Tribuna:EL FUTURO DE EUROPA

Por la democracia y la justicia social

Los franceses hablaron el pasado domingo en nombre de los europeos y su mensaje fue claro. Como dice Jean-Pierre Chévénement, el socialista que defendió un no de izquierda a Maastricht, actuaron con "gran inteligencia". No se atrevieron a asestar una puñalada mortal a la construcción europea, y de ahí la pírrica victoria del . Pero tampoco quisieron dar un cheque en blanco a los líderes franceses y europeos.

Al conceder al no hasta el 49% de los votos, el límite más allá del cual había un peligro evidente, expresaron su profundo descontento por la marcha de lo...

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Los franceses hablaron el pasado domingo en nombre de los europeos y su mensaje fue claro. Como dice Jean-Pierre Chévénement, el socialista que defendió un no de izquierda a Maastricht, actuaron con "gran inteligencia". No se atrevieron a asestar una puñalada mortal a la construcción europea, y de ahí la pírrica victoria del . Pero tampoco quisieron dar un cheque en blanco a los líderes franceses y europeos.

Al conceder al no hasta el 49% de los votos, el límite más allá del cual había un peligro evidente, expresaron su profundo descontento por la marcha de los asuntos nacionales y comunitarios.

Un factor nacional explica, en primer lugar, la fuerza del no. Es lo que se ha dado en llamar el malestar francés. Esta semana, la portada del semanario L'Événement du Jeudi proclama: "Psicoanálisis de Francia. Todo va de mal en peor en su cabeza". Uno de los síntomas de ese malestar es el desprestigio de la clase política.

Consenso

La ideología del Consenso ha borrado, a los ojos de -los franceses, las diferencias entre derecha e izquierda. Piensan que todos los políticos son iguales: igualmente grises y cínicos, igualmente desinteresados por las cosas que' preocupan de verdad a la gente, igualmente obsesionados por salir en la televisión.

El desempleo, la corrupción política, la profundización de las desigualdades sociales y la pérdida de valores como el Estado protector, la ciudadanía republicana o el sindicalismo, son los asuntos que más preocupan al ciudadano, que no ve que ésas sean cuestiones que interesen a los políticos.

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Los más angustiados por la situación son los más débiles -obreros, agricultores, comerciantes, parados y jóvenes de los barrios-, y ellos fueron los que votaron contra Maastricht.

Ese malestar ha tenido este año dos expresiones electorales. En las elecciones regionales del pasado mes de marzo, los partidos tradicionales, el socialista y las formaciones conservadoras, recibieron un fuerte tirón de orejas. La tercera parte de los votantes optó por el ultraderechista Frente Nacional y por las formaciones ecologistas. En el referéndum del domingo, el no recogió 12,5 millones de sufragios y la marmita estuvo a punto de estallar.

Pero el referéndum ha revelado que si los franceses están hartos de unos políticos convertidos en meros gestores de la cosa pública, siguen, en cambio, enamorados de la política, de la verdadera política. Lo prueba el interés demostrado durante el debate sobre Maastricht y la alta participación en la consulta. La idea de que a los ciudadanos sólo les preocupa cómo pagarán las letras de un nuevo coche ha recibido una bofetada.

¿Son meramente franceses esos síntomas? Sin duda no lo son. Los franceses expresaron el domingo una inquietud continental. Dijeron que les interesa Europa, que les. interesa hasta tal punto que no están dispuestos a que este asunto quede en manos de los especialistas, bien sean esos líderes políticos que se creen exclusivos depositarios del sentido de la historia, bien sean esos tecnócratas empeñados en decidirlo todo en nombre de los pueblos.

Los franceses, como subraya Jean-Marie Colombani en Le Monde, han enterrado cuatro décadas de "despotismo ilustrado" en materia de construcción europea.

Advertencia

De paso, los franceses también han lanzado una severa advertencia a la Europa de los banqueros y los empresarios, obsesionada por contener la inflación, pero indiferente a la lucha contra el paro y la protección de los más débiles.

A partir de ahora hay que ponerse manos a la obra y rehacer la construcción europea si se quiere hacer caso de la protesta expresada mayoritariamente en las urnas por los daneses y casi mayoritariamente por los franceses el pasado domingo. Europa será democrática y social, como manda su propia tradición, o no será.

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