Editorial:

Endurecer la presión

CABE PREGUNTARSE si el creciente dispositivo militar que los aliados van instalando en la zona del Golfo anuncia una inminente acción bélica contra Sadam Husein o si, por el contrario, se trata de poner los medios para hacer rotundamente eficaz el embargo decretado contra Irak. El fulminante cele del jefe del Estado Mayor del Aire norteamericano por haber divulgado eventuales objetivos bélicos en Irak podría abonar cualquiera de las dos hipótesis: o rompió el secreto sobre operaciones estratégicas planificadas, o el presidente Bush, empeñado con sus aliados en buscar una solución sin violencia...

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CABE PREGUNTARSE si el creciente dispositivo militar que los aliados van instalando en la zona del Golfo anuncia una inminente acción bélica contra Sadam Husein o si, por el contrario, se trata de poner los medios para hacer rotundamente eficaz el embargo decretado contra Irak. El fulminante cele del jefe del Estado Mayor del Aire norteamericano por haber divulgado eventuales objetivos bélicos en Irak podría abonar cualquiera de las dos hipótesis: o rompió el secreto sobre operaciones estratégicas planificadas, o el presidente Bush, empeñado con sus aliados en buscar una solución sin violencia militar, no ha querido tolerar que nadie en su entorno hable de guerra.Hace días que el dispositivo militar está instalado y que la fuerza aérea aliada está preparada para asestar un golpe casi definitivo al Ejército iraquí. Si no lo han hecho ya (y el daño económico que la prolongación de la crisis está causando en Occidente habría justificado el asalto si tal hubiera sido el propósito inicial), será conveniente empezar a creer que no mienten quienes, como Bush, siguen afirmando su preferencia por una solución pacífica. En cualquier caso, es conveniente que los Gobiernos de las naciones civilizadas eviten ceder a la tentación de la impaciencia. Un embargo férreamente mantenido durante el tiempo suficiente -y cuya instrumentación responda a las cambiantes condiciones- puede obligar a ceder a Sadam Husein sin que sea necesario activar el mecanismo de guerra desplegado (primordialmente a efectos disuasorios) en torno al agresor iraquí.

En la reunión del pasado miércoles en París, la Unión Europea Occidental (UEO) acordó por unanimidad proponer al Consejo de Seguridad de la ONU la ampliación al espacio aéreo de las medidas en que viene concretándose el embargo decidido por la ONU. Era la consecuencia lógica del enfado creciente ante las provocadoras acciones del dictador iraquí. Pero era, sobre todo, la derivación de la creciente coordinación de una política exterior europea que no es eficaz si no incluye alguna capacidad de decisión en materia estratégica. Por lo pronto, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad han decidido obrar en consonancia con lo acordado.

La medida, sin embargo, es más un gesto de endurecimiento que una acción definitiva. Porque si el control naval y el del petróleo están funcionando a la perfección, el embargo que es preciso asegurar es el terrestre. Éste tiene aparentemente dos lagunas graves: las fronteras de Irán y Jordania. Ambos países están atenazados por contradicciones internas: debilidad del rey Hussein frente a un fundamentalismo político que en Jordania se ha puesto de parte de Sadam Husein, instinto antioccidental en el fanatismo islámico de Irán. Aun aceptando en principio las decisiones de la ONU, se resisten a aplicarlas de modo práctico por considerar que con ello quedarían comprometidos sus intereses. Hay argumentos para convencerlos, con una presión diplomática, de que deben colocarse en el amplísimo frente de países de todo el mundo dispuestos a poner fin a la agresión.

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Es evidente que, sin su colaboración, las sanciones funcionarán peor. A ello respondían ayer dos gestiones diferenciadas: el viaje del líder sirio, Hafez el Asad, a Teherán, y el del rey Hussein a Rabat. Asad, único aliado árabe de Irán en su guerra contra Irak, tiene -ahora que ha recuperado cierta respetabilidad internacional- una mayor capacidad de presión sobre el presidente iraní, Raflanyani. Por otra parte, las veleidades e incertidumbres del rey Hussein pueden ser doblegadas por el prooccidentalismo de Hassan II y por la presión del tercero en la entrevista, el presidente argelino, Benyedid, al que el fundamentalismo shií ha colocado también en graves dificultades.

El responsable de la crisis -hay que recordarlo de modo permanente- es Irak. Con el endurecimiento de su acción concertada, el mundo le recuerda diariamente qué final tendrá su aventura: la retirada incondicional de Kuwait. Para alcanzar ese final es preciso tanto reforzar las sanciones y el dispositivo militar como activar las gestiones diplomáticas.

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