Editorial:

Rabin contra Hamás

SABÍAMOS QUE el proceso de paz en Oriente Próximo iba a tener mucho de balancín, de avances y retrocesos; una de cal y otra de arena. El problema surge cuando hay mucha más arena que cal. El primer ministro israelí, Isaac Rabin, es un maestro en la combinación de ambos elementos, pero da la impresión de que se le está yendo la mano últimamente en acumular factores de seguridad para la opinión pública conservadora de Israel.La detención de 400 supuestos militantes de Hamás, al tiempo que aún quedan miles de miembros de la OLP en las cárceles israelíes, y, sobre todo, la facundia con la que Rabi...

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SABÍAMOS QUE el proceso de paz en Oriente Próximo iba a tener mucho de balancín, de avances y retrocesos; una de cal y otra de arena. El problema surge cuando hay mucha más arena que cal. El primer ministro israelí, Isaac Rabin, es un maestro en la combinación de ambos elementos, pero da la impresión de que se le está yendo la mano últimamente en acumular factores de seguridad para la opinión pública conservadora de Israel.La detención de 400 supuestos militantes de Hamás, al tiempo que aún quedan miles de miembros de la OLP en las cárceles israelíes, y, sobre todo, la facundia con la que Rabin ha prohibido a la organización palestina cualquier clase de acuerdo con Hamás, son prueba de esos titubeos que pueden deshacer parte de los avances en el camino hacia la paz.

Rabin no puede descalificar un acuerdo entre los grupos palestinos. Israel tiene gran parte de la responsabilidad de estas escisiones palestinas por su negativa durante tantos años a negociar la paz con la OLP. El Gobierno israelí, además, ha tratado secretamente con Hamás en diversas ocasiones para debilitar la posición de la OLP en los territorios ocupados. El proceso de paz no arruina las necesidades de la realpolitik; muy al contrario, según los espíritus más perceptivos, es la culminación de una verdadera realpolitik entre árabes e israelíes. Pero Israel no puede establecer vetos a una colaboración entre organizaciones palestinas que no sólo podrían poner fin a esa dolorosa división en la nación palestina, sino acercar además a los más radicales al sendero de la negociación. Todo lo que permita codificar la violencia de Hamás será un progreso en alejar la región de la anarquía del terror.

Israel está ahora negociando con la OLP, ha firmado incluso un acuerdo de paz, aunque aún sea más proyecto que realidad, con una organización a la que ha estado calificando durante décadas como terrorista. La organización Hamás, por su parte, no es más terrorista ahora que lo fue la organización palestina en sus horas de combate universal contra Israel. Y difícilmente la coordinación que la OLP pueda establecer con Hamás va a empeorar las cosas.

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Lo que más teme Israel es el doble juego; es decir, que el movimiento de Arafat pueda apostar simultáneamente a dos cartas: la del terror y la de las conversaciones. Pero eso tampoco es nuevo, puesto que es lo que ha estado ocurriendo desde que Hamás existe. En un clima de tan extrema inseguridad política como el del contencioso árabe-israelí, era seguro que al atentado en la mezquita de Hebrón replicaría Hamás con criminal violencia. Era perfectamente previsible. Tratar de aislar a Hamás por ello sería un grave error.

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