Tribuna:

A escena

El debate de las Autonomías en el Senado ha sido tan balsámico que ha logrado calmar los ánimos que tanto se habían encrespado. Y eso que, al decir de Ardanza, no se trataba más que de teatro escenificado, como alegó como excusa para no asistir. Y era verdad: sólo fue teatro. Ahora bien, como todo auténtico teatro representado ante el público, generó catarsis (aunque no dramática, sino balsámica): apaciguó los ánimos antinacionalistas de la opinión pública y significó un auténtico triunfo político para los copresidentes González y Pujol.La política o es administración (o sea, despotismo ilustr...

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El debate de las Autonomías en el Senado ha sido tan balsámico que ha logrado calmar los ánimos que tanto se habían encrespado. Y eso que, al decir de Ardanza, no se trataba más que de teatro escenificado, como alegó como excusa para no asistir. Y era verdad: sólo fue teatro. Ahora bien, como todo auténtico teatro representado ante el público, generó catarsis (aunque no dramática, sino balsámica): apaciguó los ánimos antinacionalistas de la opinión pública y significó un auténtico triunfo político para los copresidentes González y Pujol.La política o es administración (o sea, despotismo ilustrado) o es teatro: abierto debate público ante la asamblea de los ciudadanos. Esto parecen ignorarlo Ardanza y Arzalluz, que rehuyen los escenarios abiertos del ágora de la polis (como el del Senado) para refugiarse en cualquier campa de cofrades cerrada a los extraños (añorantes quizá de púlpitos sectarios que les congreguen junto a su rebaño de feligreses). Y no debieran ignorarlo, pues pocos maestros hay en hacer teatro político como los vascos. Me estoy refiriendo no tanto a la vieja sentencia foralista del "se acata, pero no se cumple" (propuesta por Bateson como ejemplo de double bind), hoy retomada por Arzalluz como retruécano de sainete, sino so bre todo a los números teatrales que monta ETA (sin escrúpulos para escenificar espectaculares asesinatos litúrgicos) a fin de impresionar a los espectadores con su barroca escenografía y adquirir así una notoriedad electoralmente rentable.

Pero esta efectividad de la escenificación política también fue ignorada por Aznar, que se empeña en representar un sólo papel teatral: el de la lúgubre máscara de la hostilidad, hecha de antipatía y mala sombra, que le está granjeando la hosca imagen del gafe perdedor y aguafiestas. En cambio, Pujol y González, como maestros de las tablas escénicas, se llevaron el gato al agua en el Senado. El resultado es que la campaña del PP en contra del pacto Gobierno-Generalitat, trabajosamente fraguada durante el verano, se ha venido en dos días abajo.

Por cierto, hablando de teatro. ¿Recuerdan que la hagiografía oficial del vicesecretario general del PSOE le atribuye una juvenil vocación teatral por la dirección escénica? Pues bien, todo parece indicar que nos estamos preparando para asistir a una nueva representación del viejo auto sacramental donde se escenifica el cisma del PSOE. En efecto, he aquí que el coro guerrista se calza sus coturnos de pelea, adopta su máscara más sectaria y vuelve a montar el número de aparentar que pretende romper el partido. ¡Pero hombre, por favor! ¿Otra vez el mismo truco? Qué casualidad, en cuanto resurge la investigación judicial de Filesa, los guerristas la camuflan bajo la tinta del calamar que representa la ruptura apocalíptica de su partido. ¿No sera escenografía distractiva, es decir, teatro puro?

En efecto, hasta aquí el asunto Filesa estaba paralizado porque la parcialidad del antiguo fiscal general permitía su obstrucción sistemática. Pero el nuevo ministro Belloch nombró un fiscal verdadero que ahora ha actuado como tal, solicitando del juez que encause a Galeote como inculpado en el caso Filesa. Y ya estamos viendo desfilar por los tribunales a todos los acusados cuyo testimonio puede generar nuevas inculpaciones en cascada, reavivando el escándalo anticorrupción que tanto agitó en primavera a la opinión pública.

Y eso el PSOE parece no poder soportarlo. Como es incapaz de enfrentarse al reconocimiento público de sus culpas, prefiere el mal menor de parecer que se rompe: finge la dramática amenaza de su ruptura interna (a pesar de los costes electorales que ello tiene) para poder evitar el amargo cáliz de hacer confesión pública de sus delitos (de la que teme mucho mayores costes electorales). Y por eso, como en las anteriores ocasiones. en que amenazaba descubrirse la verdad del caso Filesa (por ejemplo, en la Semana Santa de 1993), el partido tapa el escándalo con la representación de su cisma sagrado, esperando conjurar así otro Fuenteovejuna. Pero ¿esperan volver a engañarnos?

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