Sudán: guerra, hambre y ley coránica

Incertidumbre política, militar y económica en el país africano

"Sudán no abandonará nunca la sharía (ley coránica) para regresar a un sistema laico". A pesar de esta aseveración tajante del presidente, Omar al Bachir, tras el último intento de golpe de Estado, en abril, no está del todo clara la afiliación musulmana del nuevo Gobierno y, menos aún, que proclame la República Islámica; éste es el rumor que preocupa a los círculos políticos e intelectuales de Jartum en vísperas del primer aniversario de la toma violenta del poder por la actual Junta Militar. Mientras tanto, la guerra civil continúa en el sur del país, y la hambruna asedia a más de la mitad d...

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"Sudán no abandonará nunca la sharía (ley coránica) para regresar a un sistema laico". A pesar de esta aseveración tajante del presidente, Omar al Bachir, tras el último intento de golpe de Estado, en abril, no está del todo clara la afiliación musulmana del nuevo Gobierno y, menos aún, que proclame la República Islámica; éste es el rumor que preocupa a los círculos políticos e intelectuales de Jartum en vísperas del primer aniversario de la toma violenta del poder por la actual Junta Militar. Mientras tanto, la guerra civil continúa en el sur del país, y la hambruna asedia a más de la mitad de su población.

El problema del hambre es todavía más indignante en Sudán que en otras naciones, por cuanto su potencial agrícola llegó a hacerle merecedor del apelativo de granero del inundo árabe. La realidad resulta más compleja. El inmenso caudal de agua con que los Nilos Azul y Blanco riegan su territorio no alcanza a todas las regiones por igual, y la dependencia de las lluvias a que le tiene condenado el desarrollo- provoca desigualdades catastróficas. A ello hay que añadir el estado de guerra que impide la explotación normal de las tierras en una de las áreas más ricas del país.Como consecuencia, existe una gran laguna entre la demanda en algunas zonas de Sudán y las grandes reservas almacenadas en otras. Además, como aseguran fuentes de la FAO (organización de la ONU para la agricultura y la alimentación), "los comerciantes de grano se sienten atraídos por las perspectivas de obtener divisas, de forma que el cereal no suele estar disponible para el consumo interno". Esta situación ha llevado a la FAO, una vez más, a lanzar una llamada de socorro en un reciente informe sobre el África subsahariana. Este deterioro se añade al estado de permanente crisis del Sur, del que es, en cierta medida, su consecuencia.

A pesar de estas dificultades perentorias, el Gobierno de Jartum, que desde su acceso al poder, el 30 de junio de 1989, suprimió la libertad de expresión, insistió en su propaganda en las mejoras de las últimas cosechas de trigo, sorgo y mijo y la pronta consecución de la autosuficiencia. Es dificil saber en qué medida estos incrementos han resultado fruto de las circunstancias climatológica o de una mejora en los métodos de cultivo. Con todo, el déficit estructural de trigo alcanza las 400.000 toneladas.

"Quien no posee su comida, no posee la capacidad de tomar decisiones políticas", aseguraba en un reciente discurso el general Bachír. Siguiendo sus consignas, el Gobierno ha lanzado una campaña, en forma de poema televisado, que asegura: "Comemos lo que cultivamos y llevamos puesto lo que fabricamos". El objetivo pretende la independencia económica y política. La realidad es que, con el cierre a las importaciones, se ha sumergido el país en un estancamiento que, en ocasiones, roza lo ridículo.

Déficit de producción

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Sudán no produce ni maquinaria ni piezas de recambio; los aparatos y vehículos, en caso de avería, quedan inutilizados por falta de repuestos. Algunas decisiones incluso resultan abiertamente contradictorias con la pretendida línea islamista del régimen. Por ejemplo, ante la carestía de la importación de telas, se ha determinado que las sudanesas pueden pasar sin esa cobertura a medio camino entre el chador y el sari, que, de acuerdo con el precepto musulmán, les cubre de la cabeza a los pies.La dificultad estriba en saber si, como se pregunta el periodista Mohamed Osman Adani, el Gobierno puede lograr lo que desea sin parar la guerra civil, iniciada hace siete años, en la que gasta 12 millones de libras sudanesas al día (unos 110 millones de pesetas). Desde 1983, el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán, conocido por sus siglas inglesas SPLA, mantiene en jaque a las tropas gubernamentales en las provincias sureñas de Equatoria del Este, Equatoria del Oeste, Al Bujairat y Yuncolei. El detonante fue la instauración de la sharía, una controvertida concesión islámica, criticada incluso por muchos musulmanes, pero que para la minoría animista y cristiana del Sur se convirtió en el símbolo de su marginación política.

Una iniciativa norteamericana ha provocado una virulenta reacción de la Junta. El aspecto que más ha irritado ha sido la propuesta de una retirada del Ejército de la zona de conflicto y su sustitución por una fuerza multinacional de interposición. "Eso significaría internacionalizar el problema", aseguró a EL PAÍS el subsecretario de Exteriores, Yafar Abu Jach. El coronel Mohamed al Amin Jalifa, miembro de la Junta encargado de los esfuerzos de paz, manifestaba su extrañeza por la propuesta cuando Washington "se ha opuesto al envío de una misión internacional de investigación a los territorios ocupados por Israel". Fuentes estadounidenses en Jartum han atribuido esta actitud del Gobierno a la "cortedad de miras" de la Junta.

El Ejército ha terminado siendo el único cuerpo organizado, a la vez que una de las causas de su progresiva desintegración. Proislámico o no, con los líderes políticos y sindicales encarcelados o exillados, pocas amenazas cuestionan su poder.

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