El testamento de Mitterrand

De repente se hizo el silencio. Cuerpo. débil del que surgía una voz inexplicablemente enérgica y modulada, François Mitterrand dominó, como nunca, la escena. Todos quedaron súbitamente pequeños cuando el anciano y frágil presidente de la República francesa tomó la palabra para explicar los propósitos de su país al iniciar la presidencia semestral de la UE: unos objetivos modestos (sobre el paro, política exterior e identidad cultural), que realzó con un discurso apasionado en tono de testamento político.Crecientemente seducidos, los parlamentarios sellaron sus palabras con ovación de gala. No...

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De repente se hizo el silencio. Cuerpo. débil del que surgía una voz inexplicablemente enérgica y modulada, François Mitterrand dominó, como nunca, la escena. Todos quedaron súbitamente pequeños cuando el anciano y frágil presidente de la República francesa tomó la palabra para explicar los propósitos de su país al iniciar la presidencia semestral de la UE: unos objetivos modestos (sobre el paro, política exterior e identidad cultural), que realzó con un discurso apasionado en tono de testamento político.Crecientemente seducidos, los parlamentarios sellaron sus palabras con ovación de gala. No hubo excepción. Ni siquiera la del comisario Leon Brittan, que empezó la reunión dando la espalda al orador y la terminó en actitud reverente.

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Mitterrand no sólo desgranó el programa francés, ya conocido, para este semestre. Fue más allá, sobre todo en los capílulos cultural y social. "Europa debe reencontrar la adhesión de sus ciudadanos, porque los grandes espacios abiertos provocan angustia", fue su punto de partida. ¿Cómo hacerlo? "Encarnando a Europa no sólo en los balances económicos, sino dándole un alma", a saber, la identidad cultural, de por sí plural.

Sobre la marcha el presidente alumbró dos nuevas iniciativas culturales. Una, "que no cuesta nada y podemos hacer ya", es "ampliar a los Quince las grandes representaciones emblemáticas culturales", las orquestas de jóvenes, las traducciones literarias, y un nuevo, impulso a la capitalidad cultural. Otra, crear una gran fundación "para ayudar a los países de Europa del Este a poner en marcha un programa de renovación de sus museos y bibliotecas, de su arquitectura, de su enorme patrimonio" porque esos países son "ricos en creadores". "La Europa de las culturas", dijo, "es la Europa de las naciones contra la de los nacionalismos".

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Mitterrand revistió las iniciativas francesas de imponer el aprendizaje escolar de dos lenguas comunitarias y de fomentar la industria audiovisual con una proclama plurilingüista: "No sólo el gaélico o el neerlandés", sino también las lenguas de "Francia, Italia o Alemania están amenazadas, pues parece no haber más cultura que la inglesa / americana". Sólo "ésta y la española tienen capacidad de reaccionar. Y yo quiero seguir hablando mi lengua", dijo.

"Éste es uno de mis últimos actos públicos", dijo, grave ante el abarrotado hemiciclo, para recordar que su generación vivió las dos guerras europeas: "Es esto lo que hemos hecho, la reconciliación", musitó. "Pero la guerra no es sólo el pasado, sino que puede ser el futuro", aumentó el diapasón. Para evitarlo "hay que vencer los prejuicios de la propia historia. El nacionalismo es la guerra", sentenció. Y fue el delirio.

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