Editorial:

El apagón

CATALUÑA PADECIÓ ayer un inmenso apagón. Una avería en la red básica de distribución de energía eléctrica paralizó toda la comunidad. El apagón, por fortuna, se produjo a primeras horas de la tarde, por lo que la misma naturaleza que envió el rayo desencadenante del caos se entretuvo en alumbrar el desconcierto de un ciudadano que jamás piensa en la posibilidad de vivir sin las comodidades que la tecnología le otorga. De repente, ningún semáforo ordenaba el tráfico, los trenes se quedaban inmovilizados y todo aquello que funciona por ir enchufado dejó de hacerlo: desde los focos de un quirófan...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

CATALUÑA PADECIÓ ayer un inmenso apagón. Una avería en la red básica de distribución de energía eléctrica paralizó toda la comunidad. El apagón, por fortuna, se produjo a primeras horas de la tarde, por lo que la misma naturaleza que envió el rayo desencadenante del caos se entretuvo en alumbrar el desconcierto de un ciudadano que jamás piensa en la posibilidad de vivir sin las comodidades que la tecnología le otorga. De repente, ningún semáforo ordenaba el tráfico, los trenes se quedaban inmovilizados y todo aquello que funciona por ir enchufado dejó de hacerlo: desde los focos de un quirófano hasta los utensilios domésticos. Esta situación puso a prueba la capacidad de reacción de una sociedad -y de quienes la administran- ante algo tan inesperado. Al margen de valoraciones sobre este punto, a nadie se le escapó ayer en Cataluña la fragilidad, y omnipresencia, de una tecnología que puede quedar repentinamente inútil cuando no puede ser alimentada. Los ciudadanos nos hemos acostumbrado a creer casi naturales los muchos artificios que nos alivian la vida. Este momentáneo regreso al pasado no deja de ser una lección de humildad para el orgullo metropolitano.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En