Tribuna:

Censores

La efemérides del No-Do ha traído numerosas añoranzas y amargos recuerdos. Este noticiario franquista tuvo tanta incidencia en la vida cotidiana de la época, que toda ella, con sus rasgos políticos y sociales, se agolpa en la memoria con sólo oír los primeros compases de su sintonía. Y, naturalmente, evoca asimismo la censura, que fue el instrumento represor favorito del régimen.A veces la censura no era tan feroz como ridícula. Hay múltiples anécdotas sobre la estulticia de los censores, y un servidor conserva también las suyas. No son historias truculentas; problemillas, simplemente. ...

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La efemérides del No-Do ha traído numerosas añoranzas y amargos recuerdos. Este noticiario franquista tuvo tanta incidencia en la vida cotidiana de la época, que toda ella, con sus rasgos políticos y sociales, se agolpa en la memoria con sólo oír los primeros compases de su sintonía. Y, naturalmente, evoca asimismo la censura, que fue el instrumento represor favorito del régimen.A veces la censura no era tan feroz como ridícula. Hay múltiples anécdotas sobre la estulticia de los censores, y un servidor conserva también las suyas. No son historias truculentas; problemillas, simplemente. Dirigía una revista institucional marítima y publiqué un artículo elogioso sobre Che Guevara que nada tenía que ver con la mar ni con los peces de colores. Días después fui citado al Ministerio de Información, donde un subdirector me echó un broncazo terrible. El hombre enarbolaba encabritado el cuerpo del delito, mientras gritaba: "¡No nos joda, no nos joda!". En TVE fui guionista de un programa cutural -La huella del hombre se llamaba-, y, claro, sacábamos estatuas de la antigüedad clásica tal cual las trajeron al mundo sus escultores. Semejante procacidad indignó al censor, que exigió suprimiéramos las imágenes de esas Venus y esos Apolos desnudos, y, pues no le hacíamos caso, se chivó al director de la cadena y luego nos perseguía amenazante por los pasillos.

Estas chuscas situaciones no se dan ahora, aunque vinieron otras. Ya en democracia, el nuevo editor de aquella publicación marítima me dio esta consigna surrealista: "No mencionar jamás a la Virgen del Carmen". Evidentemente, nunca falta un cretino para un cargo. Y es lógico: la pasión de mandar suele esconder cierta vesanía. Por eso cuando alguien pilla un carguito lo más probable es que se vuelva orate; y parece como si las cogiera de anís.

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