Tribuna:

Sobre la crisis del Golfo

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compromiso para la introducción gradual de los derechos humanos (como se define en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU) en los gobiernos de los países mal denominados moderados, que en realidad son tan autoritarios e intolerantes como el régimen de Sadam Husein. No es posible -tampoco deseable- imponer en una sociedad islámica las normas éticas, parcialmente observadas y parcialmente ignoradas, de la democracia capitalista occidental. Pero en el mundo actual, y estoy seguro de que en el futuro también, es imposible tachar a un Gobierno ...

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compromiso para la introducción gradual de los derechos humanos (como se define en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU) en los gobiernos de los países mal denominados moderados, que en realidad son tan autoritarios e intolerantes como el régimen de Sadam Husein. No es posible -tampoco deseable- imponer en una sociedad islámica las normas éticas, parcialmente observadas y parcialmente ignoradas, de la democracia capitalista occidental. Pero en el mundo actual, y estoy seguro de que en el futuro también, es imposible tachar a un Gobierno de legítimo si éste en cierta medida no se apoya en el consentimiento del pueblo gobernado.

Gobiernos completamente autoritarios han firmado la declaración de la ONU, en sí una prueba de que los derechos humanos son una demanda mundial y no sólo un lujo de los países del primer mundo. Confiemos en que algún día florecerán las instituciones de gobiernos representativos en todo el mundo islámico. Pero por lo menos, como parte de cualquier esperanza de estabilidad y justicia tras la actual crisis, habrá que instar a todos los gobiernos de Oriente Próximo a que respeten los derechos humanos y permitan la expresión no violenta de la oposición a las formas existentes de gobierno.

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Un tercer aspecto esencial para cualquier tipo de acuerdo a largo plazo debe ser la combinación de justicia para el pueblo palestino y paz internacional para Israel. Los medios de comunicación occidentales han dado la máxima cobertura posible a la Intifada, y lo han hecho debido a que Israel respeta los criterios occidentales de libertad política e informativa. Esa cobertura ha dado lugar a tina gran presión internacional sobre Israel para que este país acepte la creación de un Estado palestino. A los medios de comunicación no les es posible cubrir lo que les sucede a los disidentes políticos de Irán, Jordania, Turquía o Siria, sin contar Arabia Saudí o los dominios de los jeques. En todos estos países las violaciones de los derechos humanos han sido mucho más generalizadas que las cometidas por Israel contra. el pueblo palestino, pero los actos de los países islámicos autoritarios se han ocultado a la vista, mientras que los de Israel se han publicado en su totalidad.

¿Cuánta gente que exige que Israel acepte la creación de un Estado palestino recuerda que a excepción de Egipto todos los demás países árabes se han negado, desde 1948, a reconocer el derecho a existir de Israel? La simple justicia y un orden internacional viable requieren que con la creación de un Estado palestino se firme un tratado de paz y se intercambien embajadores entre Israel y todos sus vecinos árabes. El apoyo de Arafat a Husein ha ilustrado el odio desesperado que inspira a la dirección de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y ha demostrado también por qué Israel tiene miedo, justificadamente, de ese odio endémico de su vecinos. La justicia para los palestinos y la paz para Israel deben ir unidas, de lo contrario nunca ocurrirán.

Para concluir debo tomar de nuevo mi segundo pensamiento sobre armamento nuclear-químico-biológico. La evolución de la política soviética desde 1985, la creatividad de Gorbachov como hombre de Estado y la disposición de Reagan y de Bush para trabajar con él han aliviado temporalmente al mundo de la pesadilla de un enfrentamiento nuclear entre las dos superpotencias, pero Sadam Husein nos ha demostrado que es más necesario que nunca poner fin a la producción y al comercio de armas que amenazan con la destrucción masiva de los pueblos.

es historiador.Traducción: Carmen Viamonte.

GABRIEL JACKSONSobre la crisis del Golfo

Al leer los periódicos de las últimas cinco semanas, dos pensamientos centrales se cruzan en mi mente de forma reiterada. Uno es que, al margen de la cuestión de la soberanía política y de las leyes internacionales, y al margen también de la extraordinaria unanimidad internacional a la hora de condenar este caso específico de agresión flagrante, la crisis del Golfo es fundamentalmente un conflicto entre ricos y pobres. El presidente Bush ha demostrado tener una enorme capacidad diplomática al conseguir la condena unánime de la ONU a la agresión y el apoyo al bloqueo económico que fuerce a Irak a restituir su conquista. No deseo restar importancia al hecho de que la ONU adopte una postura poco comprometida contra la destrucción de uno de sus países miembros. ¿Pero podría imaginar alguien una acción diplomática y militar tan inmediata si ésta no supusiera una amenaza para los campos petrolíferos de los que dependen los suministros de energía de los países industrializados y de las inmensas riquezas de los jeques árabes y de la familia real saudí?A esta alianza de países ricos se enfrentan el dictador iraquí y una gran proporción, aunque difícilmente calculable, de pueblos islámicos menos ricos de Oriente Próximo y del norte de África. Sadam Husein controla, claro está, la considerable riqueza petrolera del propio Irak, pero su país depende por completo de la importación de alimentos y de productos de consumo. La población siempre ha tenido un nivel de vida muy bajo, y la sucesión de gobiernos dictatoriales, de los cuales el de Husein es únicamente el más reciente, invirtieron sus riquezas en armas y no en la mejora de las condiciones de vida del pueblo. Por ello, dejando a un lado la ley internacional y la moralidad de los muchos gobiernos involucrados, se trata de un conflicto entre ricos y pobres.

