Azerbaiyán entero pide la independencia

Los azeríes están dispuestos a luchar contra los armenios por conservar Nagorni-Karabaj

LUIS MATÍAS LÓPEZ ENVIADO ESPECIAL, El Parlamento de Azerbaiyán, que acaba de decidir la formación de un ejército propio, debate si se autodisuelve bajo la presión de miles de manifestantes, mientras cerca, en un parque que domina Bakú, gruesas mujeronas rezan ante lápidas de mármol negro bajo las que están sepultados los cuerpos de las, según las cifras oficiales, 189 víctimas (a las que hay que añadir casi 200 desaparecidos) de la intervención del Ejército soviético en enero de 1990. Pero no hay sepulturas para los muertos por el levantamiento antiarmenio que la precedió, que costó la vida a...

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LUIS MATÍAS LÓPEZ ENVIADO ESPECIAL, El Parlamento de Azerbaiyán, que acaba de decidir la formación de un ejército propio, debate si se autodisuelve bajo la presión de miles de manifestantes, mientras cerca, en un parque que domina Bakú, gruesas mujeronas rezan ante lápidas de mármol negro bajo las que están sepultados los cuerpos de las, según las cifras oficiales, 189 víctimas (a las que hay que añadir casi 200 desaparecidos) de la intervención del Ejército soviético en enero de 1990. Pero no hay sepulturas para los muertos por el levantamiento antiarmenio que la precedió, que costó la vida a unas 50 personas.

Junto a las lápidas hay fotografías, aunque en algunos casos sólo aparecen huecos negros con rótulos como "hombre de 20 a 25 años". Esos cadáveres, varios de ellos aplastados por los tanques, fueron irreconocibles. Una mujer llora inconsolable, sentada en una tumba, mientras al lado, una anciana paga cinco rublos a un rezador profesional que entona con voz lejana una plegaria por su hijo.Casi dos años ya y la memoria de la matanza sigue viva. Desde aquellos 19 y 20 de enero, en que los carros de combate soviéticos entraron en Bakú. Gorbachov lleva el estigma del verdugo, y la independencia es el programa común del presidente, Ayaz Mutalibov, y de todos los grupos políticos de oposición.

El Frente Popular (FP), que engloba a todos los grupos opositores, proclama que, para cerrar el paso aí las fuerzas democráticas, el Comité de Seguridad del Estado (KGB) organizó tanto la matanza como los ataques a' los soldados que desencadenaron la catástrofe. "El pueblo no disparó ni un solo tiro", asegura el jefe del departamento general del Frente, Alexker Siavov, de 42 años.

Los escasos diputados democráticos intentan acabar con el penúltimo reducto de poder comunista en Azerbaiyán: el Parlamento. En él se sientan (desde las elecciones de septiembre de 1990, celebradas bajo el estado de emergencia) antiguos secretarios de distrito, alcaldes y cuadros del partido, muchos de los cuales lo graron sus escaños mediante el rentable desembolso de cientos de miles de rublos.

El FP parece resignado a que Mutalibov -un ex comunista renegado, que hizo en cuestión de días la extrafia pirueta de apoyar a los golpistas de agosto y de proscribir el partido, derrumbar la estatua de Lenin en Bakú y hacerse elegir presidente sin adversario alguno, aunque con el voto popular- siga al frente de una república que, como casi todas las demás de la antigua URSS, se ha proclamado ya independiente. Pero no está dispuesto a permitir que se mantenga el actual e inoperante Parlamento. Por eso exige la formación de un órgano reducido permanente en el que el antiguo aparato comunista y la oposición tengan la misma representación.

Frente a un 90% de diputados ex comunistas, el FP pone en su platillo de la balanza a decenas de miles de manifestantes. El pasado viernes, como todos los posteriores al golpe de agosto, la gente se congregó ante el edificio del Gobierno, en la misma plaza de la Libertad que hace unas semanas llevaba el nombre de Lenin y exhibía la desafiante y gigantesca estatua del fundador del imperio soviético.

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La 'cuestión nacional'

Sin embargo, la "revolución democrática pacífica" es tan sólo el segundo frente de un conflicto en el que el objetivo prioritario es la cuestión nacional, es decir, la conservación a toda costa de Nagorni-Karabaj, esta región de población mayoritarmente armenia, pero enclavada y dependiente de Azerbaiyán. Allí se libra desde hace tres años una guerra que se ha cobrado ya más de 800 vidas, y en la que no pasa un día sin que haya un nuevo incidente: el tiroteo de un coche, el bombardeo de una aldea, la ocupación de otra...

Una crisis cuyo origen más lejano se remonta a la política étnica de Stalin y, más recientemente, a la reivindicación armenia, que en enero de 1988 llevó a millones de personas a las calles de Eriván y un mes más tarde encendió la mecha de la matanza de Sumgait, cerca de Bakú, en la que murieron 32 armenios, según la cifra oficial. Fue el pistoletazo de salida de una carrera desesperada que casi vació Armenia de azeríes y Azerbaiyán de armenios. Sólo quedan algunos que cambiaron sus nombres y ocultan su identidad étnica, más los 150.000 de Nagorni-Karabaj y unos 10.000 en los alrededores.

Sobre este conflicto, la coincidencia entre el presidente, el Parlamento y el Frente es total: rechazo total a las pretensiones armenias y exigencia de control absoluto sobre Nagorni-Karabaj y Najicheván, república autónoma poblada de azeríes y dependiente de Bakú, aunque geográficamente integrada en Armenia. Los presidentes ruso, Borís Yeltsin, y kazajo, Nursultán Nazarbáiev, emprendieron a finales -de septiembre una misión de paz sobre el terreno que logré que Mutalibov y el jefe del Estado armenio, Levón Ter Petrosián, se comprometieran a un alto el fuego y a la celebración de nuevas elecciones en Nagorni-Karabaj, pero varias semanas más tarde la guerra de guerrillas sigue igual.

El papel a desempeñar por un poder central agonizante es más que discutible. En esta república de mayoría musulmana, con más del 80% de la población azerí, la URSS es ya historia, y la unión, cualquier unión, casi una utopía. Todos los partidos son independentistas: Musavat, Libertad Popular, Birlik, Anavatan, Socialdemócrata, Independencia Nacional. Ni siquiera el de Justicia Social, en el que se refugian antiguos cuadros comunistas, se atreve a ir contracorriente. Nadie olvida que fueron tropas soviéticas las autoras de la matanza de Bakú.

La espera de los mulás

¿Y los mulás? Observan y esperan. Hadzhi Aklb Agáyev, de 46 años, portavoz del sheij, jefe espiritual de los musulmanes del Cáucaso, recuerda que éste y el patriarca armenio se reunieron en Rostov en 1988 y suscribieron un llamamiento a la concordia. En Azerbaiyán los shiíes (65% de los musulmanes de esta tierra) y los suníes viven en paz, van juntos a la mezquita y reconocen la autoridad única del sheij, shií él mismo. Desde la llegada de la perestroika, el islam dejó de estar perseguido, el número de mezquitas se multiplicó por ocho y los dirigentes políticos no olvidan que el islam y el sheij representan un poder temible.

Aunque Azerbaiyán contempla un futuro de independencia y descarta cualquier fusión, mira más allá de sus fronteras: hacia Irán (allí vive el triple de azeríes que en la antigua URSS) y Turquía. Los azeríes son, por lengua y por etnia, de origen turco, y el modelo político que Ataturk implantó allí es muy popular. En cuanto a la república islámica, nadie se atreve a especular sobre el impacto de su modelo en el ex comunista Azerbaiyán.

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