Como bombas de relojería

Cerca de 40.000 niños bosnios intentan superar en Austria los horrores de la guerra

, Adil, de 13 años, es uno de los miles de niños -casi 40.000- de Bosnia que viven en campos de refugiados y colegios de Austria esperando la utopía del retorno. Los esfuerzos de profesores y psicólogos han sido inútiles para aliviarle el trauma de ser el único superviviente de un ataque de granadas en Sarajevo, en el que perdió una pierna. El joven, pálido y ojeroso, cuya única obsesión es vengarse, intentó estrangular a su madre en un ataque de agresividad. "Son bombas de relojería que detonarán en dos años o en dos décadas", dice Mustafá, uno de sus profesores, también bosnio.

De los...

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, Adil, de 13 años, es uno de los miles de niños -casi 40.000- de Bosnia que viven en campos de refugiados y colegios de Austria esperando la utopía del retorno. Los esfuerzos de profesores y psicólogos han sido inútiles para aliviarle el trauma de ser el único superviviente de un ataque de granadas en Sarajevo, en el que perdió una pierna. El joven, pálido y ojeroso, cuya única obsesión es vengarse, intentó estrangular a su madre en un ataque de agresividad. "Son bombas de relojería que detonarán en dos años o en dos décadas", dice Mustafá, uno de sus profesores, también bosnio.

De los 67.000 refugiados de Bosnia que viven en Austria, un 55% de ellos son niños menores de 15 años. Si tuvieron la suerte de escapar antes de iniciarse la guerra, son víctimas de los conflictos psicosociales y la desintegración familiar porque el padre murió o tuvo que quedarse en Bosnia para luchar. Sufren además las consecuencias de la vida colectiva forzada, sin posibilidad de intimidad en los campamentos y la depresión cada vez más aguda de sus familiares, que ahora han perdido toda esperanza de regresar a sus pueblos destruidos. "Son niños con el alma herida", afirma Mustafá I.La urgente necesidad de tratamientos psicoterapéuticos para suavizar los efectos de la guerra es reconocida por todos los pedagogos de un colegio especial de Viena -creado para 360 refugiados de Bosnia-, del barrio obrero más grande de la ciudad. Helmut Rauch, director de ese centro, reconoce que "no hay atención psicológica suficiente porque las posibilidades financieras son reducidas". Resignado, afirma que los pedagogos intentan que los niños aprendan a vivir en una situación de paz y tratan que ellos revisen su propia historia, para evitar así traumas irreversibles".

El director, un hombre bordeando los 60 años con un estilo antiautoritario a quien los alumnos saludan con auténtico cariño en los pasillos, ha prohibido sólo tres cosas en el colegio: armamentos de juguete, casacas de guerra con diseño de camuflaje y tiras cómicas nacionalistas. "En este colegio", dice con humor, "no quiero guerras extraterritoriales". "Los niños son las mayores víctimas de la guerra", asegura la psicóloga Maria Mill, especializada en síndromes postraumáticos infantiles que trabaja desde hace más de un año con niños refugiados de la antigua Yugoslavia. Manfred Pinteritz, de la Academia Pedagógica de Viena, que creó un programa de estudio especial para los niños de Bosnia en su idioma materno, dice que es muy difícil que los niños reciban la ayuda de sus propios padres, porque "éstos han perdido su identidad, la libertad de elección, no pueden trabajar y están en constante situación de espera". Dice Pinteritz que el colegio tiene efectos terapéuticos en los niños porque "para ellos la escuela es una liberación de la presión psíquica que ejercen sobre ellos sus padres sin quererlo".

Las iluminadas salas de clases y el entusiasmo de maestros austriacos y bosnios para animar a los niños dan una apariencia de normalidad. Pero los niños sufren problemas de insomnio, depresión y concentración; y cada uno de ellos tiene una historia que excede los límites imaginables de la tolerancia al sufrimiento".

A solas con la muñeca

Arnela, de nueve años, una niña frágil de pelo rizado, perdió la infancia y su historia cuando escapó de Bosnia en enero pasado. Con su tímida voz cuenta que se despidió de su madre, sus amigas, sus primos, de los columpios del jardín de su casa y se subió sola al autobús cargado de niños, agarrada al único juguete que pudo rescatar: una muñeca vieja y mutilada, regalo de su padre desaparecido.

Por las prisas de la guerra y la burocracia de quienes deciden los desplazamientos de los refugiados de guerra en Europa, Arnela terminó en Viena y hace casi medio año que no ve a su madre, que vive tan sola como ella en Estocolmo.

Donde nació Arnela ya no quedan piedras que marquen el paisaje de su niñez, pero ella pinta como motivo permanente a su villorrio en tiempos de paz. Son cinco casas con huertos rodeadas de montañas y praderas verdes, y en medio una mezquita con una torre coronada por una media luna y una estrella. Sobre ese valle idílico, en el que hay sólo una figura humana, un hombre que lleva flores sobrevuela un enorme avión que dispara corazones rojos.

Arnela tiene problemas de insomnio, concentración y unos fuertes dolores de estómago, que a pesar de todos los exámenes médicos no tienen causa visible.

La doctora Mill, que recorre cada día varios campamentos de refugiados donde realiza terapias grupales, dice que se "necesita mucho tiempo y mucha paciencia para que saquen a flote sus vivencias". Lo más difícil para Mill es que "no hay demasiada experiencia o investigaciones con niños que han vivido este tipo de. traunias".

Millón y medio de desplazados

V. S., Los niños representan un 50% de los 3,8 millones de desplazados y refugiados por la guerra en la antigua Yugoslavia, según cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En un informe elaborado a finales de abril por esa organización internacional, se insta a instituciones no gubernamentales y a especialistas a dedicar "una atención especial" para rehabilitar psíquicamente a las víctimas. "Muchos de los desplazados o aquellos que se han visto afectados por la guerra han experimentado un fuerte trauma", dice el informe. "Niños y adultos han sido testigos de los asesinatos de sus padres y amigos, han perdido todas sus posesiones y se encuentran en circunstancias horribles. Niñas y mujeres han sido violadas y torturadas", afirma el ACNUR.

Esta organización de ayuda a los refugiados, en combinación con Unicef y la Organización Mundial para la Salud (OMS), iniciarán próximamente un programa de diagnóstico de desórdenes postraumáticos y de rehabilitación médica y psicosocial tanto en el territorio de la antigua Yugoslavia como en los países europeos de acogida.

Se capacitará a personal de los países respectivos para crear talleres de rehabilitación de víctimas, especialmente para niñas y mujeres que sufrieron violaciones. Unicef, por su parte, estará a cargo de un programa de cuidado pre y posnatal de niñas jóvenes y mujeres que den a luz después de haber sufrido agresiones sexuales. También se instalarán nuevas líneas telefónicas especiales tanto para localizar víctimas traumatizadas como para que éstas puedan iniciar una terapia.

Uno de los problemas más graves para la salud mental de los niños refugiados es la pérdida de sus referentes, causada por la desintegración familiar. La Cruz Roja Internacional y ACNUR han iniciado una acción de reunificación familiar que por ahora beneficia esencialmente a los ex detenidos. Para este grupo, ACNUR logra lentamente que países europeos otorguen permisos de entrada y de residencia temporal para ellos y sus familias.

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