El segundo pensamiento es que, pase lo que pase en los próximos meses, la crisis del Golfo ya ha sido la advertencia más clara posible de los desastres político-militares que se avecinan si la comunidad internacional no logra con prontitud el desarme nuclearquímico-biológico. Sadam Husein posee y ha utilizado la suficiente capacidad química letal, y de no haber sido por el ataque aéreo israelí de 1981 contra sus plantas nucleares en construcción, posiblemente en 1990 contaría también con armamento nuclear. Jamás ha cabido la menor duda respecto a su sanguinaria dictadura dentro del país, además de que dirigió una guerra de nueve años de duración contra su vecino Irán, iniciada con su propia agresión.

Durante esos nueve años tuvo ocasión de adquirir todo tipo de armas de avanzada tecnología, no sólo con los ingresos derivados del petróleo, sino también a crédito, a una larga lista de países entre los que se incluyen EE UU, la URS S, China y muchas otras naciones miembros de la OTAN y del Pacto de Varsovia. A la vista de los hechos, ¿le cabe a alguien la menor duda de que dentro de unas cuantas décadas, o quizá antes, otro dictador sanguinario de uno de los cinco continentes se encontrará en posición de destruir millones de vidas humanas en unas pocas horas en lugar de sencillamente absorber a un pequeño país vecino?

No obstante, como antiguo miembro, a tiempo parcial, de la Administración, soy consciente de que es más fácil desarrollar un análisis ético-intelectual general de un problema difícil que verse forzado a decidir día a día cómo enfrentarse a algunas manifestaciones específicas de dicho problema. En este caso parece obvio que una docena de países han sido culpables de imprudencia temeraria por haber ayudado a Husein a adquirir el poder que ahora ostenta, pero en lugar de extenderme en ese asunto intentaré sugerir lo que, en mi opinión, puede hacerse para resolver la extremadamente peligrosa crisis actual.

Hay que obligar a Sadam Husein a retirarse de Kuwait sin contrapartida alguna por dicha retirada. A pesar de la naturaleza antidemocrática del régimen kuwaití, la comunidad internacional no puede permitir que ningún país, sencillamente, aniquile a otro Estado soberano. Esta es la convicción básica que explica la unanimidad de la condena por parte de la ONU y el acuerdo casi total entre el presidente Bush y Gorbachov en Helsinki. Confiemos que dure la unanimidad política y que el embargo por tierra y mar resulte del todo efectivo, negando a Irak el alimento, las municiones, las piezas de repuesto y la tecnología avanzada que precisa para mantener su maquinaria de guerra.

Pero si países como Irán y Jordania ayudan con éxito a Irak a evadir el embargo se precisarán varios meses para bombardear las bases aéreas iraquíes y otras instalaciones militares. EE UU no debe tomar parte en estas acciones de un modo unilateral, pero posiblemente sea necesaria una intervención militar directa a fin de asegurar que Husein no Inicie una guerra aun más destructiva en un futuro próximo. Es un hecho, aunque lamentable, que civiles inocentes y rehenes de muchas nacionalidades distintas morirán si se utiliza la fuerza militar, pero la toma de rehenes por parte de Husein es un acto tan intolerable como su invasión de Kuwait y su anexión a dicho país. Quizá sea necesario demostrar que el mundo no puede verse sometido a un chantaje permanente por la utilización de rehenes.

Pero la crisis no concluirá con el restablecimiento del statu quo ante. Al menos serán necesarios tres cambios en relación a la situación anterior. La ONU debe adoptar y establecer un embargo en la venta de todo tipo de armamento nuclear-químico-biológico y de tecnología a Oriente Próximo. Entre los países embargados deben incluirse los clientes de Occidente, por ejemplo: Arabia Saudí, Israel, Turquía y Egipto, del mismo modo que los países considerados peligrosos para las naciones industrializadas. Una acción semejante se justificaría únicamente como un primer paso, adoptado debido a que el peligro más inmediato se encuentra en Oriente Próximo. Pero si a un embargo de estas características no le sigue una acción por parte de la ONU que obligue a todos por igual y enfocada a poner fin a la producción de dichas armas en todo el mundo, la proliferación nuclear continuará y los países que posean armamento nuclear no tendrán justificación alguna cuando quieran defender que ellos deben contar con tales armas mientras otras naciones no deben tenerlas.

Cualquier acuerdo al que se llegue deberá incluir además un

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