Tribuna:

La copita y el copazo

Hace unos meses me encontraba en un bar-pub-medio-discoteca de la zona centro, uno de esos que se destacan por la cantidad de coches en busca de sitio en tercera fila, recordando con unos compañeros de aventuras viejos tiempos de estudiantes-travoltas-nuevaoleros-buscadores de fortuna de fin de semana en forma de mujer. El personal, como era preceptivo al ser viernes, se estaba poniendo hasta las cejas de cervezas, cubatas y similares. Ya se habían producido un par de altercados debido a los excesos etílicos, cuando en una esquina donde se encontraba un grupo de jóvenes, m...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hace unos meses me encontraba en un bar-pub-medio-discoteca de la zona centro, uno de esos que se destacan por la cantidad de coches en busca de sitio en tercera fila, recordando con unos compañeros de aventuras viejos tiempos de estudiantes-travoltas-nuevaoleros-buscadores de fortuna de fin de semana en forma de mujer. El personal, como era preceptivo al ser viernes, se estaba poniendo hasta las cejas de cervezas, cubatas y similares. Ya se habían producido un par de altercados debido a los excesos etílicos, cuando en una esquina donde se encontraba un grupo de jóvenes, muy tranquilitos ellos, a uno de ellos se le ocurrió liarse un porro. Fueron descubiertos por uno de los camareros que rápidamente llamó a un mazas de seguridad con cara y físico de medio mêlée de rugby, que agarró de la solapa al sujeto y lo sacó casi a patadas del local mientras vociferaba que en ese local no querían drogadictos. En aquel mismo instante, dos elementos se liaban a mamporros en mitad del bar. Bueno, lo intentaban, pues la carga alcohólica que llevaban encima les hacía mantenerse a duras penas de pie. Afuera, el "drogadicto" se lleva ba un puñetazo en toda la cara y alguna que otra amenaza de muerte si volvía. Dentro, los dos borrachos eran separados y, ya calmados, les ponían otra copa en la mano a cada uno para que sellasen la paz.Este suceso y su significado me han venido a la cabeza al leer la noticia sobre los 10.000 muertos que provoca anualmente el alcohol en España, 40 veces más que los achacables, por ejemplo, a la heroína. Los datos son escalofriantes. No son sólo los muertos, sino que el alcohol es la causa directa del 40% de los accidentes de tráfico, del 30% de los accidentes laborales y del 50% de los homicidios y suicidios. Además, se calcula que en nuestro país hay 3,5 millones de alcohólicos, 25.000 jóvenes están enganchados al alcohol y otros 75.000 corren peligro de estarlo en breve.

A pesar de la dureza de los números, gran parte de la sociedad española sigue comportándose en gran medida como lo hicieron en aquel local madrileño. Se ataca, rechaza, persigue y condena cualquier relación con lo que comúnmente se asocia a la palabra droga (hachís, cocaína, heroína, éxtasis y otras menos conocidas, todo en el mismo saco aunque sean radicalmente diferentes sus usos y consecuencias), mientras se saluda casi con vítores un buen copazo, y, si se acompaña con un puro del 7, mejor que mejor. Porque unos cuantos "leñazos alcohólicos" son sinónimo de amistad, confraternización, alegría y ganas de vivir. "Tronco, no seas muermo y tómate algo". Además, la dieta mediterránea recomienda el vasito de vino, lo que significa (simplificación a la altura de la que asegura que del hachís se llega a la heroína) que el alcohol no puede ser malo.

El debate sobre la legalización de las drogas (insisto, de las otras, tenaz resistencia a meter dentro del mismo saco al alcohol y tabaco) se está abriendo cada día más, aunque se mantienen las posturas encontradas entre los punitivos y los partidarios de saber diferenciar la copita y el copazo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En