Tribuna:

Propuesta para que Madrid sea el desierto

Cuando se llega a Madrid uno no lo sabe, y si quiere verificarlo ha de salir de nuevo hacia Guadarrama. Una vez se establece allí que a 50 kilómetros hay una columna de humo, cemento y gente que se llama Madrid, uno vuelve a avanzar como si, en efecto, tuviera delante el espectro de una capital, y camina hacia ella con la confianza inservible de los que compran la lotería caducada. Una vez en Madrid la gente vuelve a verificar que el viaje ha sido en balde: Madrid no existe, como Murcia, lo que pasa es que le ha dado vergüenza haber asumido su identidad de desierto y se ha dotado de todos los ...

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Cuando se llega a Madrid uno no lo sabe, y si quiere verificarlo ha de salir de nuevo hacia Guadarrama. Una vez se establece allí que a 50 kilómetros hay una columna de humo, cemento y gente que se llama Madrid, uno vuelve a avanzar como si, en efecto, tuviera delante el espectro de una capital, y camina hacia ella con la confianza inservible de los que compran la lotería caducada. Una vez en Madrid la gente vuelve a verificar que el viaje ha sido en balde: Madrid no existe, como Murcia, lo que pasa es que le ha dado vergüenza haber asumido su identidad de desierto y se ha dotado de todos los símbolos y emblemas que la hacen colmena, pueblo, villa, ciudad, sitio habitado por insomnes y por administrativos.Madrid tiene todos los componentes precisos para haber sido un desierto, pero la historia perdió la oportunidad de dejarlo seco. Hubiera sido una reserva natural, un parque con fieras, un lugar vallado e imponente del que sobresaldría como un monolito verde la Casa de Campo, e incluso el Retiro hubiera sido un bosque ejemplar con sus llanas para los monos, sus árboles frutales. Los niños hubieran venido a Madrid -al desierto de Madrid- con una ilusión diferente: éste hubiera sido el lugar de la mirada, un festival incesante de sucesos en los que los muchachos hubieran iniciado el aprendizaje de la vida. Al haberles quitado esa posibilidad, los niños tienen que ir ahora a parques zoológicos mucho más chicos y han terminado creyendo que las fieras son animales domésticos a los que se arrojan plátanos, que comen mientras se rascan.

¿Y el Prado? ¿Dónde hubieran puesto el Prado? Muy sencillo: el Prado hubiera estado mejor en Galicia, o en Comillas, o incluso en Roncesvalles, o al lado de la Alhambra de Granada. El resto, incluido el Palacio Real, hubiera mejorado mucho la ciudad de San Sebastián, o las faldas del Teide, en Tenerife, o, por qué no decirlo, hubiera sido un digno acompañante de las Atarazanas. ¿Y la cuesta de Moyano? La cuesta de Moyano, incidentalmente, es un sitio de Zaragoza, o de Logroño, o de Extremadura, lo que pasa es que Madrid se queda con todo: el hambre del desierto no conoce el pudor y depreda lo que puede de lo que es ajeno.

Madrid es seco y altivo, una llanura manchega cubierta del polvo de arroz podrido que tienen sobre sí las ciudades superpobladas. Al haber sido una urbe involuntaria, este desierto se devora a sí mismo, se llena de cemento y de políticos, y cada día pierde la última probabilidad de ser, en efecto, un lugar vacío.

Vocación de secarral

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Convertido por azar administrativo en un sitio donde se hacen leyes y decretos, y se celebran fiestas y se lanzan pregones, este desierto de Madrid padece ahora la continuación de la locura: unos lunáticos recién elegidos quieren hacer una autopista subterránea, convocar los coches, llenar el subsuelo de la densidad del ruido.

Es terrible pensar en qué harán con este desierto. Será un tentáculo, un pulpo de hierro y de veredas de neón, la esquina menos transparente del mundo. Ahora la gente vuelve de las orillas para reintegrarse a este desierto desmentido. Se nota en la ciudad que van a venir todos, y todo regresa a su ritmo normal lentamente, como si la ciudad fuera un niño que se está despertando. ¿Qué ha pasado? Nada un sueño: el verano.

El desierto vuelve a ponerse las aceras, y los coches hacen el ruido con el que se identifican Esta autopista del centro le da. la bienvenida a los que se han ido: durante el mes de agosto, los 40 grados y el queso rezumante de Castilla han acentuado la vocación de secarral que tiene la capital de España, y ésta ha huido peligrosamente por la senda africana. Ahora vuelven las sombras de sus habitantes a quitarle al desierto su viejo apetito de arrasar Madrid con la certeza de que algún día en Guadarrama veremos el cartel que avisa de que al fondo de aquella colina verduzca hay un territorio que una vez fue una ciudad por la que Azaña y Unamuno vieron tiritar el espíritu de Cervantes.

Convertido en una reliquia,, el desierto de Madrid estará poblado entonces por la melancolía de haber sido antes una ciudad perpleja que se dice adiós a sí misma mientras da la bienvenida a los que no saben adónde vuelven.

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