Tribuna:

Los empresaríos y el empleo

La empresa debe ser protagonista del desarrollo y la creación de empleo; debe ser productiva, con dimensión adecuada y -responsable de construir un futuro mejor.

Las manifestaciones de la actual coyuntura económica tienen desconcertados a cuantos tratamos de extraer de ellas, cada día, las claves que guían nuestra actividad profesional. Que alguien con responsabilidades en la gestión de un gran grupo empresarial comience una exposición con este reconocimiento nos coloca -al menos eso creo- en un buen punto de partida desde el que aportar, con humildad, conocimientos y experiencias que p...

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La empresa debe ser protagonista del desarrollo y la creación de empleo; debe ser productiva, con dimensión adecuada y -responsable de construir un futuro mejor.

Las manifestaciones de la actual coyuntura económica tienen desconcertados a cuantos tratamos de extraer de ellas, cada día, las claves que guían nuestra actividad profesional. Que alguien con responsabilidades en la gestión de un gran grupo empresarial comience una exposición con este reconocimiento nos coloca -al menos eso creo- en un buen punto de partida desde el que aportar, con humildad, conocimientos y experiencias que pueden ser válidos en este momento. Conviene en cualquier caso ser conscientes de que no existe ningún oráculo y de que las soluciones reales van a requerir una generosa colaboración de todos los agentes económicos y sociales.Todos afirmamos que nuestra actuación tiene dos objetivos preferentes: crear empleo e impulsar el desarrollo económico. El problema es que hoy día no tenemos modelos claros que seguir en ninguno de los países de nuestro entorno -inmersos todos ellos e situaciones difíciles-, y además parece existir cierto temor a sugerir planteamientos que puedan separarnos a corto plazo de un mayor equilibrio presupuestario o de las actitudes adoptadas en nuestro entorno. De esta forma, la estabilidad cambiaría, la reducción de los tipos de interés y la reducción de los costes laborales se han convertido en las recetas a aplicar, junto a la petición -sin concretar- de un mayor apoyo para las empresas.

En muchos de los razonamientos sobre nuestra situación y las medidas de futuro que deben tomarse pretendemos ser posindustriales e internacionales, pero la verdad es que nos encontramos a medio camino, desorientados y sin un nuevo proyecto de desarrollo:. Podría decirse que nos confunde el hecho de haber pasado de una sociedad de producción a una sociedad de consumo, en la que las capacidades productivas de nuestra sociedad han perdido el protagonismo.

Los empresarios, el sector más dinámico de las sociedades modernas, tienen la incuestionable obligación de ser el elemento de progreso, no ya en el sentido evolutivo tradicional, sino en el de catalizar la complejidad, característica principal en nuestras sociedades.

Ese valor económicamente soportable en una sociedad compleja requiere para ser aplicado que la figura del empresario productivo sea potenciada y dignificada en su papel de gestor en una sociedad cambiante y con incertidumbres, y que, junto a ello, aumente-la participación responsable del trabajador.

El crecimiento de nuestras economías en los últimos años no ha generado el empleo necesario, y, puesto que la situación actual impone límites al margen de maniobra del gasto público, el agente protagonista del desarrollo y de la creación de empleo debe ser necesariamente la empresa. Para desarrollar este papel, la empresa debe reunir tres importantes características: ser productiva, con dimensión adecuada y responsable en la tarea de construir un futuro mejor para nuestra sociedad.

La empresa tiene que ser productiva, es decir, debe satisfacer las necesidades de la colectividad y generar una actividad de arrastre para tras empresas. La figura del empresario especula tivo que acumula grandes fortunas sin que en su actividad haya una correlación entre ganancias y riqueza sustentadora de empleo no sólo perjudica el desarrollo económico, sino también la cohesión social, al introducir valores de insolidaridad. La lo tería no premia el esfuerzo y sólo beneficia a unos -pocos.

