Tribuna:AVISOS PARA EL DERRUMBE / 3

De los crímenes de la fe

7 de abril de 1991. Queridos biznietos: no dejaba aquí de pensar, según me acordaba de vosotros, angelitos sin nombre, criaturitas por venir, la de penas que estaréis pasando por ahí entre las ruinas y los escombros, tratando de abrir caminitos nuevos entre los montones de cemento resquebrajado y plástico rancio y latas herrumbrosas.¿Será posible que estas construcciones de la demencia sirvan por lo menos para hacer ruinas, unas ruinas decentes como las que aquí nos habían dejado los otros siglos y cultivaban. ahora en vitrina los guardianes de la Cultura?

Bien quería yo podemos imagina...

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7 de abril de 1991. Queridos biznietos: no dejaba aquí de pensar, según me acordaba de vosotros, angelitos sin nombre, criaturitas por venir, la de penas que estaréis pasando por ahí entre las ruinas y los escombros, tratando de abrir caminitos nuevos entre los montones de cemento resquebrajado y plástico rancio y latas herrumbrosas.¿Será posible que estas construcciones de la demencia sirvan por lo menos para hacer ruinas, unas ruinas decentes como las que aquí nos habían dejado los otros siglos y cultivaban. ahora en vitrina los guardianes de la Cultura?

Bien quería yo podemos imaginar parecido a como nos íbamos todavía nosotros algún día de merienda bajo las naves medio derrumbadas, medio comidas de musgo y hiedras, de algún convento cisterciense, o en tumbarnos bajo una encina a la vera de un tramo de vía de romanos, con la grama y la avena loca creciendo entre las grietas de las losas desvencijadas: que así pudiérais ir vosotros alguna tarde a coger moras de los zarzales crecidos en las resquebrajaduras de una autopista abandonada abiertas por las torrenteras y los tractores vengativos de una rebelión tardía, o recostándoos a comer tortillas y fiambres al amparo de los almeces y acebuches tortuosamente nacidos entre los escombros de un conglomerado de bloques suburbanos con las vigas de hormigón caídas y desgarradas cubriéndose ya piadosamente de madreselvas, y al remover con el pie algún terrón con lañas de alquitrán pegadas, algún montón de esquirlas de sanitario blanqueantes, quedándoos un rato pensativos y alguno de vosotros murmurando una elegía ("Aquí la ilusión trazó sus pistas rectilíneas, alzó sus bloques verticales...") mientras viniera el gemido de la flauta de algún otro desde los juncos de allá por donde un arroyo corriera redimiendo de líquenes y Iodos lo que había sido el basurero enorme de la vieja capital desierta.

Basura edificada

Así me esforzaba yo en imaginaros, viditas mías; pero algo no me dejaba; algo me enturbiaba el espejo de vuestras caritas y me las volvía, en vez de tristes, rabiosas y maldicientes contra la estupidez de vuestros ancestros, que tan difícil os dejara la tierra y el respiro.

No lograba creerme que esto que aquí seguíamos haciendo pudiera dar nunca (o ¿cuántos biznietos de vuestros biznietos harían falta?) ni siquiera ruinas: porque es que aquellos puentes y catedrales de otros tiempos se habían hecho para algo, para el uso, para el lujo, y sólo después, vencida su utilidad o su vanagloria por los años, venían a caer en ruinas y volverse escombros; pero, cuando lo que se estaba haciendo era ya basura edificada, era ruina y nada recubierta de cromos y letreros luminosos de mentiras... ¿qué ruinas de nada iba eso a poder parir, en qué basura redentora convertirse?.

Sí: razón tendréis para maldecimos, cabecitas juiciosas. Pero quena yo que supierais mas exactamente cómo era este reino de la estupidez que estáis maldiciendo ahora, y para eso me empeñaba en escribiros, robándoles algunos retazos de minutos a los pacientes que subían apiñados en los ascensores, y hasta algunos arrastrándose por las escaleras, hacia esta mi consulta de moribundos en este último piso de la torre.

Porque os preguntaréis vosotros cómo era posible que se siguieran cometiendo, con tal consentimiento de los poderes y las poblaciones, durante tantos años, tantos crímenes legales, tantas construcciones de niños enloquecidos y venenosos, tanta furiosa fabricación de nada aparatosa, sin que un rayo de sentido común, un pálpito de un resto de sentidos vivos, no hubiera venido al punto a romper el hechizo y a parar la empresa de la idiotez gigante.

¿Cómo era que, teniendo a la mano las vías de traslado sensatas y potentes, ferrocarriles, tranvías, trenes de mercancías, dispuestas a resolver limpio y barato todos los problemas que hiciera falta, se dedicaban, durante casi un siglo, a promover los medios inútiles y torpes, autos personales, autobuses y camionazos, hasta dejar las tierras y ciudades convertidas en esa masa de basura en que estáis ahora debatiéndoos, hermosos míos?, ¿y abandonar las vías de hierro en marcha y las estaciones en vida para trazar unas rayas de alquitrán blandas y trabajosas, y hasta embudos para bólidos presos de velocidades ideales, a través de los desiertos?, ¿y en vez de dejar que cada cual se subiera al tren donde quisiera y cuando pasara, obligar a que cada uno se hiciera su propio chófer y mecánico y tuviera que trabajar su ruta, para ir todos en fila al mismo sitio, pero cada cual por su voluntad?

