahí entran en escena los demás personajes de la historia:

Al Cowlings: el amigo que conducía el jeep Bronco blanco en el que O. J. fue perseguido por las calles de Los Ángeles por policías, periodistas y curiosos en una de las escenas más insólitas de la televisión universal.

Robert Shapiro: el primer abogado de O. J. Una personalidad en el círculo de poder de California, donde ha ganado más de 10 millones de dólares y ha hecho ganar a sus clientes más de 100 en algunos de los casos más famosos de los últimos años. Los detalles de su extravagante vida personal son hoy conocidos por todos los norteamericanos.

Johnnie Cochran: el abogado que lleva la voz principal de la defensa durante el juicio, después de haber desplazado del primer plano a Shapiro. El hombre con quien cada noche habla O. J. Un veterano en causas de minorías que ya se hizo famoso por la defensa de Michael Jackson por la acusación de abuso de menores.

Marcia Clark: la brillante fiscal. Antigua bailarina que ha reformado su peinado y su ropa para aparecer más solemne ante el jurado.

Lance Ito: el juez. Un pequeño pero implacable hombre de origen asiático que trata de mantener a raya a la prensa, pero que también cayó en la tentación de conceder una entrevista a la televisión sobre su carrera y su vida junto a una agente de policia.

Mark Fuhrman: el detective. El agente que encontró el guante con sangre de O. J. y de las víctimas, la principal prueba del delito. Su prestigio como testigo está hoy en duda porque se ha comprobado que en el pasado utilizó la palabra nigger (negro en sentido despectivo).

El jurado: finalmente las nueve mujeres y tres hombres que decidirán si O. J. Simpson es culpable o inocente: una vendedora negra de 50 años, una azafata negra de 25, una profesora latina de 52, un camionero negro de 32, una trabajadora por cuenta propia negra de 37, un representante de ordenadores negro de 43, una encuestadora negra de 28, una enfermera latina de 38 años, un cartero negro de 52, una secretaria blanca de 63, una agente de seguros blanca de 22 y un mensajero negro de 46. Para su protección, el juez les ha obligado a permanecer completamente aislados hasta que concluya el proceso, lo que puede significar meses. Sólo podrán recibir visitas familiares bajo supervisión los miércoles y los fines de semana, pero nada de relaciones conyugales, ni televisión o periódicos.

A falta de pruebas contundentes, como testigos presenciales o confesión de culpa, el juicio se convierte en un ejercicio psicológico para tratar de influir al jurado. Una mirada, un gesto, el tono de una frase pueden ser decisivos para convencer a una de las doce personas decisivas. Por eso una foto en la que el acusado abraza a uno de sus dos hijos llega a despertar una tremenda polémica. Y por eso la acusación se resistió a que O. J. exhibiera ante el jurado su cuerpo maltratado por las cicatrices de su carrera deportiva.

La acusación ha construido su caso. sobre el pasado de violencia de Simpson con la víctima, y sobre las huellas de sangre. La defensa construye el suyo sobre la falta de pruebas determinantes. Pero lo que más puede ayudar o perjudicar a O. J. es él mismo. Todavía se ignora si el propio acusado será llamado a declarar. Pero el abogado Cochran ya ha empezado a hacer de él una víctima, como el boxeador Mike Tyson o el cantante Michael Jackson, del establecimiento blanco, lo cual no es un argumento desestimable ante un jurado integrado por ocho negros.

Archivado En