CUESTIÓN DE CONFIANZA

El diálogo como categoría metafísica

Sus señorías emergieron del atasco, rebozado de bruma y llovizna, para encontrarse con el verbo espeso del presidente González. El día pintaba tristón y somnoliento, pese al intento por animarlo de José María Ruiz-Mateos. Desde el exterior del Congreso, el pintoresco eurodiputado se adhirió con sus fieles, y con fondo de sevillanas, a la petición, reiterada en el interior, de que dimita Guerra.

Dentro del hemiciclo se inició una de las sesiones más académicas y monotemáticas que se recuerdan. A su término, la palabra diálogo, mareada como una pelota de tenis en un partido Lendl-Wila...

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Sus señorías emergieron del atasco, rebozado de bruma y llovizna, para encontrarse con el verbo espeso del presidente González. El día pintaba tristón y somnoliento, pese al intento por animarlo de José María Ruiz-Mateos. Desde el exterior del Congreso, el pintoresco eurodiputado se adhirió con sus fieles, y con fondo de sevillanas, a la petición, reiterada en el interior, de que dimita Guerra.

Dentro del hemiciclo se inició una de las sesiones más académicas y monotemáticas que se recuerdan. A su término, la palabra diálogo, mareada como una pelota de tenis en un partido Lendl-Wilander, se había elevado a categoría metafísica. Algunos lo habían adivinado, porque los palcos no llegaban a la media entrada. Entre los presentes, una fija, la delegada del Gobierno en Madrid, Ana Tutor; altos cargos del Gobierno y las esposas del ministro Barrionuevo y de José María Aznar. Ana Botella, la esposa del líder del PP, siguió visiblemente complacida el discurso de su marido, pronunciado con su característico tono cortado. Tras la sobremesa les relevó el presidente del Consejo de Estado, el ex ministro Tomás de la Cuadra, y un creciente vacío.

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Cinco metros por debajo, los oradores, apalancados al atril, lanzaban diálogos urbi et orbi. En algunas ocasiones, no demasiadas, tiraron también con bala hacia la izquierda de Felipe González. Cuando dispararon Julio Anguita y Alejando Rojas Marcos, el destinatario de los proyectiles, Alfonso Guerra González, se evadió ostensiblemente de los discursos para sumergirse en la lectura de un libro que apoyaba en las rodillas. No pudo confirmarse si era de Machado.

Nervios finales

La expectación duró lo que los discursos iniciales del presidente del Gobierno y del líder del Partido Popular. Luego, sus señorías bajaron la guardia, pese a saberse vigilados por los objetivos fotográficos, y se rindieron unos a la cabezada, buscando el arrimo de las tablas del escaño, y salieron otros el café reparador. La lluvia caía lánguida e invitaba a la melancolía.El pleno tuvo su momento psicológico. Cuando González rehuyó la contestación inmediata a Aznar y la crecida claque popular amagó un pataleo, hubo un encogimiento en las filas del PSOE. Pero por la tarde, la bancada socialista se reconcilió con los recursos dialécticos del presidente, capaz de desactivar las críticas más duras con el procedimiento de diluirlas en una respuesta de casi dos horas. Félix Pons tuvo que pedir a los socialistas que "dosificaran" sus manifestaciones cuando entraron en competición abierta con las ruidosas huestes del PP.

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Para entonces, sus señorias habían perdido sus ansias ofensivas y se conformaban con el resultado. Algunos empezaron a mirar con inquietud el reloj, mientras aparecían las radios de bolsillo. La votación, al fin, se inició cuando el Madrid y el Barça saltaban al césped del estadio Luis Casanova.

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