La sonrisa helada por la muerte

Los extranjeros vivían entre la aprensión y el humor negro el ultimátum extremista

Todos sonreíamos ante la muerte. Hasta que llegó a Argel la noticia del asesinato del español Manuel López Bailén en un paraje desértico a unos ochenta kilómetros al suroeste de la capital. El Grupo Islámico Armado (GIA), uno de los tentáculos más agresivos y radicales del integrismo argelino, acababa de cumplir las amenazas transmitidas un mes antes a través de una funcionaria consular francesa secuestrada en pleno centro de la capital. El mensaje de que era portadora iba dirigido a toda la comunidad internacional, a la que se exigía que antes del 1 de diciembre abandonara el país.Todo...

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Todos sonreíamos ante la muerte. Hasta que llegó a Argel la noticia del asesinato del español Manuel López Bailén en un paraje desértico a unos ochenta kilómetros al suroeste de la capital. El Grupo Islámico Armado (GIA), uno de los tentáculos más agresivos y radicales del integrismo argelino, acababa de cumplir las amenazas transmitidas un mes antes a través de una funcionaria consular francesa secuestrada en pleno centro de la capital. El mensaje de que era portadora iba dirigido a toda la comunidad internacional, a la que se exigía que antes del 1 de diciembre abandonara el país.Todos sonreímos hace poco menos de una semana cuando Jacques regresó de París, después de una semana de vacaciones, llevando bajo su jersey de lana un chaleco antibalas. "Le he explicado a mi empresa la situación de peligro que corremos en Argelia y le he pedido un seguro de vida. Me han dicho que no tenían nada previsto para estos casos y acabaron sacando del almacén este artilugio", explicó Jacques, en medio de las carcajadas de los compañeros, mientras se quitaba las prendas de abrigo y ponía al descubierto un chaleco blindado nuevo, que olía aún a naftalina.

Volvimos a sonreír días más tarde, cuando Claudia nos recibió a la puerta de su casa con un cachorro de perro doberman que acababan de enviarle de Alemania. Correteaba sin cesar entre las piernas de su nueva propietaria, olisqueaba con curiosidad los cordones de nuestros zapatos y partió al trote hacia la cocina cuando Clemens, con un grito enérgico, le ordenó que nos dejara en paz. El cachorro de Claudia ha ido creciendo a una velocidad sorprendente en el jardín de la casa, a espaldas de la Embajada de Francia, en los altos de la colina de Hydra, mientras Claudia y su hija disfrutan en Berlín de unas largas vacaciones.

Durante esos días, las autoridades consulares y las delegaciones diplomáticas con base en Argel no habían cejado ni un instante en recomendar a sus nacionales todo tipo de precauciones. Los franceses, por ejemplo, distribuyeron entre sus conciudadanos un pliego de ocho folios enumerando minuciosamente las medidas mínimas de seguridad que debían adoptarse para no correr ningún riesgo. Los españoles habían conseguido establecer un complicado pero efectivo sistema de comunicaciones y de relaciones con los residentes más expuestos. Para los británicos las cosas habían sido mucho más fáciles, porque, desde hace cerca de un año consideran a Argelia zona peligrosa y desde entonces vienen reiterando los mensajes de precacución.

Las embajadas habían iniciado la "política del bunker". Todos los sistemas de seguridad fueron revisados y reforzados. Javier Conde, el embajador de España en Argel, no fue una excepción. Le costó una bronca hacer traer hasta la capital los tres geos armados que custodian la legación o conseguir que llegara hasta la sede diplomática un vehículo blindado similar al que vienen utilizando algunos de sus compañeros de otras embajadas. Con la serenidad propia de un patrón de una nave en peligro, andaba sin cesar, de babor a estribor de la embajada, dando órdenes, algunas veces incluso a gritos, y controlando, una a una, el cumplimiento de las nuevas medidas de seguridad.

Inexorablemente había empezado ya el éxodo. Fue una medida in voluntaria, aceptada a regañadientes por las familias de algunos de los residentes en Argelia. Pero fueron acatadas con disciplina ante las llamadas de atención efectuadas desde las sedes centrales de Madrid. Partieron así los familiares de los empleados de Iberia, los de Repsol y los de algunas otras empresas en un proceso similar al efectuado por sociedades francesas y alemanas.

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Todo en medio de nuestras sonrisas, mientras Daniel engullía un pedazo de carne simulando que era parte de nuestros cuerpos destrozados por una fantasiosa bomba. El jueves nos dimos cuenta de que la muerte no era una broma.

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