Pero, además de productiva, la empresa debe tener una cierta dimensión. El tamaño es una variable crucial en la mayor parte de las decisiones empresariales que implican seguir o no una determinada estrategia, sea cual sea: de innovación, exportación, comercial, de integración, de fijación de precios...

Desgraciadamente, la estructura de nuestro mapa empresarial está muy atomizada en comparación con la de los otros países comunitarios, y esto debe ser tenido muy en cuenta al reflexionar sobre el apoyo a las pymes, para saber de qué tipo de empresas estarnos hablando. El 99% del total de nuestras empresas no alcanza los 100 trabajadores, siendo el 99,1% el porcentaje en el sector industrial. Pero aún se nota más nuestra atomización relativa al ver que el 89,4% de nuestras empresas industriales y el 94,4% del total de nuestras empresas tienen menos de 10 trabajadores, porcentajes que, especialmente en el sector industrial, son muy superiores a la media comunitaria.

Parece, por tanto, primordial aprovechar, si existen, las posibilidades de grupos de empresas con dimensión internacional, que no sólo cuentan con mejores instrumentos para competir, tanto en el mercado nacional como en el exterior, sino que permiten además impulsar, como efecto de su actividad, el dinamismo de pequeñas y medianas empresas, con las positivas consecuencias que esto tiene para el empleo. No puedo dejar de utilizar aquí el ejemplo que me es más cercano: el valor añadido de Teneo representa el 1,6% del PIB español, y sus gastos en I+D, el 5,6% del total nacional, por citar datos que podrían enriquecerse con otras alusiones a factores claves de competitividad como son la posición en mercados intemacionales, formación de sus recursos humanos, etcétera. Teneo tiene hoy, como grupo, más de 7.000 pequeñas y medianas empresas españolas como proveedores.

En tercer lugar, la empresa debe ser responsable respecto de la -sociedad en la que desarrolla su actividad. Comprender las necesidades reales actuales y futuras de la sociedad y satisfacerlas es lo que legitima a la empresa como institución y hacia donde debemos reorientar nuestros esfuerzos, distraídos quizá por los oropeles de ganancias y quimeras no creadoras de riqueza.

Esta reorientación requiere que el capital humano de las empresas tenga suficiente motivación pari poner manos a la obra. Y estoy absolutamente convencido de que el objetivo de conseguir y acrecentar esta motivación está estrechamente vinculado a la participación del trabajador en la empresa.

Contar con un accionista comprometido con el futuro del proyecto empresarial y con unos gestores que evidencien el apoyo a la tarea de asegurar, la viabilidad de la empresa son valores imprescindibles para lograr la corresponiabilidad de los trabajadores en la competitividad de la empresa. El reciente acuerdo marco firmado por el INI con los representantes sindicales, que vincula a las empresas del sector del metal de este grupo industrial, tiene su principal mérito en el hecho de haber posibilitado avances en ese camino. Algún medio de comunicación ha enfocado la información sobre el acuerdó desde la perspectiva de la cesión de poder en la empresa, pero éste es un enfoque, a mi juicio, equivocado. La corresponsabilidad en la marcha de la empresa exige, en primer lugar, diálogo y con ianza, pero lo importante es aplicar sus consecuencias: establecer una cultura que compromete a accionistas, gestores y trabajadores de forma que cuando los primeros deban afrontar pérdidas no haya ganancias para los otros, y que cuando los primeros obtengan beneficios sean para todos.

Llegados a este punto, nos encontramos con la cuestión más difícil: ¿a qué medidas concretas nos lleva esta reflexión?

