Editorial:

Eufemismo peligroso

LA SEGUNDA sesión del Congreso de los Diputados de la URSS se inició con el debate sobre la inclusión en su orden del día de la propuesta de varios diputados de suprimir el artículo 6 de la Constitución de la URSS, que establece el "papel dirigente" del partido comunista. Elevado por Breznev a norma constitucional, ese "papel dirigente" es un eufemismo peligroso: equivale de hecho a negar la base misma de la democracia. Al otorgar a un partido la misión de dirigir el Estado y la sociedad, la Constitución priva a los otros partidos de razón de ser. La consecuencia es que o son prohibidos (como ...

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LA SEGUNDA sesión del Congreso de los Diputados de la URSS se inició con el debate sobre la inclusión en su orden del día de la propuesta de varios diputados de suprimir el artículo 6 de la Constitución de la URSS, que establece el "papel dirigente" del partido comunista. Elevado por Breznev a norma constitucional, ese "papel dirigente" es un eufemismo peligroso: equivale de hecho a negar la base misma de la democracia. Al otorgar a un partido la misión de dirigir el Estado y la sociedad, la Constitución priva a los otros partidos de razón de ser. La consecuencia es que o son prohibidos (como ocurre en la URSS) o se les tolera (como ocurrió en Polonia, Checoslovaquia y en la RDA), pero obligándoles a reconocer su sometimiento al partido dirigente, convirtiéndoles en satélites sin independencia.Ello explica la importancia que ha tomado, en la URSS y en los otros países del Este, el debate sobre el tema. Ha sido la piedra de toque de los procesos hacia la democracia. Tanto en Polonia como en Hungría, y luego en Checoslovaquia y en la RDA, se planteó una opción clara: o avanzar hacia una democracia pluralista o conservar el papel dirigente de los comunistas. En el caso polaco, el nombramiento de un intelectual católico, no comunista, como jefe del Gobierno fue posible cuando se esfumó el tan citado dirigismo: satelizados durante décadas, los pequeños partidos legales se inclinaron hacia Solidaridad, escucharon la voz popular y, recuperando su independencia, impusieron la creación del Gobierno de Mazowiecki. En los meses siguientes, en Hungría, en la RDA, en Checoslovaquia y en Bulgaria, la presión arrolladora de los ciudadanos -junto con el auge de las corrientes reformadoras- determinó la supresión defacto y de iure del papel esencial del partido comunista.

Es más: al perder el monopolio de que habían disfrutado durante décadas, los partidos comunistas se ven abocados a dejar de ser tales, a buscar otro nombre, otro programa, otra Ideología, para intentar conservar su influencia entre los electores. El pueblo les identifica con etapas de desastres y de falta de libertad. En ese terreno, la primera mitad del año 1990 será decisiva para Europa: habrá elecciones libres en Checoslovaquia, Hungría, la RDA y Bulgaria.

El caso de la URSS presenta, sin embargo, ciertos matices. El sistema unipartidista -por defectuoso que sea- se ha arraigado a lo largo de siete décadas. No se puede olvidar que en la Rusia anterior a la revolución de 1917 el Estado lo era todo, y la sociedad, nada. Ese rasgo del atraso ruso se mantuvo en la etapa posrevolucionaria. Sólo ahora la perestroika permite que nazcan asociaciones que reflejan el sentir de ciertos sectores de la sociedad en competencia con el aparato del partido comunista, si bien este fenómeno avanza con grandes dificultades. Por otra parte, el PCUS no es sólo un partido político, es un aparato estatal jerárquico que condiciona en gran parte la gobernabilidad de ese gigantesco conglomerado de naciones que es la Unión Soviética.

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Ante este problema complejo, tres posiciones se han expresado en el Comité Central del PCUS y, posteriormente, en el Congreso de los Diputados. La conservadora, que no sólo quiere mantener el papel dirigente del partido comunista, sino acallar a los grupos informales. La radical, que con Afanasiev, Evtuchenko, Popov -y el respaldo del ahora fallecido Sajarov- pide la supresión del artículo 6 de la Constitución, actitud que en las repúblicas bálticas tiene un gran apoyo: el Parlamento lituano ya votó esa supresión. Y la centrista, de Gorbachov, que sin rechazar la posibilidad de que el artículo 6 sea suprimido más tarde, se niega a hacerlo en el momento actual.

El escaso margen de la victoria del Gobierno en la votación de este tema -839 votos por la supresión del papel dirigente, 1.138 en contra y 56 abstenciones- indica el avance de las ideas pluralistas en la sociedad soviética y entre los diputados. Gorbachov sigue, no obstante, aferrado a su táctica de evitar el choque frontal con los conservadores, y éstos le han dado la victoria en esta votación. Les critica duramente, les desgasta, va marginando a sus dirigentes..., pero a todas luces no se atreve a enfrentarse con ellos. Un juego no carente de peligros, porque permite que sigan influyendo muchos enemigos de la perestroika.

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