¿Cómo era que seguían, en vez de dejar vivir a la gente por los pueblos y ciudades inventados para la vida, embutiéndolos en nichos personales de bloques suburbanos, cada nicho con su televisor para entretener la muerte?, ¿y que, teniendo medios para regular los nacimientos, siguieran produciendo a chorro más y más futuros compradores de pisitos y de autos personales?

¿Cómo era que, disponiendo ya desde mucho atrás de las máquinas útiles para trabajar por' ellos, tenían que trabajar cada vez más horas y más tristes?, ¿que, después de tanto haber luchado por la reducción de la jornada y la semana, al cabo de un siglo, contando las horas de ir y venir del tajo, tuvieran que trabajar más horas que sus bisabuelos, que apenas les quedaran luego más fuerzas ni ingenio que para jugar al bingo?

¿Cómo era que puditran seguir inflándoles el aire y las cabezas a fuerza de emisión y recepción de información inútil, y enmarañándolos de cables y ondas de comunicación de nada, y hasta haciéndoles a cada cual hacerse cargo de su receptor y emisor personal de informaciones, hasta conseguir ese caos informático en que habéis nacido y del que con tantas penas estáis tratando ahora de desembrollaros?

¿Cómo era que, habiéndose hecho tan claros descubrimientos de las mentiras que la Religión había impuesto a las poblaciones, seguían al final de este siglo haciéndoles tragar memeces científicas tan infantiles y tan imperiosas como no las habían soñado las religiones de la Historia?

¿Que cómo? ¿Que por qué? Bien podría yo, simplificando, responderos "por dinero". Ya, ya veo que se os quedan las caras (¿"por dinero"?) como largas y perplejas: porque vosotros ya habéis tenido tiempo de descubrir lo inane y lo sublime de esto que llamábamos dinero, y os cuesta ya mucho entender que un ideal, un vacío, pudiera mover tanta producción de cemento armado y de hard-ware y de software.

Los que dedicaron su vida a la promoción de tanta mierda de colores ¿os preguntaréis acaso vosotros, desde ese vuestro cielo entrenublado, con esos ojos de niños buenos y tristes, qué fué lo que se llevaron a la tumba? No: más bien (porque vosotros ya sabéis que a la tumba no se lleva uno más que lo que ha vivido) os preguntaréis qué fué lo que de esos crímenes legales sacaron en sus vidas.

Pues eso: pues dinero.

Sí: porque les habían hecho creer que el dinero seguía comprando cosas. Sabían al mismo tiempo, por lo bajo, que las cosas no eran ya más que dinero. Pero no importaba: el caso era mover capital (eso era la vida), y con el capital los nombres y los culos de los ejecutivos y currantes a su servicio.

Pero no iba a ser yo tan simple como para deciros sencillamente "por dinero": lo que quería recordaros, oh crías nuevas de mi vejez perdida, era que no hay bestialidad ni miseria sin un ideal que la justifique: que no hay crimen sin fe.

Tenían ellos su ideal, y era el ideal el que promovía todo esto. Y en sus Ideales creían ellos ciegamente: creían, por ejemplo, en la Democracia, esto es, en la libertad individual, en eso de que, si uno se compraba un auto nuevo, era porque le daba la gana, y si lo sacaba un fin de semana a la autopista para hacer fila con los otros miles que habían tenido la misma idea, era la libertad individual de cada uno lo que había producido esa serie conjunta de voluntades.

Y creían también en el Mañana (no os riáis, mis niños, recordando aquí que su mañana íbais a ser vosotros), creían que este negocio y tinglado del que llevaban casi un siglo sustentándose iba a seguir así por siempre, desarrollándose, pero siempre el mismo: que iba a haber por siempre autos y siempre ordenadores y siempre televisión, cada vez más perfectos, como en sus películas de ciencia-ficción lo eran, y que así podrían por siempre seguir creando empresas multinacionales y por siempre edificando montes de basura.

Pues ahí tenéis: eso era lo que quería yo recordaros hoy, por si acaso también en ese mundo vuestro siguen levantando cabeza los ideales y siguen todavía sonando los eslóganes de la fe, de la fe en la Democracia, de la fe en el Mañana, como los que aquí nos taladraban los oídos.

Obras de la fe

Que recordéis, mientras os debatís entre las pestes y miserias que os han dejado, eso: que no hay crimen sin fe. Que cada vez que veáis asomar entre los escombros algún artículo de fe, alguna idea, pues que escupáis al punto, y dejéis que de la negación florezca lo que sea.

Y bien quería yo, cariños, seguir contándoos más despacio cómo eran las obras que la fe estaba haciendo en nuestro mundo, pero es que se me había colado en la consulta una moribunda desesperada, que amenazaba con echárseme al cuello si no le hacía caso a ella. Así que ahí os mandaba, soplándolos como vilanos a vuestro cielo desconocido, muchos besos.

es escritor y catedrático de universidad

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