La nueva extrema derecha europea

El fenómeno 'ultra' invade los países ricos del Viejo Continente

La extrema derecha ha muerto, ¡viva la extrema derecha! Ahora que los viejos nostálgicos del fascismo parecen ya relegados al rango de reliquias de la historia, he aquí que está apareciendo en Europa occidental una nueva extrema derecha, con un lenguaje demagógico más acorde con las preocupaciones del ciudadano de hoy, y cuyo caudal de votos sube de manera preocupante. Hasta la modélica Suecia, símbolo de la moderación política, acaba de experimentarlo en las elecciones del 15 de septiembre. Los viejos ultras exaltaban al jefe y la disciplina; hablaban con emoción de la patria, de la familia y...

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La extrema derecha ha muerto, ¡viva la extrema derecha! Ahora que los viejos nostálgicos del fascismo parecen ya relegados al rango de reliquias de la historia, he aquí que está apareciendo en Europa occidental una nueva extrema derecha, con un lenguaje demagógico más acorde con las preocupaciones del ciudadano de hoy, y cuyo caudal de votos sube de manera preocupante. Hasta la modélica Suecia, símbolo de la moderación política, acaba de experimentarlo en las elecciones del 15 de septiembre. Los viejos ultras exaltaban al jefe y la disciplina; hablaban con emoción de la patria, de la familia y del orden, y vestían uniformes de tipo militar. Hacían proclamas patrioteras genéricas y hablaban, como Blas Piñar, de la "Europa de las catedrales". La nueva extrema derecha ha cambiado de atuendo. Sigue siendo nacionalista, pero su lema es más concreto: el rechazo a la inmigración.

La inmigración hace perder a Occidente su alma, dice la ultra derecha actual que censura también de manera global a "los políticos", tanto de izquierda como de derecha, presentándolos como una casta de listos que se está aprovechando de los electores para llenarse los bolsillos.El feudo de la vieja extrema derecha era el sur de Europa, menos desarrollado y menos politizado. El feudo de la nueva extrema derecha, al contrario, son los países del norte o del centro del Viejo Continente. Paradójicamente, Francia, Alemania, o Suecia ven crecer así un fenómeno que va desapareciendo en casa de sus vecinos del sur, que cuentan, sin embargo, con una democracia con menos tradición. En España, los nostálgicos del franquismo cosechan hoy un número irrisorio de votos: 0,12% para la Falange Española en las legislativas de octubre de 1989. Los amigos de los coroneles no tienen más suerte en Grecia, donde el partido EPEN suspendió sus actividades en septiembre, de 1989 depués de recibir menos del 1% de los votos.

Italia simboliza mejor que cualquier otro país esta'regeneración del fenómeno ultra, al concentrar en su territorio sus dos caras: el viejo fascismo nostálgico en el Sur, y la extrema derecha moderna en el Norte. El primero lo encarna desde los años cincuenta el Movimiento Social Italiano (MSI), que alcanzó su cénit electoral en 1972, en un momento de agitación social y política: el MSI consiguió entonces el 9% de los votos y 56 diputados.

Feudos tradicionales

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Desde entonces el partido ha ido decreciendo progresivamente hasta conseguir en junio pasado apenas el 4,8% de los votos en las elecciones regionales de Sicilia, uno de sus feudos tradicionales. La muerte de su líder, Giorgio Almirante, en mayo de 1988, la distensión internacional que ha alejado el espectro del "peligro comunista", contribuyen a explicar este declive, que responde también a otro importante factor: la aparición de la Liga del Norte, de Umberto Bossi, que canaliza cada vez más los votos de la extrema derecha, con un discurso más modernista, sin nostalgias y centrado en la inmigración "interior": la del sur de Italia hacia el norte. "Mejor negro que siciliano", afirman con sorna los adeptos de la Liga.

El precursor de esta nueva extrema derecha europea es, sin duda, el francés Jean-Marie Le Pen. Este bretón de 67 años, antiguo paracaidista que luchó en las guerras coloniales de Indochina y Argelia -donde se le acusó de torturador-, fue el primero en la Europa Occidental de la posguerra en edificar un partido poderoso que tuviera la xenofobia como principal credo. Los padrinos de su auge en los años ochenta fueron el paro, la inmigración norteafricana y la llegada de la izquierda al poder. Los franceses descubrieron a un político distinto de los demás que gritaba, en 1984, en una popular emisión televisiva, que "la patria no es un hotel de putas para seis millones de inmigrantes".

