Editorial:

La amenaza racista

EL GOBIERNO alemán ha dado particular relieve a la conmemoración del 500 aniversario de la siniestra reunión de Wannsee, en la que los principales dirigentes nazis decidieron el exterminio de los judíos. La solución final significó más de seis millones de muertes en los campos de concentración. El canciller Kohl ha insistido en que ese pasado -"el más oscuro capítulo de nuestra historia", dijo- no puede ser olvidado. Es elogiable la voluntad del actual Gobierno alemán de mantener vivo el recuerdo de aquellos años terribles para evitar que vuelvan a prender los sentimientos racistas en los que ...

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EL GOBIERNO alemán ha dado particular relieve a la conmemoración del 500 aniversario de la siniestra reunión de Wannsee, en la que los principales dirigentes nazis decidieron el exterminio de los judíos. La solución final significó más de seis millones de muertes en los campos de concentración. El canciller Kohl ha insistido en que ese pasado -"el más oscuro capítulo de nuestra historia", dijo- no puede ser olvidado. Es elogiable la voluntad del actual Gobierno alemán de mantener vivo el recuerdo de aquellos años terribles para evitar que vuelvan a prender los sentimientos racistas en los que Hitler se apoyó en los años treinta para alcanzar el poder. Sin embargo, una parte significativa de la sociedad alemana tiene otra actitud.Una encuesta realizada por Der Spiegel aporta estos datos: al 58% de los alemanes los judíos "no les gustan", el 36% piensa que los judíos tienen demasiada influencia en el mundo y el 13% se declara abiertamente antisemita y considera que Alemania no tiene culpa en el holocausto. Para el 27% de los encuestados, los alemanes son superiores a otros pueblos y el 40% aspira a que el pueblo alemán "se conserve limpio"`. Estos sentimientos, mezcla de racismo y nacionalismo exacerbado, no son sólo patrimonio de los grupos neonazis que atacan los hogares extranjeros agitando banderas hitlerianas. Impactan a amplios círculos de la sociedad.

Para todo el que no ha olvidado la historia, lo que ocurre en Alemania despierta particular inquietud. Además, Alemania ocupa un lugar hegemónico en Europa y las corrientes ideológicas que la recorren se extienden fácilmente a otras partes del continente.

Pero el crecimiento del racismo es un fenómeno general en Europa. Y los partidos democráticos no parecen haber tomado conciencia de su gravedad. Las campanas revisionistas, que presentan una imagen dulcificada de los nazis y niegan sus crímenes -y que se expresan incluso en la edición de historietas para los niños-, han tenido un efecto indudable. Va desapareciendo, en numerosos países y en círculos amplios, la repulsa instintiva de las ideas racistas y antisemitas, los tabúes nacidos de la lucha antifascista.

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En esta nueva oleada racista, cabe distinguir dos fenómenos específicos. Por un lado, el rechazo del extranjero: turco en Berlín, árabe en París, gitano en Madrid. Es una actitud bastante extendida, singularmente entre sectores juveniles desarraigados de las grandes urbes: parados sin expectativas vitales y afectados por la crisis ideológica y de valores que tienden a proyectar sobre el percibido como otro la responsabilidad de su propia marginación. Si esta actitud toma formas violentas por parte de ciertos grupos, se difunde también entre sectores que, sin abandonar su adhesión a la democracia, toman del discurso neonazi lo referente al rechazo de los extranjeros. El profesor alemán Heitmayer ha acuñado el término "xenofobia democrática" para definir tal actitud. Su arraigo constituye un terreno abonado para formas de racismo más violentas y radicales.

En efecto, asistimos simultáneamente a la aparición de grupos neonazis o neofascistas cuyo objetivo es destruir la democracia y cuya influencia crece, sobre todo entre los jóvenes. En Viena, la policía ha desmantelado un grupo nazi, ligado a extremistas de Hungría y también de EE UU, que disponía de cierta cantidad de armas. Pero son más peligrosos los partidos con respaldo electoral que, como el de Le Pen en Francia, aspiran a destruir la democracia desde dentro. Según revela un reciente estudio, los electores franceses entre 18 y 34 años colocan al partido de Le Pen en cabeza de sus preferencias. Las elecciones regionales de marzo en el vecino país pueden dar nuevos bríos al neofascismo lepenista. Es un peligro serio, y la reacción ante él de las fuerzas políticas francesas, muy desacreditadas por los escándalos, pobrísima.

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