Tribuna:

Un mundo único

Políticamente hablando, lo más difícil es persuadir a la gente de que merece la pena prestar atención a nuestro medio ambiente natural y que es posible e incluso necesario, durante una recesión o cuando uno se enfrenta con el hambre y la pobreza demoledora. Se necesita perspectiva y sobre todo coraje para decir la verdad.Perspectiva y coraje son quizá las dos cualidades que más se deben poner en evidencia en la próxima Conferencia de Río, aunque debo decir que no resulta del todo sorprendente que muchos países en vías de desarrollo acudan aparentemente a la conferencia con mirada cínica, cuand...

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Políticamente hablando, lo más difícil es persuadir a la gente de que merece la pena prestar atención a nuestro medio ambiente natural y que es posible e incluso necesario, durante una recesión o cuando uno se enfrenta con el hambre y la pobreza demoledora. Se necesita perspectiva y sobre todo coraje para decir la verdad.Perspectiva y coraje son quizá las dos cualidades que más se deben poner en evidencia en la próxima Conferencia de Río, aunque debo decir que no resulta del todo sorprendente que muchos países en vías de desarrollo acudan aparentemente a la conferencia con mirada cínica, cuando no suspicaz.

Yo, sin duda, tengo los prejuicios culturales propios de un residente en una nación desarrollada del Norte, pero me parece que hay por lo menos tres aspectos que es necesario reconocer.

El primero es que, mientras los políticos y científicos del mundo desarrollado han estado predicando la defensa del medio ambiente o del ecologismo durante más de veinte años, el medio ambiente mundial ha continuado degradándose en general, principalmente a causa de la polución producida por esos mismos países. Somos responsables, sobre todo, del agujero en la capa de ozono y del efecto invernadero, así como de gran parte de la contaminación de los océanos. Los países en vías de desarrollo lo saben y esperan que les demostremos que ahora sí hablamos en serio, al poner coto a nuestra propia polución y especialmente a la que traspasa nuestras fronteras y se convierte en un problema internacional.

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En segundo lugar, ellos esperan que por lo menos eliminemos las barreras en el sistema económico y comercial mundial que hacen más difícil un desarrollo sostenible del Tercer Mundo. Esperan que invirtamos el sentido del flujo neto de riqueza, que, en contra de la opinión popular, ha estado circulando de Sur a Norte durante la mayor parte de la pasada década. Esperan unas relaciones comerciales más liberales que permitan que los productos con valor añadido vayan del mundo en vías de desarrollo a los países desarrollados, y pretenden que termine la sobresubvención, especialmente de los productos agrícolas, para que sus propios productos tengan más posibilidades de competir.

En tercer lugar, esperan que compartamos la mejor tecnología, de forma que el mundo trabaje realmente unido para alcanzar el desarrollo en un medio ambiente limpio.

El Norte ha hecho acopio de pericia y experiencia en gestión y tecnología que podría y debería utilizarse en el Sur. Al mismo tiempo, la pobreza de espíritu del Norte necesita renovarse y enriquecerse a partir de las grandes reservas de penetración y conocimiento espiritual del Sur.

En vista de todos los retos que afrontamos, ¿por qué no huir de inútiles acusaciones y de la sensibilización sobre lo que se ha dado en llamar "ecocolonialismo" y "neoimperialismo" por parte de los países en vías de desarrollo, y reconocer la fuerza y la debilidad mutuas? ¿No podemos aceptar, en esta etapa crucial de la historia del mundo, que necesitamos desplegar los mejores talentos, donde quiera que estén, allí donde se les necesita tan urgentemente? ¿No podemos asimismo aceptar que el Sur está considerablemente justificado para pretender obtener el mejor precio posible en un compromiso para la conservación y la utilización respetuosa de sus propios recursos naturales?

Tendremos que esperar y ver lo que surja de la Conferencia de Río. El reto es simplemente enorme. Como a menudo sucede, el progreso sólo vendrá de la combinación de recursos y voluntad política.

De un modo u otro, debe realizarse un balance entre las ventajas y las desventajas. En el industrializado Norte, tendremos que someternos al hecho de que se puede hacer mucho mejorando el acceso a los mercados, garantizando precios más justos para las mercancías y facilitando el flujo de nuevo capital y de tecnología moderna hacia el Sur, a través de la empresa privada.

