Entre el lujo y el despilfarro

El imperio construido por Carlos Sotos en PSV tiene componentes de lujo y despilfarro. Al personaje se le ha desmoronado su sueno en los últimos meses y se le ha caído su característica pajarita. El talante de Carlos Sotos no es el de un clásico millonario, a pesar de su importante patrimonio personal, gestado ya antes de fundar PSV, empresa de la que posee el 53% de las acciones (el 47% restante es de UGT).La crisis de PSV, además, le está forzando a ejercer en la sombra y reducir al mínimo su protagonismo. Fuentes de la cooperativa aseguran que Sotos está dispuesto a dejar la empresa y tambi...

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El imperio construido por Carlos Sotos en PSV tiene componentes de lujo y despilfarro. Al personaje se le ha desmoronado su sueno en los últimos meses y se le ha caído su característica pajarita. El talante de Carlos Sotos no es el de un clásico millonario, a pesar de su importante patrimonio personal, gestado ya antes de fundar PSV, empresa de la que posee el 53% de las acciones (el 47% restante es de UGT).La crisis de PSV, además, le está forzando a ejercer en la sombra y reducir al mínimo su protagonismo. Fuentes de la cooperativa aseguran que Sotos está dispuesto a dejar la empresa y también a vender sus acciones por el simbólico precio de una peseta con tal de que el proyecto siga.

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PSV pagó en 1991 más de 1.800 millones de pesetas en retribuciones a sus 660 empleados -algunos de ellos directivos fichados de las administraciones- y abonó otros 370 millones de alquileres de sus 110 locales distribuidos por toda España.

El patrimonio de PSV ha engordado con los 10.000 millones de pesetas invertidos en comprar las oficinas centrales en uno de los rascacielos de Azca (la torre Alfredo Mahou), la sede de un antiguo banco en la calle de Orense, el teatro Alcalá o la participación minoritaria en una cadena de cuatro restaurantes.

Las cuentas de PSV también se han desinflado con sus grandes fracasos: la esfera armilar y una revista de lujo para sus asociados que supuso una inversión de 200 millones (llamada precisamente La Esfera).

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La visión entre faraónica y galáctica de Carlos Sotos le llevó a comprar un proyecto con el que revalorizar la desierta zona de Valdebernardo, al sureste de Madrid: la esfera armilar. El proyecto, encargado al ingeniero Miguel Angel Ordóñez y al escultor Rafael Trenor, ha costado 1.200 millones entre honorarios, múltiples papeles, exposiciones de maquetas y la construcción fallida de algunas piezas. Del ingenio sólo se recuerda una foto: la de la primera piedra con los líderes sindicales, los autores y los responsables del Ayuntamiento y la Comunidad. No hay más.

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