El marco en el que debemos actuar, como reclamaban a sus contemporáneos los economistas españoles del siglo XVI y que pudiera parecer una verdad de Perogrullo, es, sin duda, el del cumplimiento de las leyes. En primer lugar, porque empresarios y trabajadores tienen una responsabilidad social de la que se deriva esta exigencia. En segundo lugar, porque cumplir las leyes es ya un acto de solidaridad que nos permite avanzar mucho en la creación de empleo y riqueza: demuestra nuestra creencia en el futuro y nuestro compromiso en la tarea de hacerlo mejor para todos. Pero además tiene otros efectos inmediatos: en el campo laboral, en la medida en que aleja las incertidumbres que a empresarios y trabajadoÍres les producen actuaciones como, por ejemplo, las rescisiones de contratos, al no conocer con exactitud los derechos y obligaciones finales que derivarán de las mismas, dotándoles así de la -seguridad jurídica, ligada a la. seguridad en el cumplimiento de la norma, que necesita la toma de decisiones importantes; en el campo fiscal, está claro que al no haber ocultaciones estaremos abriendo mayores posibilidades a los presupuestos, y repartiremos el esfuerzo de acuerdo con las normas sociales que rigen para todos, sin afrentas a los mejores ciudadanos ni a los más desprotegidos, que por su honradez o condición social deben soportar la injusticia de esta ocultación. Hay aquí un problema cultural que debemos atajar cuanto antes y en el que todos estamos involucrados, pues nuestra responsabilidad en cumplir las leyes no es transferible.

En el mismo sentido, es preciso avanzar hacia una fiscafidad transparente en la tributación de sociedades que favorezca la actividad productiva, valorando las necesidades de cada momento. Me refiero con,esto a que se estimule fiscalmente no sólo la inversión en capital, sino también la creación de empleo, y a que se fometite la autofinanciación, para que la financiación externa no haga más vulnerable a la empresa.

Finalmente, y volviendo al ámbito laboral, se hace preciso implantar el cambio cultural al que antes me he referido, basado en la voluntad de negociación y compromiso responsable, primero por parte de los empresarios y seguidamente por parte de -los trabajadores, como consecuencias inmediatas. Por ejemplo, ¿sería aceptable disminuir la jornada reduciendo el salario y mantener e incrementar la productividad con el correspondiente aumento del empleo? ¿0 regular de distinta forma, la pequeña y mediana empresa con respecto a la grande? Ambos ejemplos -tomados muy a vuela pluma- reflejarían una nueva cultura en gestores y trábajadores, negociando soluciones nuevas, imaginativas y adecuadas para el empleo.

Porque, en definitiva, cuando hoy se habla de pacto social, desde mi punto de vista lo que hay que plantear es un pacto de la sociedad consigo misma. Cuando tres millones de, parados -aun admitiendo desviaciones a la baja sobre las cifrasoficiales- llaman a la puerta de nuestro aparato productivo, a la puerta de cada uno de los que tenemos un empleo, nuestra prioridad debe ser, sin excusa, solucionar este problema. Porque es el problema de toda la, sociedad: del Gobierno, de la Administración, de los hombres de empresa, de los sindicatos y de los partidos políticos; de los trabajadores, de los gestores y de los accionistas.

No es momento, pues, de vender ilusiones, sino de hacer que todos, excluyendo egoísmos individuales o de grupo, nos pongamos como meta armonizar nuestros intereses, aun contrapuestos, para resolver esta situación. Es el momento de plantear proyectos que conjuguen la solidaridad con la honradez, el esfuerzo con la imaginación, de forma que el equilibrio que permite el mantenimiento de este sistema se sitúe en el punto más satisfactorio para todos.

Seguir estos planteamientos no es ni fácil ni definitivo. Como afirmábamos al comienzo, no hay ningún oráculo y nadie tiene la única respuesta. Hará falta mucho esfuerzo y mucha más reflexión acerca de nuestros problemas para poder superarlos, aunque creemos sinceramente que el espíritu que reside en estas propuestas puede ser muy positivo. Pero necesitaremos, por encima de cualquier otra cosa, la sincera colaboración de los agentes sociales y de todos los que conformamos el mundo de la empresa.Miguel Cuenca Valdivia es vicepresidente del Instituto Nacional de Industria y de Teneo.

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