Editorial:

Realismo social

CADA VEZ que la economía atraviesa una fase recesiva o de estancamiento, todo el mundo da por supuesto que se trata de una situación transitoria; pero cuando la fase es expansiva, los ciudadanos damos por supuesto que durará siempre. Pocas son las voces que no comparten ahora el criterio de que la economía española desaprovechó los años de crecimiento de la segunda mitad de los ochenta para sanear sus estructuras productivas y aumentar su competitividad. Si se hubiera hecho, la crisis actual nos hubiera cogido en condiciones de resistir las presiones de los especuladores, las subidas de los ti...

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CADA VEZ que la economía atraviesa una fase recesiva o de estancamiento, todo el mundo da por supuesto que se trata de una situación transitoria; pero cuando la fase es expansiva, los ciudadanos damos por supuesto que durará siempre. Pocas son las voces que no comparten ahora el criterio de que la economía española desaprovechó los años de crecimiento de la segunda mitad de los ochenta para sanear sus estructuras productivas y aumentar su competitividad. Si se hubiera hecho, la crisis actual nos hubiera cogido en condiciones de resistir las presiones de los especuladores, las subidas de los tipos de interés por parte del Bundesbank, la agudización de la competencia internacional. Pero ¿quién pensaba en la crisis en esos años de esplendor?Nadie o casi nadie: cada cual consideró inaplazables sus propias prioridades, y la ausencia de concertación social impidió armonizarlas de manera racional. De ahí que las responsabilidades estén lo suficientemente repartidas (aunque haya un agente más responsable per se que los demás: el Gobierno de turno) como para que no sea del todo iluso esperar una respuesta concertada a la crisis. No es algo exclusivo de España. En muchos países, incluyendo algunos con gran tradición sindical, la crisis, y en particular el incremento del paro, está forzando acuerdos sociales que hace poco parecían impensables. En Italia, el país de la CE sometido a un ajuste más duro, los sindicatos han aceptado la supresión de la escala móvil: mecanismo que garantizaba la adecuación automática de los salarios al aumento de la inflación registrado y que ha resultado decisivo en la creciente pérdida de competitividad de la economía italiana en los últimos años. La estabilidad de la economía francesa no ha impedido que el desempleo pase del 9,3% registrado a finales de 1991 al 10,3% actual. Los sindicatos de ese país, que en los últimos años han superado en moderación incluso a los alemanes, estudian una propuesta gubernamental de implantación de empleos a tiempo parcial que favorezca la creación de puestos de trabajo a cambio de descuentos en las cotizaciones a la seguridad social.

Es dificil que en España se hagan pactos de ese tipo, pero el acuerdo de mantener una mesa permanente de diálogo social alcanzado el pasado miércoles entre las dos principales centrales obreras y la patronal CEOE revela un radical cambio de actitud por parte de los interlocutores sociales. Queda por ver, sin embargo, hasta qué punto este inicial escenario puede verse afectado por la práctica congelación salarial acordada por el Gobierno para 1993 en el ámbito de las administraciones públicas. La patronal ha renunciado al resistencialismo que le llevó a levantarse de la mesa tras las medidas fiscales aprobadas por el Gobierno en julio. Y las centrales no sólo han archivado la amenaza de una nueva huelga general para octubre, sino que han evitado plantear cuestiones previas que otras veces retrasaron, cuando no imposibilitaron, la apertura del proceso negociador. ¿Negociar qué? Los salarios, por supuesto, pero también cuestiones como la jornada laboral y la movilidad funcional y geográfica, a propuesta de los empresarios, y la ley de huelga y la de salud laboral, así como diversas prestaciones no salariales, de acuerdo con la agenda sindical.

Si las expectativas de llegar a acuerdos también en el terreno salarial son ahora mayores que en el pasado no es sólo por el temor al paro (aunque eso sea lo fundamental). En CC OO de manera más perceptible (en el sector mayoritario que representa su secretario general, Antonio Gutiérrez), pero también entre los cuadros de UGT, se abre paso la idea de que el terreno prioritario de acción sindical es la empresa (y en su caso las federaciones de industria),y no el de los grandes diseños generales: plan de convergencia, prioridades presupuestarias, deuda social, giro en la política económica, etcétera. La anunciada autonomía de las federaciones y secciones de empresa para negociar los convenios de acuerdo con las condiciones de cada sector y empresa no sólo puede favorecer acuerdos salariales realistas, sino seguramente avances en las demás cuestiones que configuran la concertación social: de momento, ultimar el acuerdo sobre formación profesional y el Consejo Económico y Social.

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