Tribuna:

El pan

Cuando hay lío con el pan es. serio el lío. En Alcalá de Henares, un panadero cocía pistolas a cinco duros y llegó la horda moderna de la competencia y le tiró al suelo las pistolas, digo, los panes. Lo peor de tirar el pan es que, al caer, se pone del revés, y una pistola del revés lleva encima el diablo, se te dispara en dirección a ti (como el obús de Leganés, de la guerra incivil, a punto de voladura, que encontraron dos niños) y ya se ha fastidiado. Mi primera ministra, Federica, la verdaderamente grande, la olvidada Montseny, siempre hablaba del pan. Tanto como de lo...

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Cuando hay lío con el pan es. serio el lío. En Alcalá de Henares, un panadero cocía pistolas a cinco duros y llegó la horda moderna de la competencia y le tiró al suelo las pistolas, digo, los panes. Lo peor de tirar el pan es que, al caer, se pone del revés, y una pistola del revés lleva encima el diablo, se te dispara en dirección a ti (como el obús de Leganés, de la guerra incivil, a punto de voladura, que encontraron dos niños) y ya se ha fastidiado. Mi primera ministra, Federica, la verdaderamente grande, la olvidada Montseny, siempre hablaba del pan. Tanto como de los derechos y el piquete. Sus cenetistas de terciopelo -ellas, de moño y gafita y voz alta de radio; ellos, con una antorcha delante del cacique- llevaban en la pechera al bakuninista, Kropotkin, La conquista del pan. Porque, desde muy antiguo, era costumbre que el pan lo repartiera el más viejo de cada casa, y cuando no había pan se armaba gorda. Ahora, con la dieta de cada quién, hay en Madrid siete clases de pan: con sal, de leña, negro-alemán y otros, y cada boca va a su haber. Yo misma, desde que entré en Madrid, cuando Carrero Blanco, mojo columnas como si fueran pan, por la mañana, en el café, lo mismo que otros se lo hacen con medio kilo de clenbuterol en la ternera, y cuando hay crisis, con más ganas, pues este alimento de vivos y de muertos se te transforma, si es que falta, en manta de palos y ahí quedamos, como la maltratada, en una caja de acogida, porque cuando el estómago se encoge crece la mano del colega.

En estos meses de promoción medio empleable y vuelta de tuerca del empresario y del político, como canta Gutiérrez, se ha acabado el sibaritismo de cocer muchas clases de pan, como en la corte del faraón. El pan nuestro de cada día ya no se multiplica, sino que se divide, en general. En ocasiones, y según qué boca, puede hasta tirarse, cosa que los nacidos de la segunda posguerra nunca haríamos, como el poeta del cincuenta, que lo mojaba en el vaso de vino, en la abundancia. En épocas como la de Montseny, ganarse el pan costó una guerra, y ahora, con el pan bajado como los calzoncillos de un esqueleto viviente somalí por nacer a nuestro Sur, ganarse el pan y la hipoteca de la casa sigue costando un huevo de Colón.

Por eso hoy en Madrid (en la bandeja, un Tirano Banderas de quitarse el sombrero de García Sánchez-Valle) vuelve a ganarse el pan. Por lo que está tardando en llegar al estómago da la impresión de que ha podido hacerse miga, o torta redonda y montaraz en el horno del jueves. Lo que salga de aquí será un pan fino.

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