Tribuna:

Préstamo

En el cine, según mi costumbre, me. quité los zapatos y los puse debajo del asiento. Cuando terminó la proyección, descubrí con horror que habían desaparecido. El cine estaba prácticamente vacío, de manera que no me los habían podido robar. Seguramente fue una de esas cosas paranormales que suceden ahora; de todos modos, tuve que soportar las risitas de los acomodadores hasta que me marché a la calle en calcetines (el derecho, además, estaba roto). Como mis padres vivían cerca, decidí ir a verles para que me prestaran unos zapatos con los que llegar a casa.Encontré a mi madre sola, en el cuart...

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En el cine, según mi costumbre, me. quité los zapatos y los puse debajo del asiento. Cuando terminó la proyección, descubrí con horror que habían desaparecido. El cine estaba prácticamente vacío, de manera que no me los habían podido robar. Seguramente fue una de esas cosas paranormales que suceden ahora; de todos modos, tuve que soportar las risitas de los acomodadores hasta que me marché a la calle en calcetines (el derecho, además, estaba roto). Como mis padres vivían cerca, decidí ir a verles para que me prestaran unos zapatos con los que llegar a casa.Encontré a mi madre sola, en el cuarto de estar, haciendo punto y viendo a Felipe González por la televisión. Le conté lo que me había pasado en el cine, y no me dijo nada, pero sonrió con malicia, como si me hubiera inventado esa historia para ir a verles. En esto llegó mi padre con un poco de marisco y una botella de champaña. Me miró como si le melestara mi presencia, pero yo disimulé observando la televisión. En ese momento Felipe González decía que él había creado más puestos de trabajo que Franco, quien en el momento de mayor desarrollismo sólo creó 800.000. Sentí un malestar rare, como si entre esa cifra, que me sonaba mucho, Franco y el propio González se establecieran unos vínculos asociativos desasosegantes. Desvié la mirada y vi que mi padre llevaba unos zapatos iguales que los que me habían desaparecido a mi en el cine. Se los pedí prestados y, aunque se resistió, acabó dándomelos para queme largara. Me sentí muy segure, dentro de aquellos zapatos, como si por fin mi cuerpo poseyera unos conocimientos sólidos y mi vida tuviera una razón de ser. Entonces me metí en un bar para acabar de ver ló de González, y de súbito comencé a entender lo que decía, como si pudien. al fin ponerme en su lugar, en sus zapatos.

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