Tribuna:

Volátiles

Durante las últimas fechas hemos sufrido un exceso de crispación política, aunque puede que la situación haya comenzado ya a remitir, como si hubiésemos entrado en una cierta resaca producida por el cansancio. Pero también es posible que este supuesto reflujo se deba al tácito arrepentimiento que experimentaría la oposición (política y mediática) ante el temor de que con el caso Palomino haya pinchado en falso, permitiendo que el Gobierno se apunte el tanto de la transparencia a su favor. En cualquiera de los casos, y dejando de lado la anécdota que ha servido de excusa, éste parece un buen mo...

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Durante las últimas fechas hemos sufrido un exceso de crispación política, aunque puede que la situación haya comenzado ya a remitir, como si hubiésemos entrado en una cierta resaca producida por el cansancio. Pero también es posible que este supuesto reflujo se deba al tácito arrepentimiento que experimentaría la oposición (política y mediática) ante el temor de que con el caso Palomino haya pinchado en falso, permitiendo que el Gobierno se apunte el tanto de la transparencia a su favor. En cualquiera de los casos, y dejando de lado la anécdota que ha servido de excusa, éste parece un buen momento para buscar las razones profundas que explican tanta crispación. Es cierto que una causa evidente ha sido la deliberada provocación instrumentada por el sector de la prensa opositora que más depende del Gobierno para vender ejemplares atacándole sistemáticamente. Pero creer que la única causa de la crispación es la eficacia inquisitorial de tales periodistas sería contribuir a hinchar su megalómana vanidad, cosa que tampoco se merecen dada la evidente modestia de su talla profesional. Otra razón adicional, que también pudiera influir, es la propia paranoia de la clase política (gubernamental y opositora), que salta histéricamente como si le pisaran cada vez que un gacetillero denuncia la primera sospecha que le soplan. No obstante, nada de esto, con ser cierto, parece suficiente explicación.Pero se dispone de otra razón más: es la volatilidad electoral, que parece por sí sola capaz de explicar el nerviosismo de la clase política. Me refiero al hecho de que los votantes ya no son tan leales y previsibles como parecían antes (cuando repetían casi milimétricamente su mismo voto ideológico pasara lo que pasase), sino que se muestran crecientemente dispuestos por el contrario a cambiar de opción electoral, pasándose de la candidatura antes preferida a la de su mismísimo rival. Así es como los votos del PSOE parecen cada vez más dispuestos a emigrar hacia las filas de la oposición, para engrosar no se sabe si las arcas de Anguita o las de Aznar. Y ante tantísima volatilidad del electorado, los candidatos postulantes se crispan muy excitados: los de la oposición se llenan de pecaminosa concupiscencia (desobedeciendo el mandato evangélico que recomienda no desear al elector de tu prójimo) mientras los del Gobierno por su lado se mueren de celos temiendo ser víctimas de la voluble infidelidad de su adúltero electorado.

¿Por qué se ha producido esta reciente volatilidad de un electorado que antes parecía tan estable como el español? Una explicación posible parece desde luego la corrupción política, cuya denuncia pública habría arruinado la confianza que antes depositaban los electores en sus elegidos. Así, ante el descrédito de los políticos, los votantes desconfían y dudan cada vez más. Y estas vacilaciones de los votantes, aparentemente dispuestos a cambiar de bando, despiertan la concupiscencia de los políticos que se enzarzan en crispadas disputas con la esperanza de arrancarse o retener las cuotas electorales que detentaban. Todavía en 1993, durante las últimas elecciones generales, la credibilidad personal de González logró fijar el voto de centro izquierda que amenazaba desertar y dispersarse a causa de la deslegitimación del partido socialista. Pero después los casos Rubio y Roldán arruinaron la legitimación del Gobierno y hoy el caso Palomino puede haber destruido la credibilidad de González, volatilizando la fidelidad de su electorado. Por tanto, ante la disponibilidad de tanto votante indeciso, crece la crispación con que se pugna por tentarle o retenerlo.

Pero aún hay más causas de volatilidad, además de la deslegitimación provocada por la corrupción. Y éstas no son políticas, sino infraestructurales. Me refiero a la creciente inseguridad en su futuro que tienen las clases medias urbanas, que son las que más impuestos pagan y que menos servicios y seguridades en su futuro reciben a cambio. ¿Cómo extrañarse de que se crispen y su voto político se volatilice si su modo de vida se hace cada vez más incierto y más volátil?

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