Tribuna:

Naturaleza

Del amor a la naturaleza hay que extraer la fuerza para vivir, para navegar. Los delfines ya no dan saltos soleados en aguas muy azules cerca de los acantilados de mármol que sirvieron de bastión a los dioses ni tampoco existen arroyos de plata en la oscuridad de aquellos bosques tan puros donde germinaban todos los sonidos agrestes ni las becadas hacen nido en las laderas peina das por la vid junto a las ruinas de una abadía que antiguamente desarrollaba sus cánticos en el silencio del valle. El tiempo de ese amor ha pasado. La historia ha convertido a la naturaleza en un sueño, pero algunos ...

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Del amor a la naturaleza hay que extraer la fuerza para vivir, para navegar. Los delfines ya no dan saltos soleados en aguas muy azules cerca de los acantilados de mármol que sirvieron de bastión a los dioses ni tampoco existen arroyos de plata en la oscuridad de aquellos bosques tan puros donde germinaban todos los sonidos agrestes ni las becadas hacen nido en las laderas peina das por la vid junto a las ruinas de una abadía que antiguamente desarrollaba sus cánticos en el silencio del valle. El tiempo de ese amor ha pasado. La historia ha convertido a la naturaleza en un sueño, pero algunos han hecho de este sueño la última barrica da. Ahora se levantan sobre los vertederos generales las vallas publicitarias, y en ellos unos cuerpos de mujer inalcanzables ofrecen a cambio mercancías demasiado asequibles; los asesino a sueldo lucen modelos de Valen tino o de Gianni Versace y los intelectuales también se visten d color malva para celebrar el final del milenio mientras los cerrajeros, guardaespaldas y forense son reyes coronados. De la herida que dejan los genitales cercenados de los nuevos anacoretas ya no brotan los lirios sin la peste y ésta se pasea de noche por los urinarios públicos buscando a poetas venecianos, a legionario sabios travestidos. La cultura tiene hoy toda su fe puesta en los desinfectantes: a eso se debe que la felicidad de los sótanos huela a amoniaco, que los filósofos in fundan la lejía como un predicado, que la moda más exquisir consista en no tocarse. Al caer la tarde se ven caravanas huyendo de la ciudad por los puentes sobre las colinas de basura llenas de ángeles que anuncian una crema de belleza. Y cuando los viajeros llegan a casa devoran pollos con hormonas bajo los herrajes blindados, pero allí algunos todavía sueñan que muy lejos lo delfines dan saltos soleados en aguas azules, que existen manantiales de la doncella en los bosques oscuros y que aún brillan monedas de Trajano en el fondo de la bahía, y de ese sueño extraen la última fuerza para vivir, para seguir navegando.

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