Tribuna:A LA INTEMPERIE

El vigilante hiperreal de la ORA

Ahora que ya no está la exposición del gran Antonio López en Madrid, todos vamos por la calle con un Antonio López dentro, preguntándonos si la realidad es real, expresionista, cúbica, abstracta o peloponesa. O sea, que a mí me gustaría mucho que cuando algunos acusan al pintor manchego de realista dijeran al mismo tiempo desde qué concepto de realidad hablan, porque también se puede ejercer el realismo desde la abstracción. Vamos, que si uno se asoma a la ventana y lo que ve afuera son unas manchas grises llenas de materia vertical y las pinta así, tal como las ve, a lo mejor también está hac...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Ahora que ya no está la exposición del gran Antonio López en Madrid, todos vamos por la calle con un Antonio López dentro, preguntándonos si la realidad es real, expresionista, cúbica, abstracta o peloponesa. O sea, que a mí me gustaría mucho que cuando algunos acusan al pintor manchego de realista dijeran al mismo tiempo desde qué concepto de realidad hablan, porque también se puede ejercer el realismo desde la abstracción. Vamos, que si uno se asoma a la ventana y lo que ve afuera son unas manchas grises llenas de materia vertical y las pinta así, tal como las ve, a lo mejor también está haciendo realismo, realismo abstracto, si ustedes quieren, pero realismo al fin. El Greco hacía un realismo flamígero, alargado, que luego llamaron manierismo, porque estaba poseído (le una mirada mística, de manera que donde otros veían muchedumbres, él contemplaba llamas.Yo, desde que me asombré frente a la obra de Antonio López, hasta lo más municipal y espeso me parece hiperreal, pero es porque ahora miro las cosas a través de su pintura, igual que cuando vengo de Toledo, con los ojos de El Greco en el lugar de los míos, veo arder a la gente que se refugia en los portales. El otro día, por ejemplo, después de leer un reportaje de Charo Nogueira sobre las multas, de tráfico, salí a la calle y me pasé la tarde observando los movimientos de un vigilante de la ORA. Se movía con la respiración inquietante y apagada de los dibujos de Antonio López. Me di cuenta enseguida de que se trataba de un vigilante hiperreal, porque estaba atacado por la sustancia cegadora de esa luz que aparece también en la habitación de Tomelloso, o en la mujer en la bañera del pintor manchego. Además, tenía el aire mortuorio de muchos de sus cuadros. Eran las cinco de la tarde y Madrid parecía un objeto orgánico colocado en un plato y puesto al sol, como ese medio conejo de López al que seguro que atacan las moscas cuando dejamos de mirarlo.

El vigilante hiperreal sólo apuntaba las matrículas de los coches que estaban en el lado de la calle donde daba la sombra y, a veces, ni eso; lo normal es que permaneciera quieto, amenazando con la punta del lápiz a un cuaderno, como si fuera a hacer algo que no llegaba a hacer, igual que las esculturas hombre y mujer, de López, que disimulan su condición estática con la mirada de quien va a dar un paso que no da. Me acerqué a él. Dije:

-¿Por qué sólo multa a los coches que están a la sombra?

-No se preocupe; de todos modos nadie paga. ¿No ha leído lo de EL PAÍS? De cada cuatro multas que ponemos, tres van a la papelera.

-¿Y a cuarta?.

-La cuarta se pierde; o sea, que si trabajamos para nada, mejor hacerlo a la sombra, que hoy hemos pasado de los 40 grados.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Me pregunté cuántos grados había en la pintura de López, en esa vista del sur de Madrid o en ese lavabo y espejo donde aparece una cuchilla de afeitar con la que dan ganas de cortarse las venas. Me pregunté también cuánta fiebre tiene un Ayuntamiento que embarga 31.241 cuentas corrientes para ocultar su incapacidad gestora. Me pregunté, en fin, si la realidad era más real cuanto más municipal o viceversa.

Al regresar a casa, vi a un chino hiperreal, de los que no se mueren, dando de comer a las palomas. Había hecho un reguero de miguitas de pan que conducían a su restaurante. Cuando las palomas entraban, se cerraba la puerta y se oían batir de alas. Antonio López, gracias por tus ojos.

Sobre la firma

Archivado En