Pero es imposible que todo esto sea suficiente por sí solo. "Justicia" es el grito que se eleva desde el Sur, no caridad. Dejemos la ayuda para quien quiera prestarla. Si nos aislamos de este clamor, nos desconectamos de la realidad vital de una parte muy significativa de la humanidad.

En la otra cara de la moneda, la justicia también requiere, en puridad, más responsabilidad y más independencia en la gestión por parte del Sur, y esto es algo que la mitad del mundo tendrá que aceptar o no llegaremos a ninguna parte.

Tal amplitud de miras pasa por ambos caminos. Yo creo que el Gobierno británico realmente ha sido el primero en hacer mucho más explícito el vínculo entre el flujo de ayuda y el establecimiento y mantenimiento de la democracia, tanto como en respetar los convenios internacionales sobre derechos humanos. Hay a este respecto noticias alentadoras. La democracia está empezando a florecer en campos antes estériles.

Esto no es como tal un triunfo del capitalismo sobre el comunismo, sino más bien un triunfo de aquellos que viven con incentivos sobre quienes han tenido muy pocos. El sistema de mercado no es siempre suficiente por sí solo, ya que los mercados no producen por sí mismos la equidad. Tienen fallos que los Gobiernos a veces han de subsanar mediante su intervención, trabajando tanto en solitario como en conjunto. Pero a menos que se libere primero la parte espiritual del ser humano, la protección medioambiental y el desarrollo serán sólo un sueño para muchos.

Finalmente, con objeto de que la cuestión no se aborde de forma injusta, sería verdaderamente inteligente exigir un rápido crecimiento de los países en desarrollo, hasta que podamos estar seguros de que el crecimiento obtenido servirá tanto para la gente más necesitada como para no comprometer los derechos de las futuras generaciones a satisfacer sus propias necesidades.

Hoy es ampliamente aceptado por los economistas que el producto nacional bruto (PNB) es sólo un indicador razonablemente bueno del nivel general de la actividad económica de una nación. Es un indicador totalmente engañoso del bienestar nacional, que deja de lado la sustentabilidad.

Necesitamos claramente alguna medida de PNB verde, que calcule el producto después de deducir la depreciación del capital de la naturaleza. Ningún socio puede permitirse el lujo de operar engullendo su propio capital, y a este respecto las naciones no son diferentes. Todas las evidencias de desastres medioambientales ocurridos en las generaciones anteriores nos muestran que los problemas se identificaban en una fase relativamente temprana, pero que nada se hacía, de hecho, hasta que los intereses económicos de una nación o Estado se veían afectados adversamente de forma clara e indiscutible.

Simplificando, si queremos promover una acción más rápida, debemos mostrar a los políticos que el medio ambiente es importante no sólo en sí mismo, sino también en términos económicos. Podemos mostrar los efectos de la erosión del suelo teniendo en cuenta el valor de las cosechas perdidas como el resultado de tal erosión; de igual forma, podemos considerar los costes de la prevención de inundaciones o los daños que la contaminación del aire produce en edificios, cosechas y bosques.

Los resultados son a menudo alarmantes cuando se hacen tales consideraciones. El profesor David Pearce y sus colegas del University College de Londres me han referido que México puede estar perdiendo un 15% de PNB, que asciende a muchos millones de dólares, simplemente a causa de la polución.

Por encima de todo, espero que la Conferencia de Río establezca el contexto en el que poder debatir y resolver con esperanza tales asuntos. Todos sabemos que entre el Norte y el Sur existen obligaciones y expectativas recíprocas, que deberían plantearse mutuamente. Lo que no hemos comprendido todavía es que lo sustantivo sólo puede alcanzarse mediante el trabajo conjunto de todos nosotros y que la noble, pero siempre algo olvidada, retórica humanitaria sobre un "mundo único" se ha convertido ahora en una inexorable realidad ecológica.

Carlos de Inglaterra es príncipe de Gales y heredero del trono británico. © 1991, New Perspective Quaterly. Los Angeles Times Syndicate.

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