La abstención' laborista permiste que la Cámara de los Comunes ramique el Tratado de Maastricht

La Cámara de los Comunes británica dio anoche, por fin, el sí a Maastricht. Con 292 votos a favor, 112 en contra y casi 250 abstenciones, fue un sí muy poco entusiasta. Suficiente para remitir el texto a los Lores, pero ensombrecido por la abstención laborista, el alto número de votos negativos y, sobre todo, la creciente ambigüedad de Downing Street frente a la Unión Europea. El primer ministro, John Major, cuyo liderazgo es más y más discutido, parece proponer para su país una imposible tercera vía europea: proclama su apoyo a Maastricht, pero no quiere oír hablar de federalismo ni de moneda...

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La Cámara de los Comunes británica dio anoche, por fin, el sí a Maastricht. Con 292 votos a favor, 112 en contra y casi 250 abstenciones, fue un sí muy poco entusiasta. Suficiente para remitir el texto a los Lores, pero ensombrecido por la abstención laborista, el alto número de votos negativos y, sobre todo, la creciente ambigüedad de Downing Street frente a la Unión Europea. El primer ministro, John Major, cuyo liderazgo es más y más discutido, parece proponer para su país una imposible tercera vía europea: proclama su apoyo a Maastricht, pero no quiere oír hablar de federalismo ni de moneda única.Major ni siquiera habla de reintroducir la libra en el Sistema Monetario Europeo (SME), lo que hace prever un choque con el resto de la CE. La batalla británica de Maastricht no ha terminado todavía.

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John Major está cada vez más absorbido por las luchas internas en su partido, la rebelión abierta del ala más derechista y la precariedad de su propio liderazgo. En un nuevo intento por complacer a todos, simultanea sus declaraciones a favor de Maastricht con otras teñidas de euroescepticismo. Sus objeciones a la Unión Europea y, sobre todo, su rechazo al SME, le ponen en rumbo de colisión con el resto de la Colmunidad Europea. Mientras en el continente se ha recuperado la intención de avanzar tras el sien el referéndum danés, Londres mantiene el pie sobre el freno.

La sesión parlamentaria de anoche, previa al deslucido voto, fue ejemplo de la ambivalencia británica. Mientras Douglas Hurd, ministro de Exteriores, reclamaba el voto positivo para Maastricht, el ministro de Finanzas, Norman Lamont, asumía la oratoria nacionalista de su ayer ausente jefe, John Major, en el congreso conservador del pasado septiembre. Lamont utilizó las mismas palabras de Major en aquel congreso, y varias veces: "Gran Elretaña es lo primero, Gran Bretaña es lo primero siempre" dijo, para rechazar la inclusión del Capítulo Social que demandaban los laboristas.

El Gobierno de Major confiaba en que las tormentas monetarias acabaran con el SME y devolvieran a los Doce a un punto de partida común, en el que no cupiera hablar de moneda única. Pero el núcleo franco-alemán ha resistido y se perfila de forma cada vez; Más clara una unión monetaria de hecho entre Francia y Alemania, con el añadido de Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Major sigue repitiendo, que el Reino Unido "debe estar en el corazón de Europa". Pero la realidad marcha en sentido contrario y, en este momento, Londres es la capital más periférica de la Comunidad.

Aún contando con que la ley de ratificación del Tratado de Maastricht salve todos los escollos que le quedan por delante (Cámara de los Lores, voto aplazado sobre el capítulo social en los Comunes y recurso de nulidad de los euroescépticos ante los tribunales británicos), se abre un espacio de varios meses en el que el Reino Unido ejercerá como lastre de la CE.

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El fracaso de la política europea de John Major se hará más obvio conforme se perciba lo imposible de la situación británica. Incluso su antecesora, la muy euroescéptica Margaret Thatcher, comprendió que para tener un mercado único hacía falta algún tipo de cohesión monetaria. Fue el propio Major, en su breve periodo como canciller del Exche-quer, quien la convenció de las bondades comerciales y antiinfiacionistas del SME.

Major defiende el mercado único como la, principal ventaja de la Comunidad, pero se niega a cumplir las reglas del juego, tanto en el terreno de la legislación laboral como en el monetario. Esa postura fue tolerada durante la fase de incertidumbre que siguió al primer no danés y al miércoles negro de septiembre.

Incapacidad de acomodo

Pero, con 11 ya a bordo y ante la necesidad de avanzar y luchar conjuntamente ante la recesión, la paciencia comunitaria ante el zigzagueo británico no puede tardar en agotarse.

El Reino Unido ha sido incapaz, en los últimos 20 años, de encontrar acomodo en la Comunidad. No puede quedarse fuera, pero no le gusta estar dentro. Esa contradicción ha costado el cargo a los dos últimos líderes del Partido Conservador: Edward Heath fue demasiado europeísta, Margaret Thatcher lo fue demasiado poco, y el partido acabó cobrándose sus cabezas. La situación no ha cambiado. En una entrevista para la BBC, se le planteó a Major la disyuntiva: ¿Heath o Thatcher? El primer ministro rehuyó la cuestión: "Ya veo que quiere usted pillarme", dijo. Y pasó a otro asunto.

Pero la disyuntiva sigue ahí. Y detrás de ella se asoma, de forma cada vez menos discreta, el futuro candidato a resolverla: la figura de Kenneth Clarke, ministro del Interior, se agiganta conforme la de Major se desvanece. Clarke es europeísta, pero es capaz de atraerse al bando euroescéptico, porque, a diferencia de Major, posee madera de líder.

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