Tribuna:

El futuro de las subcontratas

Escribo estas líneas de madrugada, en homenaje a los esclavos chinos que a esta misma hora confeccionan prendas de vestir en talleres ilegales diseminados por la geografía madrileña. De acuerdo con la información de Ana Alfageme aparecida el miércoles pasado en estas páginas, la policía ha desmantelado en los últimos días cuatro de estos talleres. Se trata ya de una noticia demasiado repetida para ser noticia. Este periódico, yo creo que algo ingenuamente, la dio en primera página, a cuatro columnas. Pero el tamaño de los titulares y él número de columnas está también en los ojos del que mira:...

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Escribo estas líneas de madrugada, en homenaje a los esclavos chinos que a esta misma hora confeccionan prendas de vestir en talleres ilegales diseminados por la geografía madrileña. De acuerdo con la información de Ana Alfageme aparecida el miércoles pasado en estas páginas, la policía ha desmantelado en los últimos días cuatro de estos talleres. Se trata ya de una noticia demasiado repetida para ser noticia. Este periódico, yo creo que algo ingenuamente, la dio en primera página, a cuatro columnas. Pero el tamaño de los titulares y él número de columnas está también en los ojos del que mira: posiblemente fue leída como un suelto de veinte líneas despistado entre los anuncios por palabras. Aplaudo, en cualquier caso, tal ingenuidad y me sumo a ella con estas líneas escritas durante la madrugada en solidaridad con los esclavos.De todas formas, en el último de los talleres reventados, donde en 55 metros se amontonaban nueve personas y otras tantas máquinas, saltó la novedad: junto a las prendas requisadas se encontraron etiquetas de las firmas C&A e Hipercor, bajo cuyas marcas, de no ser por la intervención policial, habrían salido a la venta las ropas confeccionadas, por los chinos. Tanto los portavoces de C&A como los de El Corte Inglés admitieron la posibilidad de una subcontrata. Dicho en otras palabras: estos grandes centros comerciales podrían haber contratado los servicios de talleres legalmente constituidos, quienes, a su vez, para ahorrar costes, subcontratarían a los esclavos ilegales. Así es como estaban montadas las cosas. Parece, pues, que la última reforma laboral no nos ha hecho todavía lo suficientemente competitivos. De ahí la necesidad de recurrir al mercado negro de esclavos para que los pantalones vaqueros lleguen a los escaparates de las tiendas a un precio razonable.

Los chinos detenidos serán sin duda devueltos a su país, donde continuarán trabajando para nosotros, sólo que en peores condiciones que en un sótano de Usera o de Vallecas, hasta que consigan ahorrar lo necesario para que las mafias que controlan esta mano de obra posmoderna acepten traerlos dé nuevo a los paraísos e Usera o de Vallecas. Así está el mundo y es mejor saberlo; creo que es bueno sentir una pizca de culpa cada vez que al comprar un chándal o unas zapatillas deportivas leamos la inscripción Made in China. De este modo sabremos que China está ahí al lado, que ese chándal, en fin, bajo el que sudamos para reducir grasas, llegó a la tienda empapado ya de sudor, aunque se trataba del sudor de alguien que trabajaba por las noches en un taller ilegal de 50 metros, para añadir un poco de grasa a su reseco sistema muscular.

El reino laboral, como el vegetal, tiene sus tropismos: se mueve, en fin, determinado por los estímulos de su entorno últimamente parece bastante. estimulado por los beneficios de la subcontratación y no se le puede reprochar: sería tanto como recriminar al girasol su vocación solar. Todo es perfectamente legal, incluidos los sótanos donde los esclavos asiáticos se dejan los ojos por las noches. Lo que pasa es que hay que darle una cierta apariencia de ilegalidad: para mantener la ficción de que nos dirigimos, como el heliotropo, en dirección a la luz. Mientras ese engaño se mantenga, tendremos el privilegio de ser subarrendados. Los chinos no son sino la vanguardia de una tendencia irrefrenable: al final todos estaremos más o menos subcontratados, y felices. El objetivo último consiste en que no sepas quien te explota, ya casi no lo sabes. Un amigo mío trabajaba para De la Rosa en El Observador y acaba de enterarse ahora. El futuro, pues, está en las subcontratas. Amanece.

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