Editorial:

Del discurso a la decisión

EL APLAZAMIENTO hasta el sábado de la reunión que la comisión ejecutiva del PSOE debía celebrar hoy es hondamente significativo de la dificultad con que se encuentra el partido del Gobierno para hacer frente a la cuestión de las irregularidades en su financiación puestas de relieve por el caso Filesa.Con evidente retraso, pero con claridad meridiana, Felipe González planteó hace casi dos semanas, ante los estudiantes de la Universidad Autónoma de Madrid, la necesidad de asumir las responsabilidades políticas -otras que las judiciales- derivadas del asunto. El mismo día, el vicesecretari...

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EL APLAZAMIENTO hasta el sábado de la reunión que la comisión ejecutiva del PSOE debía celebrar hoy es hondamente significativo de la dificultad con que se encuentra el partido del Gobierno para hacer frente a la cuestión de las irregularidades en su financiación puestas de relieve por el caso Filesa.Con evidente retraso, pero con claridad meridiana, Felipe González planteó hace casi dos semanas, ante los estudiantes de la Universidad Autónoma de Madrid, la necesidad de asumir las responsabilidades políticas -otras que las judiciales- derivadas del asunto. El mismo día, el vicesecretario del partido, Alfonso Guerra, hacía lo contrario: insistía en la antigua tesis de negar cualquier implicación del partido y mirar para otro lado. La cúpula dirigente del PSOE no ha encontrado, desde entonces, una vía para resolver esta evidente contradicción y ofrecer a los ciudadanos las respuestas que éstos requieren. Y así, las diferencias de aproximación paralizan la actuación del partido socialista -enzarzado en un enfrentamiento ensimismado sobre sus problemas internos-, afectan negativamente a las tareas del Gobierno e impiden que los elementos de crispación presentes en la escena política disminuyan, lo que lógicamente aprovecha el primer partido de la oposición, empeñado en su conocida estrategia de acoso y derribo.

El problema de fondo es al mismo tiempo sencillo y complejo. Sencillo: el partido socialista se juega en este envite su credibilidad. El discurso por el saneamiento moral de la política y contra la corrupción que viene prodigando su secretario general debería concretarse, según lo previsto, en un paquete de medidas a proponer en el próximo debate sobre el estado de la nación. Pero ante él se interponen las evidencias puestas de relieve por el informe de los peritos del juez Barbero, de forma que, ahora más que nunca, el discurso general sobre el saneamiento de la vida pública carecerá de credibilidad si no va acompañado de medidas internas y gestos suficientemente expresivos de que lo que se predica en general se aplica al ámbito propio. Dicho de otra manera, de que en casa de herrero, cubierto de metal.

Y es al mismo tiempo complicado: ¿cómo elucidar pacíficamente, sin quebrar la cohesión interna, las responsabilidades políticas en un clima de tensión, con evidente enroque de algunas posiciones? ¿Hasta dónde deben llegar éstas para que la apuesta por el saneamiento moral sea creíble? ¿Cómo hacerlo en un escenario de enfrentamiento político a tumba abierta con el principal partido de la oposición, al que todo, absolutamente todo, le parecerá poco? Evidentemente, al cabo, la respuesta a estas preguntas afecta personalmente a dirigentes concretos. González apostó por crear un clima interno en su partido que condujese a la renuncia voluntaria de quien o quienes más de cerca ejercieron, por sus cargos, funciones y conocimiento, la responsabilidad política sobre la financiación.

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El aplazamiento de la reunión de la ejecutiva plasma gráficamente la dificultad de esa estrategia, y la necesidad de quien la auspicia de ganar tiempo -cinco días- para, al parecer, intentarlo por última vez sin fracturas internas. Las declaraciones de González pidiendo a la dirección del partido la asunción de sus responsabilidades e indicando que se reserva en todo caso sus opciones personales -insistiendo, sin citarla expresamente, en su eventual dimisión- suponen un punto álgido de forcejeo en esa estrategia. O se producen decisiones espontáneas y pactadas en la dirección del partido o, todo lo indica, González puede apostar por provocarlas por vía drástica, si bien indirecta. Aunque ello pudiese conducir a la vorágine de una crisis de dirección como la de 1978, en que se produjo la dimisión del secretario general como fórceps de la renuncia al marxismo. Quizá algunos mostrarán escepticismo ante la posibilidad de una. reedición de aquel episodio que, en cualquier caso, conviene no olvidar. Entre otras cosas, porque seguramente lo que se está jugando el PSOE en este asunto no es únicamente su imagen y su credibilidad ante las próximas elecciones, sino muy probablemente su ser o no ser en un futuro a más largo plazo.

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