Cartas al director

Capital de la cultura

¿Cómo es posible que no nos sintamos perplejos? Cuando las papeleras públicas son atacadas sistemáticamente por hordas de gamberros, cuando las paredes de los edificios o los pasos bajo tierra, recién restaurados, son pintarrajeados por quienes por loPasa a la página siguiente

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visto han fracasado en su vocación de ser Velázquez. Cuando los carteles, anunciando lo que sea, se pegan en las fachadas, buzones de Correos, farolas o cualquier otra superficie que les venga más a mano, sin incurrir por ello en la menor responsabilidad. Cuando las...

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¿Cómo es posible que no nos sintamos perplejos? Cuando las papeleras públicas son atacadas sistemáticamente por hordas de gamberros, cuando las paredes de los edificios o los pasos bajo tierra, recién restaurados, son pintarrajeados por quienes por loPasa a la página siguiente

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visto han fracasado en su vocación de ser Velázquez. Cuando los carteles, anunciando lo que sea, se pegan en las fachadas, buzones de Correos, farolas o cualquier otra superficie que les venga más a mano, sin incurrir por ello en la menor responsabilidad. Cuando las cacás de los perros obligan al que pasa distraído a modificar, precipitadamente, el curso de sus pisadas. Cuando el 90% de los viandantes arrojan al suelo de la calle, despreocupándose, lo que nunca tirarían en el pasillo de sus casas. Cuando las bolsas de basura (¿es que no es obligatorio el contenedor?), están amontonadas por las calles a cualquier hora del día. Cuando los transportes comerciales descargan su mercancía cuando y donde les da la gana, sin mirar si cortan la circulación produciendo un gran atasco. Cuando las motos aparcadas dificultan el discurrir por la aceras, si no circulan por ella tranquilamente. Cuando el reclamo sonoro de los locales públicos en la calle revientan los tímpanos de los viandantes, en competencia desleal con las sirenas de la policía, bomberos o servicios médicos. Cuando todo el mundo se cree con derecho a pisotear cualquier jardín para tumbarse, retozar o incluso para jugar -al fútbol sobre el césped. Cuando muchas señoras se llevan a sus casa racimos de celindas recién florecidas y cortadas de los arbustos de los jardines públicos, sin que les pase por la cabeza que su cultivo lo hemos pagado todos, y que están allí para disfrute de todos. Cuando hay que proteger las plantas de las calles con defensas metálicas.

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Cuando oigo hablar de la capital de la cultura, me da primero un ataque de risa, después de indignación y, finalmente, de pena.-

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