Hoy, el Frente Nacional se ha convertido en un amplio movimiento de 75.000 militantes que cuenta con las simpatías de un 15% de los franceses. El pasado 15 de septiembre, obtuvo la primera posición en una elección cantonal en Marsella -una de las ciudades más afectadas por la inmigracion-, con el 44% de los sufragios emitidos. Además, ha logrado contagiar su discurso al conjunto de la clase política francesa, colocando el tema de la inmigración en el centro de todos los debates: el sábado pasado, por ejemplo, el muy liberal ex presidente Valéry Giscard d'Estaing afirmaba que Francia se enfrentaba a una "invasión" extranjera, y proponía reemplazar el ius soli (derecho de suelo) por el ius sanguinis (derecho de sangre).

Suecia también vio aparecer su Le Pen en las legislativas del 15 de septiembre: Ian Wachtmeister, líder del partido Nueva Democracia. Fundado apenas diez meses antes por este conde-empresario asociado al dueño de un parque de atracciones, este partido consiguió el 6,8% de los votos y 24 escaños en el Parlamento, con un discurso populista y populachero. Nueva Democracia quiere una política de inmigración y de asilo más restrictiva, un cambio en la Constitución que permita "reducir el poder de los políticos y de la burocracia", y preconiza una política económica que haga la vida "más divertida y más barata", a la vez que pide una reducción de los impuestos.

Esta última exigencia -lógica para una corriente que acusa a todos los políticos de enriquecerse con el dinero de los ciudadanos- constituye una constante del discurso de la extrema derecha escandinava. Como en Dinamarca, donde fue el argumento clave del Partido del Progreso, fundado en 1972 por Mogens Glipstrup. Este abogado de 64 años dirigía un estudio cuyo principal cometido era el de asesorar a sus clientes sobre las formas de eludir el pago de impuestos. Predicó él mismo con el ejemplo al cometer un fraude que le acarreó una condena de tres años y medio de cárcel en 1981. El partido de Glipstrup osciló siempre entre el 3% y el 5% de los votos -obtuvo 20 escaños en las legislativas de 1989-, un número reducido pero suficiente para actuar como partido bisagra.. Noruega también tiene su Partido del Progreso, de estilo populista ultra, fundado en 1973 por Carl I Hagen. Después de varios años de estancamiento, el partido registró un espectacular salto en 1989, cuando consiguió el 12% de los votos, pasando de 4 a 22 diputados. Su discurso, acusando al Gobierno de despilfarrar su dinero con los refugiados en lugar de ayudar a los Noruegos en paro, encontró eco en los sectores sociales más afectados por la crisis económica.

En Alemania también, la suerte electoral de la extrema derecha, representada por los republikaner del antiguo oficial de las SS Franz Schoenhuber -quien, sin embargo, siempre evitó cualquier asociación con la escenografía neonazi-, está en relación directa con el peso del problema migratorio. Sus consignas "la barca está llena" y "Alemanía para los alemanes" lo dicen todo al respecto. Consiguió su momento de gloria en 1989, cuando recibió, en las elecciones europeas, el 8% de los votos. Después cambió la tendencia: el proceso de unificación emprendido a galope por Helmut Kohl permitió al canciller recoger los votos de la derecha más nacionalista: los, reps obtuvieronsólo un ridículo 1,4% en las legislativas de diciembre pasado. Hoy, sin embargo, pasada la reunificación, con la derecha en crisis y el país viviendo una gran polémica sobre la emigración -procedente esta vez del Este-, todo indica que los reps pueden acercarse de nuevo al 5% que les daría entrada en el Parlamento.Unos liberales 'ultras'El país germánico más afectado por el resurgimiento de la extrema derecha es Austria. El FPO, el Partido Liberal, continúa ascendiendo en popularidad, y su influencia, hasta ahora limitada a Viena y a la provincia de Carintia, se extiende ya a todo el país. En las últimas legislativas logró el 18% de los votos con una campaña electoral centrada en el rechazo a los extranjeros, especialmente en el sistema de educación. Su líder, Jorg Haider, de 42 años, tuvo que dejar su cargo de gobernador de Carintia tras elogiar el sistema de empleo del régimen de Hitler, lo que no impidió que su partido triplicara sus votos en una elección provincial el domingo pasado.

Y es que en todo el Viejo Continente la puesta en cuestión de las fronteras, los conflictos nacionalistas, los nuevos flujos migratorios Este-Oeste, que se añaden a los tradicionales Sur-Norte, aumentan la resonancia del discurso que echa a los que están enfrente la culpa de todos los males. En una Europa que da la impresión de volver a las luchas tribales, la nueva extrema derecha tiene hoy viento en popa.Este informe ha sido elaborado por Thierry Maliniak con informaciones de Eudo Adriazola, Peru Egurbide, José María Martí Font, Ricardo Moreno, Viviane Schnitzer y Javier Valenzuela.

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