RUSIA ELIGE PRESIDENTE

El hombre de Sverdlovsk

La congestión facial de este hombre de 60 años no puede ser casual. En sus mejillas se aglomera el agobio de una antigua fidelidad al aparato comunista y en los Ojos, vivaces y siberianos -nació en Sverdlovsk, a las puertas de la inmensa talga-, brilla la energía que le permitió romper con el PCUS hace dos años. Tiene el corpachón de un antiguo deportista -fue buen jugador de balonvolea- y en la exigua boca el rictus de quien se ha ganado la existencia a pulso. Su infancia discurrió en una casa prefabricada de Sverdlovsk, su juventud en el Instituto Politécnico de Sverdlovsk -fue buen estudian...

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La congestión facial de este hombre de 60 años no puede ser casual. En sus mejillas se aglomera el agobio de una antigua fidelidad al aparato comunista y en los Ojos, vivaces y siberianos -nació en Sverdlovsk, a las puertas de la inmensa talga-, brilla la energía que le permitió romper con el PCUS hace dos años. Tiene el corpachón de un antiguo deportista -fue buen jugador de balonvolea- y en la exigua boca el rictus de quien se ha ganado la existencia a pulso. Su infancia discurrió en una casa prefabricada de Sverdlovsk, su juventud en el Instituto Politécnico de Sverdlovsk -fue buen estudiante de ingeniería- y su madurez en la secretaría del partido en Sverdlovsk. Alcanzó la gloria de ser virrey de su ciudad natal -una urbe notoria por su industria de armamento y sus campos de concentración entre 1976 y 1985. Dejó para la posteridad el recuerdo de su autoritarismo, de su pasión por el cemento en toneladas cúbicas -algo de obra pública hay en su rostro grumoso- y un exiguo Metro que une entre sí las tres mayores factorías locales.Su vida cambió en 1985, cuando el partido -ya en la era Gorbachov- se lo llevó, con su mujer y sus dos hijas, a Moscú. Bastaron dos años de inmersión en la corrupción posbreznevíana del centro para que Borís Yeltsin, que ya no era virrey de su pueblo sino uno de tantos renglones en la nomenklatura capitalina, mandara su carta de dimisión a Gorbachov. Desde entonces, 1987, hasta 1989, arremetió furiosamente contra todo y todos. Ello le bastó para ganarse a una ciudadanía hastiada de conformismo oficial. En 1989, fuera ya del partido -con el estigma de los expulsados: supuesto alcoholismo, supuesto intento de suicidio ¡con unas tijeras!-, este hombre audaz, grosero y mandón fue alzado en volandas por los moscovitas como alternativa al prudente, refinado y conciliador Gorbachov, Ahora, los rusos han consagrado esta faz abotargada que no necesita palabras para decir niet.

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