Editorial:

Adaptación al marco europeo

POCAS VECES se había manifestado tan claramente como estos días la vinculación de las principales decisiones adoptadas en materia financiera y monetaria con el marco comunitario. La unión del Banco Central y del Banco Hispano Americano, días después de que el ministro de Economía anunciara la correspondiente reorganización de la banca pública, y la reducción del tipo de interés de intervención del Banco de España son decisiones que tienen en común la argumentación con que han sido justificadas: la irreversible integración de España en el área europea, más competitiva para las empresas y bancos...

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POCAS VECES se había manifestado tan claramente como estos días la vinculación de las principales decisiones adoptadas en materia financiera y monetaria con el marco comunitario. La unión del Banco Central y del Banco Hispano Americano, días después de que el ministro de Economía anunciara la correspondiente reorganización de la banca pública, y la reducción del tipo de interés de intervención del Banco de España son decisiones que tienen en común la argumentación con que han sido justificadas: la irreversible integración de España en el área europea, más competitiva para las empresas y bancos y más exigente con la convergencia económica de sus países miembros. Cuestión distinta es el grado de adecuación de las respuestas arbitradas.La libertad de prestación de servicios financieros y de establecimiento de entidades en todo el territorio comunitario constituirá la más importante modificación para el sistema bancario español, cuyo tradicional proteccionismo explica, en gran medida, su ineficacia, sin que, por el contrario, haya contribuido a eliminar la inestabilidad que en ocasiones le ha caracterizado. Las respuestas ante Europa, expresamente propiciadas por el Gobierno, parecen asumir como necesaria una mayor dimensión de los bancos y, lo que en todo caso puede ser más cuestionable, que tal aumento de tamaño ha de conseguirse necesariamente mediante fusiones entre entidades nacionales. La primacía de ese criterio sobre otros -complementariedad de las entidades, capacidad de gestión resultante, calidad y eficiencia de los servicios suministrados y, en última instancia, sus resultados- parece amparada en una nueva suerte de nacionalismo bancario de dudosa virtualidad en ese nuevo contexto supranacional y, en última instancia, de cuestionables efectos sobre el sector real de nuestra economía. El único argumento para este nacionalismo sería el carácter estratégico que el sector bancario supone para cualquier país.

La mediatización europea ha estado también presente en la decisión de reducir el tipo de interés del dinero que el Banco de España presta a los demás bancos. La intensa apreciación de la peseta en el seno del Sistema Monetario Europeo (SME), en especial frente al franco francés, constituía una importante restricción al estímulo de la economía francesa mediante descensos adicionales en sus tipos de interés. Una menor remuneración de los activos financieros denominados en pesetas debería contribuir a la reducción de esas tensiones apreciadoras de nuestra moneda y, en última instancia, posibilitaría el deseado descenso en los tipos de interés en Francia. El anuncio de una política económica expansiva por parte del nuevo Gobierno francés habría conseguido vencer la resistencia del Banco de España a relajar su política monetaria. La inexistencia de mejora en la reducción de la inflación española y la limitada significación de los últimos datos sobre las magnitudes monetarias no hubieran amparado una decisión como la adoptada por nuestro banco emisor, de no mediar circunstancias adicionales como las descritas.

Esta supuesta concertación con las autoridades monetarias de los principales países que forman parte del SME debería contribuir a reducir cualquier atisbo de duda en el rigor a que está obligado el Banco de España en el mantenimiento de la prioridad antiinflacionista. Esa garantía sigue constituyendo una precondición para que la asunción del mercado único y la participación en la unión económica y monetaria no supongan para la economía española su desplazamiento a algunos de esos círculos concéntricos alejados del núcleo de países llamados a liderar la integración. La dimisión de Karl Otto Pöhl como presidente del Bundesbank proporciona una ocasión para valorar la importante contribución que ese rigor ha deparado río sólo sobre la estabilidad de la economía alemana, sino igualmente sobre las condiciones que han de presidir el proceso de integración monetaria europea. Con independencia de que algunas de las posiciones defendidas por Pöhl significaran la diferenciación de hecho de nuestra economía respecto a las que aglutinan la unión monetaria de Europa, es difícilmente concebible ese proceso sin la convergencia y estabilidad defendidas durante sus 10 años de presidencia del banco central alemán. Credenciales, las de este decano de los banqueros centrales, no menos necesarias para el resto de sus homólogos europeos en el momento actual, en el que la menor autonomía de la política monetaria no ha de implicar el abandono de la disciplina en su ejercicio.

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