Editorial:

Cuadro preocupante

Los PÉSIMOS datos sobre la evolución del paro no han sido compensados con noticias suficientemente alentadoras sobre el estado de los precios. Ello demuestra la compatibilidad de ambos desequilibrios en un contexto de lentificación del crecimiento, y subraya las dificultades, superiores a las previstas, que está encontrando la economía española para superarlos.El incremento del paro en cerca de 64.000 personas en octubre supone el mayor crecimiento de esa magnitud en los últimos cuatro años. Tras un mes de septiembre que fue también muy malo, con cerca de 60.000 nuevos parados, el desempleo al...

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Los PÉSIMOS datos sobre la evolución del paro no han sido compensados con noticias suficientemente alentadoras sobre el estado de los precios. Ello demuestra la compatibilidad de ambos desequilibrios en un contexto de lentificación del crecimiento, y subraya las dificultades, superiores a las previstas, que está encontrando la economía española para superarlos.El incremento del paro en cerca de 64.000 personas en octubre supone el mayor crecimiento de esa magnitud en los últimos cuatro años. Tras un mes de septiembre que fue también muy malo, con cerca de 60.000 nuevos parados, el desempleo alcanza ya la cifra de 2.316.000 personas, lo que supone el 15,4% de la población activa, uno de los porcentajes más elevados de la Comunidad Europea. Esa cifra indica que experimentos como la reducción en pequeñas dosis de los tipos de interés no constituyen estímulo suficiente para animar el ciclo. La extensión del aumento del paro a la generalidad de los sectores, pese al descenso del número de personas que buscan su primer empleo, reduce las esperanzas de rotación en la ocupación a que podría dar lugar una mayor actividad vinculada a las conmemoraciones del año próximo, en particular sobre el sector de los servicios.

Si el dato de la inflación de octubre supone escaso consuelo, pese a mejorar considerablemente la tasa del mismo mes en 1990, es porque se esperaba un progreso más sustancial como consecuencia de la desaparición de los factores de incertidumbre sobre los precios del petróleo que marcaron el último trimestre del pasado año. Tras el incremento del 0,6% de octubre, el IPC acumulado se sitúa en el 5,3%, a dos décimas del previsto para todo el año, y que es el mismo que ahora registra la tasa interanual. El análisis de los componentes de ese incremento y su coincidencia con indicadores como el del desempleo ilustran su carácter estructural. Más concretamente: demuestran la relativa autonomía de la inflación respecto al ritmo de actividad y, por tanto, su insensibilidad ante las terapias monetarias.

Algo que reconoció implícitamente el ministro de Economía cuando, después, del verano, apostó por desplazar el acento hacia la política presupuestaria, al tiempo que anunciaba una serie de medidas liberalizadoras tendentes a contener las alzas incontroladas en el sector de los servicios. Tales intenciones no se han visto luego confirmadas. Los presupuestos fueron mucho menos rigurosos de lo previsto, y el ímpetu inicial en materia de servicios ha amainado. Esto último es bastante preocupante porque la española es una economía cada vez más terciarizada. En la industria, mal que bien, se ha producido una adaptación competitiva en casi todos los sectores, pero en los servicios subsisten estructuras empresariales y prácticas reguladoras que refuerzan su ineficacia. La ausencia, en muchas de sus ramas, de competencia exterior propicia el traslado lineal a los precios de los incrementos de los costes, con lo que la adaptación se aplaza indefinidamente, al tiempo que se alimenta la espiral inflacionista.

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Todo ello es conocido desde hace tiempo, pero no se acaba de definir una línea que sustituya decididamente a las ensayadas en el último periodo. Las restricciones cambiarias derivadas de la disciplina del Sistema Monetario Europeo impiden endurecimientos adicionales en la política monetaria (por lo demás, de dudosa eficacia en la actual coyuntura). Y el cambio en las prioridades presupuestarias contribuye al descontrol del IPC sin ayudar a la reducción del déficit en infraestructuras que tan negativamente incide en la competitividad de las empresas. Así, nos acercamos a la fiesta del 92, poco propicia a las cuaresmas, sin haber eliminado las incertidumbres de las que depende que la economía española sea capaz de abordar con éxito los problemas asociados al mercado único. Un cuadro preocupante.

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