Editorial:

Oscuridad sobre Irak

LA ALOCUCIÓN que ofreció ayer Sadam Husein, primera que realiza a través de la radio y la televisión iraquí desde el final de la guerra, no ha aportado gran cosa a lo ya sabido o, para ser más precisos, a lo ya intuido. Son muy escasas las noticias que llegan de Irak. Acabada la contienda, y tras los primeros estallidos de los movimientos de protesta contra el Gobierno de Bagdad, se decidió expulsar a todos los periodistas extranjeros. Una típica reacción de los sistemas totalitarios cuando llega la hora de reprimir a sus pueblos. La manipulación y densa oscuridad sobre lo que ocurre en el paí...

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LA ALOCUCIÓN que ofreció ayer Sadam Husein, primera que realiza a través de la radio y la televisión iraquí desde el final de la guerra, no ha aportado gran cosa a lo ya sabido o, para ser más precisos, a lo ya intuido. Son muy escasas las noticias que llegan de Irak. Acabada la contienda, y tras los primeros estallidos de los movimientos de protesta contra el Gobierno de Bagdad, se decidió expulsar a todos los periodistas extranjeros. Una típica reacción de los sistemas totalitarios cuando llega la hora de reprimir a sus pueblos. La manipulación y densa oscuridad sobre lo que ocurre en el país es especialmente grave en momentos en los que su futuro y el de Oriente Próximo depende, en cierta medida, del desenlace de la guerra civil iraquí.El presidente de Irak anunció su intención de modificar el Gobierno y el sistema político, convocando elecciones pluripartidistas. Sin embargo, los analistas destacan más su reconocimiento de la importante e incontrolada rebelión kurda en el norte del país -que ocupa el 75% de su territorio, según los rebeldes- que sus propuestas reformistas. Recuerdan los expertos que algo similar ofertó a su pueblo poco después de finalizada la larga guerra con Irán, sin que lo cumpliera. Tras denunciar que la actitud de los kurdos es fomentada por los países occidentales, Sadam Husein anunció el aplastamiento de las revueltas en el sur -zona de influencia y religión shií- por las tropas gubernamentales. La revuelta sureña, señaló Sadam, contaba con el apoyo de Irán. Otras noticias anunciadas por la radio iraquí indican que se han producido manifestaciones contra Sadam en Bagdad, reprimidas duramente y con un elevado número de muertos.

El predominante oscurantismo impide cuantificar seriamente un dato esencial: la descomposición del Ejército iraquí o incluso el número y cualificación de las deserciones militares al campo rebelde. En los círculos oficiales de Washington se considera que dicho Ejército se mantiene mayoritariamente fiel a Sadam. Una posible explicación del fenómeno tendría como inevitable referencia las sucesivas e implacables depuraciones efectuadas por el dictador de Bagdad.

En esta situación compleja, se ha reunido en Beirut una amplia asamblea de las fuerzas iraquíes contrarias al régimen de Sadam, con escasos resultados. La diversidad de los participantes no permitió llegar a decisiones concretas. Fue, sobre todo, un acto de propaganda que finalizó con un llamamiento al Ejército para que derribe al dictador. Las tesis shiíes en pro de una república islámica provocaron el rechazo de los kurdos y de otros grupos. Quizá la acción políticamente más significativa haya sido la de los dirigentes kurdos, que, después de haber negociado con el presidente turco, Ozal, y para evitar suspicacias en países vecinos, han decidido concentrar sus aspiraciones en obtener la autonomía, no en la creación de un Estado kurdo.

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Estados Unidos se mantiene a la expectativa ante el vendaval que sacude a Irak: no firma un armisticio formal y, mientras tanto, las tropas aliadas siguen ocupando un 15% del territorio iraquí. A la vez, Washington declara su talante no intervencionista en los "asuntos internos" de Irak. A lo sumo se ha producido una advertencia contra el empleo de armas químicas contra los rebeldes. Pero tampoco hubo por su parte una respuesta positiva a las demandas de ayuda de los grupos que se han levantado contra Sadam.

Es obvio que EE UU teme, por encima de cualquier otra eventualidad, el desmembramiento de Irak -que podría ser hoy una de las consecuencias de la caída de Sadam- ya que ello modificaría, sin duda a favor de Irán, el equilibrio de la zona. Su opción preferida sería la de que un general eliminase al presidente Sadam, pero no hay síntomas claros de que ello vaya a producirse. No deja de ser contradictorio que, después de haber personalizado la guerra al máximo, haciendo de Sadam Husein el culpable de todos los males, Washington muestre ahora una cierta falta de preparación para tratar de resolver los problemas políticos existentes entre las fuerzas opositoras al régimen de Bagdad.

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