Cartas al director

Tabaco, sanidad, racionamiento

La reciente muerte permitida de un enfermo cardiaco británico por ser fumador aparece en los periódicos como un hecho insólito. No lo es, sin embargo. Desde hace decenas de años, bajo Gobiernos laboristas y conservadores y por diversos motivos -en este caso, la afición al tabaco-, los médicos del National Health Service (NHS) excluyen a ciertos enfermos de tratamientos vitales costosos. En el Reino Unido, por ejemplo, el número de operaciones a corazón abierto es un sexto de las clínicamente indicadas, y la tasa de diálisis por millón de habitantes, muy inferior -un tercio o la mitad- a las de...

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La reciente muerte permitida de un enfermo cardiaco británico por ser fumador aparece en los periódicos como un hecho insólito. No lo es, sin embargo. Desde hace decenas de años, bajo Gobiernos laboristas y conservadores y por diversos motivos -en este caso, la afición al tabaco-, los médicos del National Health Service (NHS) excluyen a ciertos enfermos de tratamientos vitales costosos. En el Reino Unido, por ejemplo, el número de operaciones a corazón abierto es un sexto de las clínicamente indicadas, y la tasa de diálisis por millón de habitantes, muy inferior -un tercio o la mitad- a las de otros países europeos o de Estados Unidos, no siendo pocos los enfermos de insuficiencia renal crónica mayores de 55 a 60 años y diabéticos o cardiacos a los que se deja morir sin ser dializados (W. Schwartz, Health Affairs, fall, 1989). "En otras palabras, personas que en el Reino Unido son abandonadas a la muerte serían tratadas con éxito de habitar en otra nación" (R. Klein, The policitcs of the NHS, 1989). Claro está, esos enfermos que fallecen son pobres; no se muere el que dispone de dinero suficiente para comprar en la sanidad privada el tratamiento denegado en la pública.Todos los sistemas de salud de libre acceso universal han de asignar sus recursos irremediablemente escasos entre necesidades sin límites excitadas por el precio cero, los avances técnicos y el envejecimiento de la población. El racionamiento es inevitable, y para que sea justo ha de ser explícito, con previo debate social. En el NHS británico, por el contrario, se encadenan las sombras y los silencios con restos de la hipocresía victoriana. Por una parte, los médicos, apremiados por unos presupuestos estrictos, racionan los tratamientos caros recargando las condiciones de aceptación clínica del enfermo, y lo hacen con autonomía profesional, es decir, según el juicio de cada uno. No hay normas oficiales, ni comunes ni transparentes.

Para un médico podría ser aceptable el enfermo que otro rechazó. Por otra parte, el NIÍS, que coarta a los médicos con apretados presupuestos, aparece como inocente y escrupuloso cumplidor de su función de atender todas las necesidades sanitarias, que, por definición, no son otras que las aceptadas como tales por los médicos. Cuando un médico decide no tratar a un enfermo la necesidad sanitaria no existe. As í, en el Reino Unido, la autonomía clínica del médico es utilizada políticamente para encubrir un riguroso racionamiento y acallar las consecuencias sociales.-

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